Letras

Nada será como antes. Sobre el movimiento 15-M

Carlos Taibo

11 julio, 2011 02:00

Catarata, 86 pp.

Carlos Taibo es profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y activista en diversos movimientos sociales. A dos meses del estallido de la llamada spanishrevolution, su libro Nada será como antes. Sobre el movimiento 15-M es uno de los primeros análisis interpretativos del fenómeno y su repercusión social, política y mediática, "desde un lugar que está muy cercano al que ocupan quienes organizaron las manifestaciones del 15 de mayo".


El porqué del éxito del movimiento 15-M

I

El movimiento 15-M alcanzó un eco inesperado por varias razones que, mal que bien, dan cuenta de por qué acabó por producirse lo que tantos interpretábamos debía haber cobrado cuerpo mucho antes. La primera de esas razones fue la innegable habilidad de los organizadores de las manifestaciones del domingo 15 de mayo. Éstos no sólo supieron mover con enorme inteligencia y profesionalidad, y con mucho trabajo, los resortes que ofrecían las redes sociales: captaron con mucha lucidez las posibilidades que se abrían camino en un momento muy preciso.

Entre sus capacidades conviene agregar, con todo, otra: eran conscientes de las taras que desde hace mucho acompañan a las convocatorias monopolizadas, en un grado u otro, por una u otra sigla. De resultas, se inclinaron por sacar adelante una iniciativa en la que las siglas pasaban felizmente a un segundo plano (aunque la lista de organizaciones que se sumaron a la convocatoria de las manifestaciones del 15 de mayo era pública, su relieve dentro de la propia página web de la plataforma Democracia Real Ya fue siempre claramente menor), rasgo que pervivió inalterado a lo largo de las movilizaciones; en la Puerta del Sol madrileña, en singular, nadie llevaba distintivos partidarios. En este sentido, las manifestaciones en cuestión, que a buen seguro atrajeron a muchos miembros de movimientos sociales, partidos y sindicatos, se caracterizaron ante todo porque quienes a ellas acudieron lo hicieron bajo la premisa, nunca verbalizada pero universalmente aceptada, de que no estaban allí para representar a sus organizaciones respectivas.

II

Lo que acabo de decir bien está que se vincule con dos circunstancias que al poco se me hicieron evidentes en la manifestación madrileña del 15 de mayo, que terminó, por cierto, con un ejemplo más de represión policial descarnada. La primera queda bien retratada de la mano del comentario de una colega: "No conozco a nadie". Es sencillo recoger lo que había por detrás: por primera vez en mucho tiempo, y por primera vez con un contenido reivindicativo sólido, se daban cita en una manifestación gentes que hasta entonces se hallaban lejos -o al menos eso parecía- de demandas como las que se expresaban en la calle de Alcalá camino de Sol. Aunque allí estaban presentes, claro que sí, muchos de los activistas que se había dejado la piel durante años -durante decenios- en la contestación del sistema imperante, ahora estaban acompañados por muchas más gentes.

La segunda circunstancia me obliga a reseñar la que fue la reacción inicial de algunos de esos activistas de siempre que he mencionado en el párrafo anterior: una actitud recelosa ante algo que, por un lado, no comprendían y, por el otro, no acababa de gustarles. En esa reacción inicial, pronto superada, se impuso la percepción de que el discurso que pasaba a tomar la manifestación, asentado en una crítica frontal de las instituciones todas del establishment -parlamentos, partidos, sindicatos, empresas, iglesias y monarquías-, alcanzaba en un grado u otro a las propias organizaciones en las que militaban estos amigos, bien lejos, por cierto, del establishment. Aunque algo de esto último pudiera haber, en la forma ante todo de una denuncia de la a menudo lacerante ineptitud de esas organizaciones, pronto los recelos se desvanecieron. Lo hicieron, tal vez, de la mano de una combinación razonablemente sabia -volveremos sobre ello- entre la condición espontánea que impregnaba buena parte de las iniciativas que empezaban a manifestarse y el carácter visiblemente organizado, bien que sin imposiciones ni coacciones, del movimiento que estaba cobrando cuerpo.

