Image: José Ovejero: El mal no existe

Image: José Ovejero: "El mal no existe"

Letras

José Ovejero: "El mal no existe"

El autor madrileño explora la relación entre el crimen y la literatura en su ensayo Escritores delincuentes

14 septiembre, 2011 02:00

José Ovejero

Para José Ovejero (Madrid, 1958), el mal es mucho más interesante que el bien, y lo dice con su amplia sonrisa y su tono afabilísimo, que no abandonará en ningún momento de la conversación. Es ese contraste entre gesto y palabra el que nos permite vislumbrar cierta picardía sosegada en su mirada. Su frase, por cierto, responde a la primera pregunta de la entrevista: "¿Por qué Escritores delincuentes y no Escritores honrados?". Por su libro desfilan una larga lista de autores dispares que cometieron delitos de diferente gravedad, desde la pequeña estafa al asesinato: William Burroughs, Anne Perry, Álvaro Mutis, François Villon, Maurice Sachs, Jean Genet... El tema, como reconoce el autor, tiene morbo y gancho, pero la justificación del libro en realidad es más profunda: "A pesar de las enormes diferencias entre unos casos y otros, hay unos temas comunes a todos ellos muy interesantes: la culpa, la valoración que los autores hacen del delito, su idea de justicia, la duda de si es la sociedad más culpable que el individuo o las dificultades de alguien que ha pasado quince años en la cárcel y queda de repente en libertad".

Pregunta.- En el libro adopta una postura moral distante. Repite constantemente: "No seré yo quien lo juzgue". ¿Es un rasgo que le caracteriza también fuera de estas páginas?
Respuesta.- Creo que es una continuación de lo que hago en la ficción. Si juzgas a los personajes los limitas con tus prejuicios, tu moralidad, tus simpatías y antipatías. Los personajes que serían los malos en una película de Hollywood siempre tienen en mis novelas sus sombras y sus luces. No me interesan los malos, me interesa ver al personaje, entenderlo y saber cómo funciona. No tenía ningún sentido que yo hiciera un juicio moral de los autores incluidos en el libro, sino entenderlos; por ejemplo, entender a Jean Genet, que me costó mucho, ya que es una persona muy lejana a mí en su manera de comportarse, de pensar y de escribir. Para mantener esa distancia con los personajes, después de conocer personalmente a Abdel Hafed Benotman decidí que no conocería a nadie más, porque entonces entra en juego la simpatía. Es una persona que me cae de maravilla, pero eso me quita objetividad. Llegó un momento en el que me preguntaba: "¿Le gustará a Benotman lo que estoy escribiendo de él?", y no puedes hacer eso. Tienes que mantener la distancia, aunque estoy encantado de haberlo conocido; de hecho, va a presentar conmigo el libro en el Instituto Cervantes de Bruselas.

P.- Dice usted que los escritores se acercan a los delincuentes porque no han vivido experiencias extraordinarias en su propia piel. ¿Es su caso?
R.- Cualquier vida da para bastantes libros, incluso la más rutinaria y anodina. Sin embargo, los escritores delincuentes tienen una experiencia de la vida muy lejana a la de la mayoría de nosotros. Por eso, acercarse a este tipo de experiencias es muy interesante para un escritor.

P.- Al referirse a William Burroughs, dice: "Es fascinante alguien que nunca se siente obligado a justificarse". ¿Es la moral una carga inevitable, una molestia necesaria para convivir?
R.- La moral es como la ley: útil, pero no objetiva. Son acuerdos que, efectivamente, ayudan a convivir. Por eso es muy interesante leer a aquellos que se saltan ese acuerdo, algunos de una manera muy consciente, como el caso de Burroughs, Benotman o Bunker, que sencillamente no aceptan esa moral ni la justicia de la ley vigente. De hecho, algunos consideran que la sociedad es mucho más delictiva que el pequeño delincuente. Son gente que tiene otro tipo de percepción, pero que encaja curiosamente con la nuestra: nosotros sabemos que la sociedad es injusta, que la ley protege más a unos determinados sectores que a otros, que hay delitos que se castigan de una manera desproporcionada dependiendo de quién los cometa y a quién afecte. Entonces de alguna manera empiezas a ver la sociedad desde el otro lado, desde aquél que no está de acuerdo con ella. Eso comunica con el rebelde que todos llevamos dentro y esa identificación deviene en fascinación.

P.- Aunque sea difícil comparar la magnitud de diferentes delitos, ¿qué escritor ocupa la cúspide del delito?
R.- Los delitos contra la vida humana me parecen los más graves. Puedo entender la situación en que se cometen, puedo entender la predisposición a la violencia por la vida llevada, pero me siguen pareciendo los más graves. Delitos como los de Jimmy Boyle, Hugh Collins, o incluso delitos algunos de ellos que se han escapado a una pena grave como el de Burroughs, que mató a su mujer jugando a Guillermo Tell. Eso no significa que los personajes me parezcan más aborrecibles, de hecho siento cierta simpatía por alguno de ellos. Pero como delito evidentemente me parece mucho más grave que una malversación de fondos o un atraco con una navaja.

P.- ¿Cuál es el caso más interesante de delincuente que se convierte en literato gracias a la cárcel?
R.- El del costarricense José León Sánchez. Era completamente analfabeto cuando llegó a la cárcel y se dio cuenta, como tantos otros, de que la literatura sirve para muchas cosas. En primer lugar, como liberación, para crear mundos fuera de la cárcel en los que ellos deciden lo que sucede. Pero también utilizaron la literatura por otras dos razones: porque a través de ella podían denunciar las injusticias que ocurren dentro de la cárcel y, desde un punto de vista más materialista, porque si tienes éxito con la escritura tienes algo que hacer cuando salgas de la cárcel. A Edward Bunker le preguntaron: "¿Por qué no volvió a delinquir?", a lo que contestó: "Porque tuve éxito con la literatura". Otra cosa que dijo Bunker, con cierta ironía, es que después del éxito de Hermanos de soledad, de George Jackson, el ruido que más se oía en la cárcel era el de las máquinas de escribir, porque todo el mundo quería escribir una novela para tener un medio de vida a la salida.

P.- Volviendo a la primera pregunta, ¿se encuentra a título personal más cerca de los escritores delincuentes o de aquellos con una vida ejemplar?
R.- Yo no creo en las vidas ejemplares. A menudo me preguntan: "¿Por qué esta atracción por el mal?" Pero yo creo que el mal no existe, en ese sentido metafísico; existen los actos dañinos. De los escritores que llevan una vida ejemplar lo que me interesa es únicamente su literatura. Además, las vidas ejemplares implican a menudo que sencillamente no conocemos aquello que no ha sido ejemplar, pero no que no exista. En cambio, en el escritor delincuente su biografía y su obra se mezclan de una manera mucho más intensa y eso es precisamente lo que me atrae de ellos.