Image: Perspectivas democráticas y otros escritos

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Letras

Perspectivas democráticas y otros escritos

Walt Whitman ofrece un inolvidable canto a la libertad política, en una de las mejores defensas escritas sobre la democracia.

6 junio, 2013 02:00

Walt Whitman

El ensayo "Perspectivas democráticas", así como el resto de cartas y apuntes fragmentarios que integran la presente edición de Capitán Swing, son probablemente las más importantes obras en prosa de Walt Whitman, escritas en plena Guerra de Secesión (donde ejerció de voluntario y enfermero de la Unión) y pocos años después, durante la reconstrucción nacional. En estas páginas, el gran poeta se nos muestra como un exigente comentarista político, más combativo que nunca. No nos encontramos con el vagabundo feliz que canta la épica de la democracia americana, sino con una angustiosa y desengañada reflexión sobre una democracia desvirtuada, degradada e incompleta, que no alcanza a convertirse en el escenario esperado para la aparición del hombre que la merezca.

A continuación se pueden leer las primeras páginas de "Perspectivas democráticas y otros escritos"

Perspectivas democráticas

Como las más grandes lecciones de la naturaleza en todo el universo son posiblemente las lecciones de variedad y libertad, también ahora nos muestra en el Nuevo Mundo las más grandes lecciones de política y progreso. Si a alguien se le ocurriera preguntar, por ejemplo, cuáles son las más claras diferencias entre la vida política, y de otros tipos, europea y norteamericana y los antiguos cultos asiáticos, como se conservan aún residualmente en China y Turquía, podría encontrarlas en el profundo ensayo de John Stuart Mills sobre la libertad en el futuro, en el pasaje donde propone dos ingredientes o subestratos principales de una nacionalidad realmente grande: el primero, una gran variedad de carácter y, el segundo, margen total para la expansión de la naturaleza humana en innumerables e incluso antagónicas direcciones (lo que parece ser para la humanidad en general muy parecido a la influencia que constituye, en su campo ilimitado, esa perenne acción saludable del aire al que llamamos clima, un número infinito de corrientes y fuerzas y aportaciones y temperaturas y propósitos contrarios, cuyo juego incesante de contrapartidas nos trae constante restablecimiento y vitalidad). Con esta idea, y no solamente con ella, sino también con cuanto requiere y exhala, comenzaré mis lucubraciones.

Norteamérica, llenando el presente con los más grandes hechos y problemas, aceptando animosamente el pasado, incluso el feudalismo (ya que, ciertamente, el presente no es más que la descendencia legítima del pasado y, por tanto, también del feudalismo), cuenta, a mi modo de ver, para su justificación y su éxito (porque ¿quién osa, todavía, arrogarse el éxito?) con el futuro. Y tal esperanza no es absurda. Hoy en día, ante nosotros, vemos, en perspectiva, cuantiosa, sensata, gigantesca prole. Para nosotros, en el Nuevo Mundo, me parece mucho menos importante por lo que ha hecho que por lo que se espera de ella. Únicos entre las naciones, estos Estados han aceptado la tarea de dar formas de poder y operatividad permanentes, en campos cuya amplitud rivaliza con la acción del cosmos físico, a las especulaciones político-morales de los siglos, larga, muy largamente aplazadas, al principio democrático republicano, y a la teoría del desarrollo y la perfección por medio de normas voluntarias y autosuficientes. ¿Quién, si no, ciertamente, excepto los Estados Unidos, ha aceptado hasta ahora esas cosas en la historia, y con fe inconsciente, actuando, además, en pos de ellas, y defendiéndolas, y garantizándolas?

Pero acabemos con los prólogos y vayamos derechos a la clave de esta idea. Advirtiendo, ante todo, que, aunque estos párrafos han sido escritos en épocas muy diferentes (en realidad se trata de una serie de memorándums, destinados, quizás, a futuros artífices y aquilatadores), y aunque podría acusárseles de contradecirse entre sí -porque hay lados opuestos en la gran cuestión de la democracia, como en cualquier cuestión realmente importante-, yo pienso que sus partes se fusionan armoniosamente con mis propias conclusiones y convicciones, presentándolas para que sean leídas solamente como una unidad, ya que cada página y cada aserción se ven modificadas y templadas por las demás. Recuérdese también que estos párrafos no son el resultado de estudiar la economía política, sino de, en el sentido normal, observar, vagabundear entre la gente, por estos Estados, durante estos agitados y vibrantes años de guerra y paz. No me detendré en torno a los espantosos peligros del sufragio universal en los Estados Unidos. En realidad, es para aceptar esos peligros y hacerles frente para lo que escribo. Para aquellos, sea cual fuere su sexo, en cuya mente arde la batalla, avanzando, retrocediendo, entre las aspiraciones y las convicciones democráticas y la tosquedad, los vicios, los caprichos del pueblo, es para quienes escribo este ensayo. Utilizaré las palabras Norteamérica y democracia intercambiablemente. Y el problema no es corriente. Los Estados Unidos están destinados, o bien para superar la espléndida historia del feudalismo, o para demostrar el más tremendo fracaso del tiempo. Y no abrigo la menor duda sobre las posibilidades prácticas de su éxito material. El triunfante futuro de sus departamentos de negocios, geografía y producción, y de muchísimas cosas más, es seguro. En todos esos aspectos, la república tendrá pronto (si no lo ha hecho ya) que dejar atrás todos los ejemplos hasta ahora visibles, y dominar al mundo entero.