III

Prosigamos, aun así, con nuestro intento de explicar por qué lo que al poco se conoció como movimiento 15-M alcanzó un éxito inesperado. A la habilidad de sus promotores hay que sumar, en un segundo estadio, los activos que se derivaron de un descontento general entre la población. Conviene subrayar el carácter general de tal descontento, bien palpable en las conversaciones que se escuchaban en la calle. Al respecto se reunieron elementos varios: el rechazo de lo que supone la clase política, la extensión de los casos de corrupción, la estéril escenificación de aparentes confrontaciones entre los grandes partidos, la certificación de que los bancos y las corporaciones económico-financieras no dejaban de ganar dinero mientras recibían cuantiosos recursos públicos, una legislación laboral que producía sonrojo y, en fin, las secuelas de medidas de ajuste traducidas en recortes en derechos sociales, en la educación y en la sanidad. No es difícil arribar a la conclusión de que, con estos antecedentes, fueron muchos los ciudadanos comunes que sintonizaron rápidamente con el movimiento que nacía.

IV

Hay que abrir los ojos a un tercer elemento que le dio alas al movimiento 15-M. Me refiero al caos que se ha ido asentando en las universidades -en realidad venía de lejos-, visiblemente ahondado por ese formidable ejemplo de corrosión terminal del capitalismo que es el plan de Bolonia. No es ningún secreto el hecho de que muchos de los jóvenes que salieron a la calle el 15 de mayo, y muchos de los que se sumaron a manifestaciones y concentraciones en los días sucesivos, eran -o habían sido bien poco antes- estudiantes universitarios que habían tenido la oportunidad de palpar una doble realidad. Mientras, por un lado, saltaban a la vista las señales de activos procesos de privatización y mercantilización de la universidad pública, por el otro se hacía evidente por momentos cómo esa corrosión terminal del capitalismo de la que acabo de hablar se revelaba en el espacio universitario: si el sistema que se nos impone fuese moderadamente sagaz, hubiera dejado las cosas como estaban, siquiera fuese provisionalmente, y se hubiera abstenido de aplicar un plan como el de Bolonia en un escenario de notables estrecheces presupuestarias. La ausencia, dramática, de los frenos de emergencia que en el pasado tantas veces permitieron que el capitalismo salvase la cara tiene en estas horas efectos indelebles, alguno de ellos inesperadamente saludable: una repentina toma de conciencia de muchos estudiantes universitarios que ahora saben qué es lo que les espera.

V

Tampoco hay que dejar de lado el efecto estimulante que, por una vez, y no sin paradoja, tuvieron las elecciones autonómicas y municipales previstas para el 22 de mayo. La campaña electoral ofreció un terreno de juego adecuado para que los mensajes disonantes que nacían de las movilizaciones encontrasen un eco inesperado. Al respecto, y de nuevo, hay que alabar el talento táctico de los convocantes de aquéllas, que bien hicieron en escoger la fecha del 15 de mayo, en el ecuador de la campaña mencionada, para escenificar su protesta general. No está de más recordar al respecto que esta última emergió como un aldabonazo en el magma apropiado: el de la tristeza que marcaba indeleblemente una campaña electoral en la que muchos apreciaron no se escenificaba otra cosa, como tantas veces en el pasado, que la vaciedad del discurso de políticos y partidos.

VI

Tuvo también su relieve, claro que sí, el eco simbólico de la revuelta árabe. Muy pocos meses antes habíamos podido comprobar cómo las manifestaciones en Túnez y en El Cairo, y son dos ejemplos entre varios, producto del trabajo de años de activos movimientos sociales, de las posibilidades que ofrecen nuevas tecnologías y de una apreciable espontaneidad, acababan por derribar dictaduras que en apariencia se hallaban sólidamente apuntaladas.

