Image: Cuerpos divinos

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Letras

Cuerpos divinos

Guillermo Cabrera Infante

2 abril, 2010 02:00

Guillermo Cabrera Infante. Foto: Carlos Miralles

Galaxia Gutenberg, 2010. 556 páginas. 23'50 euros.


Se declara en la "Nota de los Editores", al inicio de este libro póstumo del escritor cubano, que éste se inició durante su estancia como agregado cultural de Cuba en Bruselas en 1962 y trabajó en él hasta sus últimos días (falleció en Londres el 21 de febrero de 2005). Desde su enfermedad (1972) volvió una y otra vez a modificar un texto que conjeturamos que Miriam Gómez, Ella en el libro, dirigiría u ordenaría la versión mecanográfica última: "el método de trabajo de Cabrera consistía en largas elaboraciones de una misma historia, que luego corregía una y otra vez, bien sobre el mismo manuscrito, bien en infinidad de cuadernos y hojas sueltas, con una caligrafía grande que a veces le servía para desarrollar una simple frase o para anotar una cita que posteriormente incorporaría al libro".

Pero lo que cuenta en este caso, ante un libro que tan sólo podemos conjeturar en qué condiciones lo habría ofrecido el autor, es valorar el texto según acaba de publicarse. De hecho, conviene decir desde un principio que nos hallamos ante un texto excepcional, unas memorias apenas encubiertas, que habrían de resultarle también dolorosas, especialmente en su última parte, cuando describe apresuradamente su fervor inicial por la Revolución, pese a que ya advierta determinados errores, que han de llevarle a duras críticas a Fidel Castro, pero en este paisaje pre y postrevolucionario desfilarán figuras emblemáticas de la cultura y de la política no sólo cubana: a destacar el papel de algún exiliado republicano español. Pero otro significado quiso otorgársele a este libro memorialístico, como puede advertirse en la p. 285: "¡Pobre Paula Romero, ni siquiera en estas memorias en que quiero celebrar a todas las mujeres que se cruzaron en mi vida por este tiempo, tiene ella un lugar cálido!". Cabrera Infante era, pues, consciente de que estaba escribiendo un libro de memorias, aunque centrado en sus fracasos amorosos, aunque escribiera siempre un mismo libro.

El título elegido -no sé si por el autor o los editores- es fruto de un pasaje de sus múltiples aventuras amorosas. En los preliminares amorosos con Margarita, a la que apellida y define como Mefisto, una muchacha de la buena sociedad cubana, ella, ante unos incómodos ruidos en las tripas del conquistador, le consuela: "-No importa -y añadió una frase que nunca olvidaré, más inolvidable que el momento-: No somos cuerpos divinos" (p. 345). Se ha comentado ya que Cabrera Infante venía a completar algo así como una trilogía, iniciada con Tres tristes tigres, novela con la que obtuvo el premio Biblioteca Breve en 1964, con la que coincidirá en el espacio y tiempo narrativo elegidos.

Pero Cuerpos divinos no pretende ser una novela y el narrador se identifica con claridad con el propio autor. Pero no nos hallamos ante una narración con voluntad experimental, como en otras de sus obras, pese a que en alguna ocasión juegue fonéticamente con las palabras o se sirva del inglés en los diálogos y convierta -en ello reside su máximo interés- a La Habana de los años 50 del pasado siglo, con sus redacciones de las revistas, avenidas, club... La recreación de los ambientes se corresponde con los diálogos reproducidos. Será la atracción hacia las numerosas mujeres, como pretendió, el motor del texto, así como las detalladas descripciones de sus aventuras eróticas, descritas con minuciosidad, evocando sentimientos y placeres con fervor casi religioso, todo ello acompañado hasta la tercera parte del libro, por vagas y frecuentes inquietudes políticas, en las que no se detiene. Desde luego, el autor había leído Vida secreta, atribuida a Henry Spencer Ashbey, un clásico de la literatura erótica y, tal vez, puedan observarse algunos paralelismos, aunque los objetivos no coincidan y mucho menos la nostalgia habanera, en ocasiones casi un bolero, que envuelve estas páginas.