Admitiendo todo lo cual, con el valor inapreciable de nuestras instituciones políticas, el sufragio general (y reconociendo plenamente la última, más grande apertura de las puertas), oso decir que, más hondo que todo eso, lo que final y únicamente hará de nuestro mundo occidental una nacionalidad superior a todas las hasta ahora conocidas, y dejando en cueros al pasado, habrán de ser las vigorosas y hasta ahora insospechadas literaturas, las perfectas personalidades y sociologías, originales, trascendentales y capaces de expresar (lo que, en su sentido más alto, todavía no ha sido expresado en absoluto) la democracia y lo moderno. Con todo esto, y de todo esto, yo promulgo nuevas razas de Maestros, y de Mujeres Perfectas, indispensables para el natalicio de un Nuevo Mundo. Porque el feudalismo, la casta, las tradiciones eclesiásticas, aunque palpablemente apartándose de las instituciones políticas, siguen poseyendo esencial y enteramente, por su espíritu, incluso en este país, los más importantes campos, más aun, el subsuelo mismo, de la educación, de las normas sociales y de la literatura.

Yo afirmo que la democracia no podrá nunca mostrarse como es allende la pura teoría si no se lanza a fundar y a cultivar lujuriantemente sus formas nuevas de arte, poemas, escuelas, teología, desplazando todo cuanto existe o que haya sido producido en cualquier momento o lugar del pasado bajo influencias contrarias. Me parece curioso que, mientras tantas voces, plumas, mentes, debaten en la prensa, en las salas de conferencias, en nuestro Congreso, etc., temas intelectuales, peligros pecuniarios, problemas legislativos, cuestiones de sufragio, tarifas laborales, y los diversos negocios y las benéficas necesidades de Norteamérica, junto con propósitos, remedios, merecedores con frecuencia de la mayor atención, haya una necesidad, un hiato, el más profundo de todos, que ningún ojo parece capaz de percibir, ninguna voz parece capaz de declarar. Nuestra fundamental necesidad actualmente en Estados Unidos, con intimísima, amplísima referencia a las actuales condiciones, y al futuro, es de una clase, y de la clara idea de lo que es una clase, de escritores indígenas, literatos, muy distintos, mucho más altos de categoría que cualesquiera otros ya conocidos, sacerdotales, modernos, capaces de hacer frente a las circunstancias, a las tierras, de penetrar en toda la masa de la mentalidad, el gusto, las creencias norteamericanas, insuflando en ella un nuevo hálito de vida, dándole decisión, afectando a la política mucho más que el superficial sufragio popular, con resultados palpables tanto dentro como debajo de las elecciones presidenciales o congresuales, irradiando, engendrando idóneos maestros, escuelas, maneras y, como su verdadero remate, consiguiendo (lo que ni las escuelas ni las iglesias y sus clérigos y eruditos han conseguido hasta ahora, pero sin lo que esta nación no podrá mantenerse en pie, permanente, sólidamente, ni más ni menos que como la casa que carece de base sobre la que levantarse) establecer un carácter religioso y moral bajo las bases políticas y productivas e intelectuales de estos Estados. Porque, ¿no sabías, querido, concienzudo lector, que la gente de nuestra tierra es capaz de leer y de escribir, y tiene el derecho de votar, pero carece por completo de las cosas más importantes? (Y esto lo digo para que tales cosas se recuerden.)