Ya sé que alguien aducirá que las circunstancias tunecinas y egipcias eran muy diferentes de las nuestras. El hecho de que eso sea innegable no acierta a ocultar, sin embargo, que el relato mediático que se nos ofreció de la revuelta árabe vino a acrecentar su influencia simbólica. Lo digo de otra manera: aunque a buen seguro no era la intención de los manipuladores y superficiales medios de incomunicación que padecemos, muchos pasamos a preguntarnos cuándo llegaría nuestro turno. Fui al respecto uno de entre tantos cuando, en una de las presentaciones madrileñas de los dos últimos libros de Ramón Fernández Durán -el texto se incluye en uno de los apéndices-, me permití preguntarme dónde estaría, en Madrid, nuestra plaza Tahrir. No me cuesta trabajo reconocer, eso sí, que en las horas en las que estas líneas se escriben el futuro de nuestra revuelta es tan incierto como el de la árabe, atrapada como se halla ésta en delicados cambalaches y sometida a la férula represora, ya no de Ben Ali o de Mubarak, sino de los filantrópicos gobernantes occidentales.

Momento es éste de subrayar que en lo que cobró cuerpo a partir del 15 de mayo no sólo era apreciable, en un grado u otro, la huella de la revuelta árabe: estaban vivas en las retinas, también, movilizaciones como las que en los meses anteriores se habían registrado en Grecia y en Portugal, e iniciativas como la que, en Islandia, se había traducido en la firme decisión de evitar que los banqueros salvasen la cara con los recursos de todos.

VII

No me gustaría dejar en el olvido otro factor importante: el trabajo de años, de decenios, de los movimientos sociales críticos y de muchas de las instancias acompañantes. Entiéndase bien lo que quiero decir: sin ese trabajo lo ocurrido el 15 de mayo y en las jornadas posteriores hubiera sido literalmente impensable, algo que por sí solo nos invita a concluir que no nos equivocábamos cuando, como hormiguitas, seguíamos acumulando alimento para el futuro. Durante años me he visto repetidas veces obligado a subrayar, en un terreno afín, que nuestros movimientos sociales críticos maduraban sin alharacas, poco a poco, poniendo semillas. Al respecto, y en singular, habían conseguido dejar atrás el relativo trauma de las manifestaciones contra la guerra de Iraq de 2003, cuando una ilusión óptica hizo que tantos pensasen que se estaba produciendo un cambio radical, y para bien, en la percepción popular de hechos complejos: muchos activistas aprendieron entonces que las manifestaciones masivas son tan estimulantes como engañosas, o lo son al menos si por detrás no hay un trabajo activo en la base de la sociedad. Ojo que no estoy dando por cierto que hemos resuelto el problema correspondiente: me estoy limitando a certificar que esos denostados movimientos sociales de los que hablo han sido vitales para generar el escenario en el que ha cobrado cuerpo el proceso iniciado el 15 de mayo.

Debo referirme, eso sí, a la otra cara de la cuestión: si la presencia y la acción de los movimientos sociales es decisiva para dar cuenta de lo ocurrido, esto último, lo ocurrido, refleja al tiempo las carencias en las estrategias desplegadas por aquéllos. A menudo lastrados por una preocupante falta de imaginación y por problemas graves a la hora de evaluar lo que ocurría en unos u otros sectores de la población, los movimientos sociales tienen que reflexionar seriamente sobre sus carencias, siquiera sólo sea a efectos de calibrar por qué otros, más sensibles y hábiles, y bien que muy próximos, han sido capaces de aprovechar, para conducirnos a un escenario nuevo, el cauce por ellos abierto.

VIII

En este rápido repaso de razones que explican el inicial y fulgurante éxito de las movilizaciones del 15 de mayo me veo en la obligación de mencionar una última: el hecho de que en su estadio inicial, el de la fecha reseñada, el movimiento hubiese superado todas las expectativas atrajo hacia él inmediatamente a muchas gentes. No estoy enunciando nada novedoso: cuando una iniciativa desborda las expectativas en torno a ella creadas, genera a su alrededor una atracción muy superior. A ello no fueron ajenas, en este caso, la escasa inteligencia de muchas de las declaraciones de los dirigentes políticos, la hilarante y conspiratoria verborrea de los tertulianos y, en suma, las secuelas de decisiones legal-policiales que le dieron paradójicas alas al movimiento.