Image: Susana Fortes

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Letras

Susana Fortes

“Millás no me avisó del lío en que me estaba metiendo”

12 junio, 2009 02:00

Susana Fortes. Foto: Javi Martinez

Hay escritores que ya nacieron recitando a Dante, convencidos de que el suyo sería un destino literario. Desde luego no es mi caso. Llegué a esto por error, como a casi todo en la vida. Con siete u ocho años escribir se me antojaba un trabajo pesadísimo. Hay que tener en cuenta que me crié con un montón de hermanos alrededor de un fuerte Comansi, en una época en la que ser sioux o cheyenne era un asunto muy serio. Durante el verano bajábamos a desayunar en pijama con una cinta alrededor de la frente y una pluma en la cresta. Si alguna pitonisa gallega me hubiera augurado entonces un futuro de escritora, la hubiera asaetado sin piedad con las cuatro flechas sagradas de la nación cheyenne. Lo que yo quería no era escribir novelas, sino deslizarme a lo Jim Hawkins por el cabo que llevaba desde mi cuarto hasta la playa para convertirme en todos los personajes de los libros que leía: Josephine March en Mujercitas, Mowgly, la hermana mayor de los Hollyster, una princesa austro-húngara, Alicia en el país de las Maravillas… y fue por ese camino como una tarde de temporal acabé encontrándome, cara a cara, con el marinero de mi primera novela, Querido Corto Maltés.

Ya no era ninguna cría y de mi época cheyenne sólo me quedaba las rodillas descalabradas y una cicatriz de cuatro centímetros en la sien. Escribir seguía pareciéndome un oficio demasiado sedentario, apto sólo para gente sumisa a la ley de la gravedad como Cela o Torcuato Luca de Tena. Sin embargo leía a destajo. Acababa de regresar con unos amigos de un viaje por la Bretaña francesa. Mar. Barcos. Final del verano. Desde la bahía de Morbihan escribí una postal: "Mañana plateada de bruma y salitre. Sobre la mesa un café noir. Corto Maltés no está conmigo". Así empieza la novela. Siempre fui un peligro escribiendo postales. Pero ya no tiene remedio.

Tiempo después leí la convocatoria del premio Nuevos Narradores de 1994. Me presenté como quien juega a la ruleta. Ese verano hubo marejada fuerte en el estrecho y al volver de las vacaciones, yo había cambiado de casa, de ciudad y de casi todo. No les fue fácil dar conmigo. Ganar en la primera apuesta es como si el Numancia llega a la Champions. Lo demás es largo de contar, pero baste decir que mi editora me entregó el manuscrito lleno de correcciones en rojo, como los exámenes que están suspensos. Lo hizo sin apenas mirarme, fumando un puro. Beatriz de Moura. Qué mujer.

La fiesta de entrega del Premio tuvo lugar en el Hispano. Millás actuó como maestro de ceremonias, pero el muy bellaco no me avisó del lío en el que me estaba metiendo. De haber sabido cómo eran estas cosas, no hubiera dado un paso sin mi guardia de arqueros cheyennes, pero no lo sabía y acudí desarmada. Ley de vida. Cuando llegó el momento de pronunciar unas palabras de agradecimiento, estuve a punto de largarme, porque la vida social me pone bastante borde. Pero entonces alguien abrió encima de la barra un cómic de Hugo Pratt con una viñeta en la que estaba Corto Maltés fumando uno de sus cigarrillos Tre Stelle, con la chaqueta colgada a la espalda.

-Vamos, Flaca-me dijo, guiñándome un ojo- te sacaré de ésta.

Y hasta hoy.

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DESDE ENTONCES

Susana Fortes (Pontevedra, 1959) compagina la enseñanza con el periodismo y la literatura. Entre sus obras destacan Fronteras de Arena y El amante albanés. Conquistó el Premio Fernando Lara de novela con Esperando a Robert Capa. Su última novela es La huella del hereje (2011).