Image: El anarquista que se llamaba como yo

Image: El anarquista que se llamaba como yo

Letras

El anarquista que se llamaba como yo

Pablo Martín Sánchez

4 enero, 2013 01:00

Pablo Martín Sánchez. Foto: Pierluigi Greco

Acantilado, 2012. 614 páginas, 26 euros


Lo mejor antes de hablar de esta novela es declararse formalista a ultranza. Es decir: no queramos ir mucho más allá de lo que cuentan sus páginas, porque si nos enteramos de que su autor ha dedicado varios años de su vida a estudiar la obra de Georges Perec, Queneau o Calvino tal vez desconfiaríamos de lo que nos dicen. Aunque vaya por delante que la magnífica variedad de registros de este escritor de 35 años, autor de un estupendo libro de relatos anterior (Fricciones, EDA, 2011) y de una colección de microcuentos que no debería permanecer inédita, resulta sospechosa. Estamos ante un escritor inquieto, exigente y, espero, imparable.

En el prólogo de esta extensa novela, el autor nos cuenta que un ya lejano día practicó "egosurfing". Es decir: se buscó a sí mismo en Google. El resultado fue que tropezó con un homónimo, otro Pablo Martín Sánchez, nacido casi ocho décadas atrás, anarquista y condenado a garrote en 1924 por formar parte de una conspiración anarquista contra la dictadura de Primo de Rivera. La curiosidad que ese personaje despierta en el autor es tan grande que se lanza sin dudarlo a las pesquisas. Desde el mismo registro civil la búsqueda no deja de reparar sorpresas. Contacta con una pariente del personaje y viaja a París en busca de más rastros. Y el resultado es esta historia, una reconstrucción novelada de las peripecias de un hombre que se vio inmerso en una revolución en la que sólo creía en parte, y que terminó pagándolo con una muerte ignominiosa e injusta.

Pero no piense el lector que se queda Martín Sánchez sólo con la anécdota política. Hay, en primer lugar, una mirada de fascinación hacia la época estudiada. Pululan por sus páginas interesantes personajes como Blasco Ibáñez, al que se rinde un cariñoso homenaje. Los episodios más significativos del anarquismo de entreguerras aparecen con lujo de detalles -como la Semana Trágica barcelonesa de 1909-, pero también hay un importante tejido ficcional, bien urdido, detallista, emocionante. Asistimos también a episodios nada políticos pero necesarios para la trama novelesca, como el descubrimiento del cinematógrafo por el protagonista, aún niño, o el no menos relevante de las emociones, la amistad y el amor. Martín engarza los episodios históricos y los inventados con una seguridad pasmosa.

Acaso el único matiz que conviene hacerle al libro sea producto de la maniática voluntad del autor de documentarlo todo. Creo que una poda ligera la hubiera hecho aún más intensa. Aunque, sin duda, no se trata de nada que vaya en detrimento de la magnitud de la novela, que es indudable. Esa misma obsesión por el detalle, por un rigor que parece más patrimonio del historiador que del novelista, hace que el autor haya querido insertar al final del libro una nota final que viene a dar in extremis un giro sorprendente a la trama. Sea cierta o no, esa finta es magnífica.

Sólo una nota final, a modo de curiosidad: Si Pablo Martín Sánchez repite hoy la búsqueda en Google, no hallará ni rastro de su tocayo el anarquista. Ahora él y su libro lo copan todo.