Image: Carla Guelfenbein: El lenguaje sirve para comunicarnos pero también para erigir muros

Image: Carla Guelfenbein: "El lenguaje sirve para comunicarnos pero también para erigir muros"

Letras

Carla Guelfenbein: "El lenguaje sirve para comunicarnos pero también para erigir muros"

La escritora chilena narra en El resto es silencio la historia de Tommy, un niño empeñado en destapar los secretos más ocultos de su familia

19 junio, 2009 02:00

Carla Guelfenbein. Foto: EFE

Alberto Ojeda
Carla Guelfenbein escarba en su última novela, El resto es silencio (Planeta), en la mente confusa de Tommy, un niño de 12 años al que su familia le ha escamoteado algunos datos fundamentales para componer su identidad: el suicidio de su madre y su ascendencia judía. El joven protagonista desarrolla sus pesquisas por su propia cuenta. Su curiosidad debe vencer entonces el muro de incomunicación tras el que parecen parapetados todos los que le rodean, seres que habitan un mundo construido a partir de sobreentendidos que poco o nada tienen que ver con la realidad. Con esta obra, la escritora chilena completa una especie de trilogía. Si en sus dos anteriores títulos, El revés del alma (2003) y La mujer de mi vida (2006), indagaba en las perspectivas vitales del hombre y la mujer adultos, ahora la infancia es su desafío narrativo.

PREGUNTA.- Encubrir los aspectos escabrosos del pasado termina separándonos de las personas que queremos. Parece el mensaje de la novela, ¿no?
RESPUESTA.- Sí, sin duda es una de las ideas fundamentales. Pero hay más, centradas en el análisis de los dispositivos que generan incomunicación. Como las limitaciones del lenguaje, el pudor, el miedo, la falta de espontaneidad, la inseguridad. Todos ellos los padecen los personajes de El resto es silencio. Por eso viven a partir de sobreentendidos sobre los demás, sin atreverse a preguntar al otro las cosas más sencillas: ¿qué quieres de mí?, ¿qué podemos hacer juntos?...

P.- Cuenta que le costó encontrar mucho el título y que con él pretende sugerir la idea de que en la novela lo que no se dice tiene tanta importancia como lo que se explicita con palabras.
R.- Lo encontré en el texto de la novela, sin saber que era el final de Hamlet, y me di cuenta que resumía bien la intención del libro, que era dar constancia de una de las paradojas más importantes del ser humano. A pesar de tener el don del lenguaje, que nos sirve para compartir ideas y emociones, éste es imperfecto, y provoca diferencias entre lo que queremos decir y lo que decimos, entre lo que no queremos decir pero se nos escapa... Es el doble filo de la palabra: que sirve tanto para comunicar como para erigir muros. Mis personajes, cuando están solos y reflexionan en primera persona, comunican mucho. Pero cuando están entre ellos las conversaciones son concisas y erráticas, y siempre late la tensión de lo no dicho. Dar esa sensación fue un desafío en términos narrativos.

P.-También reflejas el doble filo de internet: el ámbito donde el niño protagonista sufre extorsiones y, a la vez, donde logra hacer sus pesquisas para aclarar su confuso pasado.
R.-La verdad es que quería entrar en el mundo de la tecnología. Hablar de cómo todos estamos muy comunicados, metidos en redes sociales digitales, donde tenemos cientos de amigos. Eso crea la ilusión de estar conectados con el mundo, de sentirnos acompañados. Pero la comunicación en internet suele ser formal y utilitaria, y eso nos lleva a sentirnos en estado de soledad, al darnos cuenta que esta compañía no es real.
Internet tiene muchas aristas. En Chile el problema de los abusos contra niños es muy grave. Yo lo conozco por casos muy cercanos y destruyen toda su resistencia psíquica. Pero también sirve para estar en contacto con sus amigos y descubrir mundos que de otra manera difícilmente pudieran encontrarse. Así sucede con sus descubrimientos de los Alcalufes, un pueblo indígena chileno extinguido.

P.-El antisemitismo es otra de las constantes que inocula tensión a la trama. ¿Hay alguna reminiscencia biográfica en ello?
R.-No quería hacer un panfleto de denuncia contra el antisemitismo. Los araucanos, por ejemplo, están mucho más discriminados que los judíos, que en general tienen una buena posición social. Pero todavía hoy percibo en Chile formas de antisemitismo. Y sí tiene algo de biográfico, porque una parte de mi familia también encubrió su condición. Es importante que reconozcamos nuestro origen, todos los judíos, porque así podemos evitar que brote la semilla de los prejuicios. Hay que demostrar a la gente que somos perfectamente normales.