Examinado hoy en día, desde un punto de vista suficientemente abarcante, el problema de la humanidad en todo el mundo civilizado es social y religioso, y es preciso acabar enfrentándose con él y tratarlo literariamente. El sacerdote se va, la divina literatura viene. Nunca jamás fue nada tan esperado como, hoy en día y aquí, en estos Estados, el poeta o el gran literato de lo moderno. Es posible que, en todos los tiempos, el punto central de cualquier nación, y lo que más conmueve a ésta, permitiéndole, al tiempo, conmover a otras, sea su literatura nacional, sobre todo sus poemas arquetípicos. Es indudable que, por encima de todas las tierras pasadas, la justificación y la garantía (bajo ciertos aspectos, la única garantía) de la democracia norteamericana será una gran literatura original.

Pocos son los que se dan cuenta de que la gran literatura lo penetra todo, da color a todo, da forma a los conjuntos y a los individuos, y, de sutiles maneras, construye, sostiene, demuele con potencia irresistible y según su propia voluntad. ¿Por qué habrán de elevarse, en el recuerdo, sobre todas las naciones de la tierra, dos países específicos, poca cosa en sí, y, al tiempo, inexpresablemente gigantescos, bellos, columnarios? Judea, la inmortal, y Grecia, la inmortal, perviven en un par de poemas.

Y, más cerca. No se da cuenta, en general, la gente -pero es verdad, ya que el genio de Grecia y toda la sociología, personalidad, política y religión de esos estados griegos residía en su literatura y su estética-, de que lo que llegaría a ser con el tiempo el principal puntal de la caballería, el mundo feudal, eclesiástico, dinástico de Europa -formando su estructura ósea, manteniéndola unida durante cientos, miles de años, preservando su carne y su flor, dándole forma, decisión, redondeándola y, en consecuencia, saturándola de sangre consciente e inconsciente, de formación, de intuiciones, de hombres, y que aún sigue poderosa en nuestros días, a pesar de los tremendos cambios de los tiempos-, fue su literatura, capaz de penetrar hasta la mismísima médula, especialmente esa parte esencial de ella que son sus encantadoras canciones, baladas y poemas.

Bien sé que la ostentación de los ojos y de los sentidos son guerras, revueltas o caídas de dinastías, cambiantes movimientos comerciales, importantes inventos, navegaciones, gobiernos civiles o militares, la aparición de poderosas personalidades, vencedores, etc. Y cierto es que todo esto tiene un papel; sin embargo, puede ser que un solo pensamiento nuevo, la imaginación, el principio abstracto, incluso el estilo literario, encajando en su momento, conformado por algún gran literato y proyectado sobre la humanidad, cause debidamente cambios, crecimientos, mudanzas, más grande todo ello que la más larga y sangrienta guerra o que el más sorprendente vuelco puramente político, dinástico, comercial.

En una palabra, aunque pueda no ser evidente, es estrictamente verdad que unos pocos poetas, filósofos y escritores de primera fila han asentado esencialmente y dado categoría a la totalidad de la religión, la ley, la sociología, etc., del hasta ahora civilizado mundo, matizando y con frecuencia incluso creando las atmósferas de las que han surgido, imprimiendo, y más que nunca imprimiendo, el interior y la verdadera construcción democrática de este continente americano, hoy y en días aún por venir. Recuérdese también este dato diferenciador, que, a través de las antiguas y también medievales edades se formaron los más altos pensamientos e ideales, y se abrieron camino sus expresiones por medio de otras artes, tanto o incluso más que a traves de la literatura técnica (que no está abierta a la masa de la gente, o siquiera a la mayoría de la gente eminente), la cual literatura en nuestro día y para los objetivos actuales no es sólo más oportuna que todas las artes juntas, sino que se ha vuelto el único modo general de influir moralmente en el mundo. La pintura, la escultura y el teatro dramático, se diría, ya no ejercen una influencia indispensable, o importante siquiera, en el funcionamiento y la intermediación del intelecto, la utilidad o incluso la alta estética. La arquitectura permanece, indudablemente con capacidades y un verdadero porvenir. Y luego la música, la combinadora, nada más espiritual, nada más sensual, un dios, y, empero, completamente humano, avanza, domina, ocupa el lugar más alto; satisfaciendo ciertas necesidades y ciertos vacíos que ninguna otra cosa puede satisfacer. Y, sin embargo, en la civilización de hoy en día, es indudable que, por encima de todas las artes, es la literatura la que domina, la que alcanza allende cualquier otra cosa -forma el carácter de la iglesia y la escuela-, o, cuando menos, es capaz de hacerlo. Incluyendo en ella la literatura científica, su alcance es, ciertamente, incomparable.

