Image: Ian Gibson

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Letras

Ian Gibson

"A Prim lo mató la envidia nacional"

20 junio, 2012 02:00

Ian Gibson, en el cruce de las calles de Alcalá y Marqués de Cubas (antes del Turco), justo donde asesinaron a Prim. Foto: Joao Veira.

El hispanista dublinés publica La berlina de Prim, novela ganadora del Premio Fernando Lara en la que intenta esclarecer la misteriosas tramas ocultas tras el magnicidio del político y militar catalán

El sumario de su magnicidio de Prim, cuyo original tenía 18.000 páginas, quedó carcomido por la humedad en los juzgados de Plaza de Castilla durante el franquismo. En la actualidad se encuentra a buen recaudo en el despacho del decano de esta instancia judicial, pero los embates del tiempo y la desatención lo han reducido a 7.500 páginas (este verano quien tenga curiosidad en el documento lo puede contemplar en la Universidad Camilo José Cela). El presidente del gobierno español tras el derrocamiento de Isabel II, el hombre que puso a un rey italiano (Amadeo de Saboya) en el trono español, fue asesinado en la noche del 30 de diciembre de 1870 en las confluencia de la calle de Alcalá y Marqués de Cubas (del Turco entonces). En ese punto hoy no figura ni una mísera placa que recuerde a los viandantes que pasó allí: un lamentable acontecimiento que marcó -para mal- el curso de la historia de este país. Están las espaldas robustas del Banco de España e Ian Gibson, que se ha citado con elcultural.es en tan simbólico emplazamiento.

El hispanista dublinés acaba de publicar La berlina de Prim (Planeta), novela con la que ganó el Premio Fernando de Lara 2012. Su oronda cabeza se balancea de un lado a otro en un gesto inequívoco de contrariedad: "La amnesia en España es muy grave". Esta obra es un nuevo intento del hispanista irlandés (nacionalizado español en 1984) por combatirla. Lo lleva haciendo desde hace décadas, desde que renunció a querencia por la cultura francesa en favor de la española, gracias al "magnífico departamento de hispanistas que había en el Trinity College cuando estudiaba allí". "Yo habría escrito una biografía de Verlaine y otra de Baudelaire, que eran los poetas que me fascinaban de joven. Pero no me arrepiento de aquel golpe de timón". Fue a raíz de la lectura de un afrancesado nicaragüense, ni más ni menos que Rubén Darío, como desembocó en Lorca. Al leer al autor del Romancero gitano sintió un chispazo de pasión. Escribió La muerte de Lorca a principios de los 70, una obra con una tremenda repercusión internacional, y su destino ya quedó para siempre ligado a España.

En su labor de hispanista ha hecho diversas escalas en figuras emblemáticas de nuestra cultura y nuestra política. José Antonio, Calvo Sotelo, Antonio Machado, Dalí, Cela... Ahora ha recalado en Prim, "porque representa otro intento truncado de asentar la democracia y la libertad en España". La celada que le tendieron al salir del congreso, con dos carruajes atravesados en el camino de su berlina, se presta, además, muy bien a un thriller histórico. Al fin y al cabo, el caso jamás quedó esclarecido de forma definitiva y los sospechosos eran múltiples y variados (republicanos, monárquicos, delincuentes comunes...). Gibson se saca de la chistera un periodista de origen irlandés que viene a España a investigar el oscuro episodio. Es hijo de Robert Boyd, éste sí es un personaje histórico: uno de los conjurados contra Fernando VII en compañía del general Torrijos, y ejecutado por un pelotón de arcabuceros también junto a él en la playa del Bulto en Málaga (momento de tremenda intensidad dramática magistralmente reflejado por el pintor Antonio Gisbert).

Puede verse a Prim como otra figura moderada, de la tercera España, deglutida por los extremistas situados a su izquierda y su derecha. Y como otra víctima de esa tara tan hispánica que Ortega y Gasset denominó "aristofobia": odio a los mejores. De hecho, Gibson ha elegido una cita de otro eximio miembro de esa España razonable (y razonante) como preámbulo de La berlina de Prim. Es de Gregorio Marañón: "Aquí todo hombre que sube parece que sube para servir de blanco al rencor de los que están abajo"."Es lo mismo que pasa en Irlanda. No sabes cuántas veces he escuchado yo a compañeros míos, periodistas y escritores, que Joyce a su lado es un mediocre", explica Gibson. Prim subió mucho, llegó a ser el hombre más poderoso del país y no se lo perdonaron. Su proyecto de asentar una monarquía constitucional se fue al garete. Tras la caída de Amadeo Saboya, su apuesta frente a los borbones, vino una república, la primera, a la que no tardaron en cortarle las piernas. Y volvimos a la espiral de bandazos que tuvo en el 36 el sangriento epílogo que todos conocemos.

Ese fue el año en que mataron a Lorca, en los primeros compases de la guerra. Gibson lleva décadas investigando que pasó aquella madrugada negra. Obsesionado. El verano pasado se llevó un buen chasco cuando las excavaciones de la Junta de Andalucía no dieron con los restos del poeta granadino en lugar donde él lleva años diciendo que está. Pero él no está conforme con cómo se llevó este rastreo: "Es un tema que me sigue martirizando. Creo que se debería formar una nueva junta para empezar de nuevo. Y me gustaría que esta vez me consultaran, porque la anterior no lo hizo y eso me hirió profundamente".

- Pero excavaron donde usted dijo...
- Ya, pero de acuerdo a algo que escribí en 1971. A mí, y a Agustín Penón, nos convencieron de que estaba ahí. Además, se excavó en una zona muy limitada. Habría que ampliar el perímetro. ¿Por qué no lo hicieron?

Gibson se lo sigue preguntando. También se sigue preguntando quién mató a Prim. Y aconseja a los historiadores que tengan tiempo ("Yo puedo profundizar más, ahora estoy con Buñuel. Espero tener el primer tomo de su biografía para el año que viene") que vayan al Tribunal Supremo. Allí está el apuntamiento del caso de este magnicidio, una especie de resumen del extensísimo sumario. El hispanista dublinés estuvo allí alguna mañana, lo justo para sacar la información necesaria para su novela, pero está seguro de que en esos folios hay datos que pueden dar pie a conclusiones más fundadas sobre el misterioso asesinato. Y lanza el guante para que lo recoja un historiador. Ya decimos: con tiempo y ganas.