Image: Blake. Libros proféticos I

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Letras

Blake. Libros proféticos I

William Blake

6 diciembre, 2013 01:00

William Blake, retratado por Thomas Phillips en 1807

Traducción de Bernardo Santano. Introducción de Patrick Harpur. Atalanta. Gerona, 2013. 704 páginas, 58 euros

Abordar la obra de William Blake (Londres, 1757-1827) supone un reto que el lector de poesía difícilmente puede rehuir. Hablamos de obra en general y no de escritura, pintura o grabado, porque en esta disyuntiva se halla una de las claves primordiales de este fuerte y fecundo autor. Cuando nos enfrentamos con un conjunto de sus libros -como en esta preciosa edición- no sólo son los poemas los que atraen nuestra atención sino que enseguida nuestros ojos se dirigen hacia las ilustraciones de los textos -llenos de amargos colores y de unos trazos de una originalidad muy de Blake-, pues palabra e imagen iban fundidas en sus entregas originales, a veces en tiradas reducidas, de tal manera que el creador logra una impronta que lo distingue.

Si relacionamos esta obra con su tiempo también nos asaltan dudas y conmociones, pues no sabemos muy bien si deberíamos hablar de realismo y objetivismo o de un romanticismo precoz o tardío y pleno. La presencia de símbolos y mitos, su diálogo con otras literaturas, determinadas lecturas (Shakespeare, Milton, Ossian, la Biblia), o de pintores (Miguel Ángel sobre todo, Rafael, Durero, o su amigo, maestro y coetáneo Flaxman), nos sumergen en el mundo de las influencias, aunque siempre la obra de Blake posee una personalidad y un vigor exclusivamente suyos. Es difícil caer en los tópicos porque nos lo impide la originalidad y la fuerza del creador.

Sabemos que escribe poemas desde sus veinte años, pero a la vez las artes plásticas están muy presentes en su formación inicial, dándose también una aproximación a la arquitectura con el copiado de monumentos y tumbas, o esa inconsciente sintonía con algunos rostros del Goya "negro". En torno a sus treinta años, esta asimilación "cultural" se sedimenta y madura en una obra exclusivamente suya. Es el momento de la rotunda fluidez de un libro como Tiriel (1789), donde la dimensión de los versículos no sólo parecen querer romper el dogmatismo fácil de lo "poético". La clara narratividad de los mismos, el predominio de las mayúsculas, así nos lo hacen ver.

La edición que comentamos nos asombra por excepcional, bajo todos los aspectos, en forma y contenido. A la grandeza de tal autor/artista se le ha proporcionado el mejor de los continentes, esa pulcritud de los textos en versión bilingüe y las ilustraciones, rescatadas con sus intensos perfiles y trazos, con sus vivos colores, en los que, a veces, los rojizos parecen querer incendiar las escenas.

Nadie duda de que Blake fue un poderoso visionario y un revelador de mundos. Subrayada esta idea esencial, no debemos olvidar la influencia que sobre él ejerció la obra de Emanuel Swedenborg. El neoplatonismo y la peculiar espiritualidad de éste visionario sueco, son muy clarificadores para enmarcar una obra como la de Blake, que por su atmósfera mistérica desborda y subyuga a la hora de las interpretaciones. Obras concretas, como sus invenciones sobre el libro de Job o las últimas ilustraciones de la Comedia de Dante, apuntan en ese sentido, dirigido a su vez a un arte ambicioso que partiendo, sí, de un evidente realismo, trasciende la realidad, poniendo a flotar a la naturaleza y a los seres; o inmovilizándolos, como en la umbrosa e impresionante figura de Tiriel muerto entre el viñedo.

Tengamos presente que estamos ante el primero de los volúmenes "proféticos" (el segundo aparecerá en marzo), que incluye los siguientes libros: Tiriel, El libro de Thel, El matrimonio de Cielo e Infierno, La Revolución francesa, Visiones de las hijas de Albion, América: Profecía, Europa: Profecía, El primer libro de Urizen, El libro de Ahnia, El libro de Los, El cantar de Los y Vala, o los cuatro Zoas. Pensemos que algunas de estas obras son un libro de libros, así sucede con La revolución francesa, que él reconoce como un poema, pero que decide exponer en siete libros. En este volumen van sólo los versos -los más dilatados quizá- del primero. El hermetismo simbólico de los títulos, los mitos, nos abren a mundos exclusivamente suyos, en los que el pensamiento se torna legendario o inextricable y lo legendario se somete al fulgor poético.

El lector español disponía de algunas traducciones básicas para saber de la obra de Blake -por citar dos ejemplos, las de Jordi Doce, o la mejicana de Villaurrutia-, pero ahora esta traducción de los doce primeros libros proféticos, debida a Bernardo Santano, supone un hito definitivo dentro de nuestras versiones de poesía extranjera; unas veces, de textos que ya conocíamos -El libro de Thel, El matrimonio de Cielo e Infierno o El primer libro de Urizen-, pero también de los que desconocíamos, que son la mayoría. No es fácil la aproximación a una obra tan abarcadora y torrencial, pero ahora, a la luz de la Introducción de Harpur y con las fluidas y brillantes versiones de Santano, el lector en español posee todas las claves para aproximarse a una obra inconfundible, ya desde estos inicios maduros de sus primeros Libros Proféticos.

Todo aparece, en poemas y grabados, como en una continua metamorfosis, deseando salirse de los cauces del mensaje único. Personalidad y originalidad conducen a que la literatura, la religiosidad, la filosofía de la vida, los mitos, el psicologismo, las contemplaciones realísimas y las perturbadoras imágenes, acaben discurriendo por los cauces de la ensoñación visionaria; llegando a parecernos, en algunos casos -por sus excesos- que el autor ha podido caer en el capricho o en la extravagancia; aspectos éstos que incluso su personalidad se puede permitir. Aquí nos encontramos ante otra de las dudas que plantean los teóricos ortodoxos: si podemos considerar canónicamente poéticos los poemas de Blake. Planteamiento erróneo, pues ya decimos que todo se subordina en su obra a las ambiciosas visiones y a la desbordada expresividad, al don de ser poeta. En este sentido, William Blake sólo podía ser William Blake. La suya es una obra inconfundible, difícilmente sometida a las interpretaciones y teorías literarias y artísticas al uso. Imaginaciones y realidades, pesadillas y resonancias cultas, alucinación y oscuros mensajes, se van fundiendo en los dilatadísimos versos para confundir y subyugar al lector.

Patrick Harpur, el prologuista de esta edición, la abre con unas palabras que definen muy bien la dimensión de Blake, al tiempo que nos dejan entrever el sacrificio y el silencio primeros que implican la obra de cualquier poeta y artista grandes: "No hay nadie como William Blake en la literatura y el arte ingleses. Su genio prendió la antorcha del Romanticismo en Inglaterra hacia finales del siglo XVIII, pese a que fue ignorado o, al menos, apenas reconocido a lo largo de su vida. La mayoría lo tenían por loco..."

Ante este juicio final no tenemos por menos que recordar algo que no hemos dicho: que en William Blake se dio, sin más, el genio. Sólo esta palabra define y explica su personalidad visionaria y su fecundidad de selva. Y se dice que murió en su lecho cantando sus propias canciones "de dicha y alabanza". ¿Qué mejor final para una vida que encontró, en la poesía y en el arte, lo que buscaba?