Antes de seguir adelante, sería quizás oportuno discriminar en cuanto a ciertos detalles. La literatura labra sus cosechas en muchos campos, y algunos de ellos florecen, mientras otros se rezagan. Lo que yo digo en estas Perspectivas tiene su principal relación con la literatura de imaginación, en particular la poesía, la estirpe, el capital de todo. En el departamento de ciencia y en la especialidad del periodismo, parece haber en estos Estados promesas, quizás realizaciones, de la más seria índole, realidad, vida. Los cuales, por supuesto, son modernos. Pero en la región de los atributos imaginativos, axiales y esenciales, lo que se exige imperiosamente para nuestra edad y nuestras tierras es algo equivalente a la creación. Pues no sólo no basta que la nueva sangre, el nuevo marco de la democracia se vivifique y se mantenga ensamblado puramente por medios políticos, sufragio superficial, legislación, etc., sino que, además, me parece claro que, a menos que penetre más profundamente, se haga, cuando menos, más firme y cálidamente a los corazones, las emociones y las creencias de los hombres, como, en su día, hizo el feudalismo o el eclesiasticismo, e inaugure sus propias fuentes perennes, surtiéndose del centro para siempre, su fuerza será deficiente, su crecimiento dudoso, su principal encanto ausente. Auguro, por consiguiente, la posibilidad, si surgen dos o tres poetas norteamericanos verdaderamente originales (artistas, quizás, o conferenciantes), abarcando el horizonte como planetas, estrellas de primera magnitud, que, desde lo alto de su eminencia, fusionando aportaciones, razas, lejanos lugares, etc., darán, juntos, más consolidación y más identidad moral (cualidad ésta, la más necesaria hoy en día) a estos Estados que todas sus constituciones, legislaciones y judicalidades, y que todas las experiencias políticas, bélicas o materialísticas que han tenido hasta ahora. De la misma manera que, por ejemplo, apenas podría ocurrir nada capaz de servir mejor a estos Estados, con su cuantiosa variedad de orígenes, sus diversos climas, ciudades, normas, etc., que poseer un conjunto de héroes, caracteres, hazañas, sufrimientos, prosperidad o menoscabo, gloria o vergüenza, comunes a todos, típicos de todos, así también sería no menos importante, sino incluso más todavía, poseer la conjunción de un racimo de poderosos poetas, artistas, maestros, adaptados a nosotros, expresadores nacionales, comprendedores y exhaladores para los hombres y mujeres de estos Estados de cuanto es universal, nativo, común a todos, tanto del interior como de las costas, tanto del norte como del sur. Los historiadores dicen de la Grecia antigua, con sus siempre celosas autonomías, ciudades y estados, que la única unidad positiva que poseyó o recibió fue la triste unidad de una sujeción común, al final, bajo la égida de conquistadores extranjeros. La sujeción, un racimo de este tipo, es imposible en Norteamérica; pero el miedo de interiores conflictivos e irreconciliables, y la falta de un esqueleto común, que nos vincule íntimamente a todos, nunca deja de obsesionarme. O, si no lo hace, nada resulta más claro que la necesidad, dentro de un largo tiempo, de una fusión de estos Estados en la única identidad fiable que es la identidad artística y moral. Porque afirmo que la verdadera nacionalidad de estos Estados, su auténtica unión, cuando se cae en una crisis moral, es, y ha de ser, al fin y al cabo, no la ley escrita ni (como generalmente se piensa) el egoísmo o los comunes objetos pecuniarios o materiales, sino la férvida y tremenda IDEA, que funde todo lo demás con irresistible calor y fusiona todas las menores y concretas distinciones en un vasto, inconcreto, espiritual, emocional poder.

Se puede aducir (y reconozco el peso de tal aducción) que la común y mundana prosperidad general, y un populacho acomodado y surtido con todos los conforts materiales de la vida, es, sin duda, lo principal, pero, así y todo, no es suficiente. Se puede argüir que nuestra república, a todas luces, está realmente promulgando hoy lo más grandioso en arte, poesía, etc., y transformando la selva en fértiles campos, y con sus ferrocarriles, barcos, maquinaria, etc. Y cabe también preguntar: ¿no son tales cosas, ciertamente, mejores para Norteamérica que cualesquiera frases de incluso el más grande rapsoda, artista, literato?

También yo doy la bienvenida a esos logros lleno de júbilo y orgullo: y a continuación respondo que el alma del hombre no sólo con eso -no con esto, en absoluto- se satisfará finalmente; sino que necesita lo que (erguida sobre éstas y sobre todas las cosas, como los pies se asientan sobre el suelo) va dirigido a lo más alto, y solamente a lo más alto, o sea: a ella misma, y nada más que a ella misma.