Resulta difícil adivinar si el autor trabajó sólo sobre su memoria o si proceden de un diario. En todo caso, precisa en numerosas ocasiones: "Eso ocurrió en marzo de 1957 en que tantas cosas heroicas y miserables, bellas y horripilantes ocurrieron y Franqui estaba todavía detenido en el Buró de Investigaciones y Alberto preso en el Príncipe cuando asaltaron el Palacio Presidencial, el día 13 por la tarde. Recuerdo que yo estaba almorzando cuando me llamó Lydia Díez para decirme que por la radio habían dado la noticia de la muerte de Batista" (p.50). Falsa noticia, claro es. Pero en estos años, que finalizan con dos notas, una de 1961 y otra del año siguiente, Cabrera Infante vive todavía con su mujer, aumenta la familia, pese a mostrar casi una obsesión por las que denomina "ninfas".

Manifiesta además un cierto cinismo, tachado de irresponsable por su cuñada: "¿Cómo un hombre casado como tú saca de su casa a una muchacha para terminar trayéndosela a su cuñada para que la esconda de su hermana?" (p. 72). Su cuñada y amiga vivía en el mismo edificio. Entiende por entonces que sus orígenes se deben a la buena suerte que le trae su mujer (p. 93) y describe su entrada en el semanario "Carteles" en 1954, donde ejercería la crítica cinematográfica con el seudónimo de G. Caín. Sabremos de su vida y de los cenáculos, como "El Jardín" que frecuenta. La ordenación temporal no será perfecta. En la p. 139 estamos en octubre y en la p. 149, en septiembre. Pero apenas si merece advertirlo. Descubriremos que en 1955 realizó su primera visita a Nueva York, donde descubrirá el jazz.

En más de una ocasión con escasa simpatía aludirá al poeta Lezama Lima y las páginas dedicadas a sus encuentros con Hemingway (p. 162-186) son, a la vez, espléndidas y crueles. Aparecerá también después de la Revolución (p. 502) junto a Castro. Pero las figuras cubanas de Alicia Alonso, Heberto Padilla, Lydia Cabrera, Carlos Rafael Rodríguez, y más adelante Che Guevara, Hart, Haydée Santamaría, Alec Guinness, Noel Coward no sólo se mencionan, sino que constituyen figuras emblemáticas, entre los amores del protagonista. Hasta la página 246 ella no se convierte en Ella y el encuentro se producirá en un juego de salón. Pero encuentros y desencuentros a partir de entonces serán constantes. Intuye que la incipiente actriz ha de convertirse en la mujer de su vida y relata sus avances y su inicial rechazo: "-Yo no te quiero -me dice por toda respuesta-. No estoy enamorada de ti" (p.235).Sin embargo, el empeño del amante acaba convenciéndola para que se entregue, aunque después vuelven a romper su relación una y otra vez. El reencuentro escapa de estas páginas. Mientras tanto, se oye ya en La Habana la radio rebelde y el escritor conspira con los grupos antibatistianos. Cabrera reconstruye diálogos y episodios, chismes y actitudes que configuran aquella ciudad bulliciosa en tiempos añorados.

En la última parte, tras la Revolución, cuando es designado director de Cultura o cuando inicia "Lunes de Revolución", siempre apoyado por Franqui o cuando acompaña a Castro, al que había conocido en 1948, en su viaje a los EE.UU. y a varios países latinoamericanos, se percibe no tanto la nostalgia como el desengaño. Se siente engañado por la personalidad de Fidel. Son testimonios que, aún manteniendo su sentido del humor, resultan menos ricos. Destaca en ellos un mayor sentido crítico de las primeras acciones de la Revolución, entre el caos y las luchas por el poder, así como las sorpresas al descubrir las actividades de algunos amigos durante la clandestinidad. Pero no cabe duda de que nos hallamos ante el que puede ser el libro decisivo del autor, pese a restar inacabado.

La cárcel exterior

Por Fernando Aramburu

La opción del regreso les está vedada. Ocurre de costumbre en parcelas de tierra sometidas al rigor armado de líderes cuyo poder se asienta en el ejercicio de sojuzgar las masas en nombre de la libertad. Tan cárcel como no poder salir es entonces no poder volver. De lo uno redime la huida; de lo otro, el trasplante definitivo (Nabokov, Cioran) a nuevos suelos culturales. No todos lo consiguen ni lo pretenden. Herta Müller se fue sin irse de su rincón rumano natal. Guillermo Cabrera Infante, a su modo, jamás abandonó La Habana. Inducidos por su agravio fértil, desarrollaron una memoria tenaz que rehace sin tregua, con profusión de detalles, peripecias y demás dolores, el mundo que perdieron, que les arrebataron. No saben, no pueden, no quieren olvidar. Su cárcel no es de paredes, sino de sueños, nostalgia, literatura en lengua materna que sobrevivirá a sus carceleros.