Image: Isaiah Berlin a los cien años de su nacimiento

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Letras

Isaiah Berlin a los cien años de su nacimiento

La supervivencia de la inteliguéntsia rusa

5 junio, 2009 02:00

Isaiah Berlin.

El 6 de junio de 1909 nacía en Riga Isaiah Berlín, intelectual, historiador de las ideas, renovador de la teoría liberal y uno de los pensadores más influyentes del siglo XX. El Cultural celebra el aniversario publicando su ensayo (inédito hasta ahora en libro) sobre el derrumbe del comunismo ruso en 1990, que forma parte del espléndido volumen La mentalidad soviética (Galaxia Gutenberg). Además, Jesús M. Díaz álvarez, profesor de Etica de la UNED, nos descubre su extraordinario periplo vital e intelectual.

Me piden una respuesta a los acontecimientos registrados en Europa. No tengo nada nuevo que añadir. Mis reacciones son similares a las de casi todas las personas que conozco o de las que tengo noticia: asombro, euforia, felicidad. Cuando hombres y mujeres encarcelados durante largo tiempo por regímenes brutales y opresivos consiguen por fin liberarse, zafarse de sus cadenas y, tras muchos años, atisban el amanecer de una auténtica libertad, ¿cómo puede alguien con un mínimo de humanidad no sentirse profundamente conmovido?

Solamente es posible añadir, como madame Bonaparte apuntó cuando le felicitaron por tener la distinción histórica única de ser madre de un emperador, tres reyes y una reina, "Oui, pourvu que Ça dure". Ojalá pudiéramos estar seguros de que no habrá una recaída, sobre todo en la Unión Soviética, como temen algunos observadores.

Existe un paralelismo obvio, que sin duda habrá sorprendido a todo el mundo, entre estos acontecimientos y las revoluciones de 1848 y 1849, cuando el recrudecimiento del sentimiento liberal y democrático derrocó los gobiernos de París, Roma, Venecia, Berlín, Dresde, Viena y Budapest.

El desaparecido sir Lewin Namier atribuyó el fracaso de estas revoluciones, que hacia 1850 se habían extinguido en su totalidad, al hecho de haber sido, según sus palabras, una "Revolución de los Intelectuales". Y es posible que así sea, pero también sabemos que fueron las fuerzas desa-tadas contra estas revoluciones, los ejércitos de Prusia y Austria-Hungría, los batallones eslavos del Sur, los agentes de Napoleón III en Francia e Italia y, sobre todo, las tropas del zar en Budapest, quienes aplastaron este movimiento y restauraron algo similar al status quo. Por fortuna, hoy la situación parece muy distinta. Los movimientos actuales han originado alzamientos populares auténticos y espontáneos que extienden sus ramas a todas las clases sociales. Podemos mantener el optimismo.

Aparte de estas reflexiones generales, hay algo que forzosamente me ha asombrado: la supervivencia, contra todo pronóstico, de la inteleguéntsia rusa.

La inteleguéntsia no es idéntica a los intelectuales. Los intelectuales son personas que, como ha dicho alguien, simplemente anhelan que las ideas sean lo más interesantes posibles. En cambio, la inteliguéntsia, o "intelectualidad", es un fenómeno exclusivamente ruso. Este movimiento surgido en el segundo cuarto del siglo XIX, englobaba a un conjunto de rusos con cultura y principios morales que se sentían indignados por una Iglesia oscurantista, un Estado brutalmente opresivo e indiferente a la miseria, la pobreza y el analfabetismo en los que vivía sumida la mayor parte de la población, y una clase gobernante que pisoteaba los derechos humanos e impedía el progreso moral e intelectual.

Creían en la libertad personal y política, en la erradicación de las desigualdades sociales irracionales y en la verdad, que hasta cierto punto asimilaban con el progreso científico. Abogaban por un progresismo que asociaban con el liberalismo y la democracia occidentales. La inteliguéntsia, en su mayor parte, estaba constituida por gentes de profesiones liberales. Las más famosas eran los escritores; todos los grandes nombres (incluso Dostoyevski en su juventud) participaron en diversos grados y modos en la lucha por la libertad. Fueron los descendientes de estas gentes quienes impulsaron la Revolución de Febrero de 1917. Algunos de sus integrantes creían en la adopción de medidas extremas y participaron en la supresión de dicha Revolución y la instauración del comunismo soviético en Rusia, y posteriormente en su esfera de influencia. A su debido tiempo, la intelectualidad fue destruida sistemática y paulatinamente, pero no pereció por completo. Cuando visité la Unión Soviética en 1945, no sólo conocí a dos poetas y a algunos amigos y aliados de éstos que habían alcanzado la madurez antes de la Revolución, sino también a personas más jóvenes, la mayoría hijos o nietos de académicos, bibliotecarios, conservadores de museos, traductores y otros integrantes de la vieja intelectualidad que se las habían ingeniado para sobrevivir en oscuros recovecos de la sociedad soviética. Pero no parecían quedar muchos. [...] La impresión que me llevé es que la escasa inteliguéntsia auténtica que resistía se estaba desvaneciendo.


En el transcurso de los últimos años, para mi enorme sorpresa y deleite, he descubierto que estaba equivocado. He conocido a ciudadanos soviéticos relativamente jóvenes y claros representantes de un gran número de personas similares que parecían conservar el carácter moral, la integridad intelectual, la imaginación sensible y el inmenso atractivo humano de la vieja inteliguéntsia. Se los encuentra predominantemente entre escritores, músicos, pintores, artistas, en muchas esferas, como el teatro y el cine, y, por supuesto, también entre los académicos. El más famoso de ellos, Andréi Dmítrievich Sájarov, se habría sentido a sus anchas en el mundo de Turguéniev, Herzen, Belinski, Saltikov, ánenkov y su círculo de amistades en las décadas de 1840 y 1850.

Sájarov, cuyo trágico fin lamento tan hondamente como cualquiera, pertenece, a mi modo de ver, al más puro espíritu de esta noble tradición. Su planteamiento científico, su fascinante valentía física y moral, y, por encima de todo, su devoción inquebrantable a la verdad hacen imposible no contemplarlo como el representante ideal en nuestro tiempo de los valores más sinceros y humanos defendidos por la intelectualidad, la vieja y la nueva.

Como la mayoría de los intelectuales, y hablo desde el conocimiento personal, era un hombre de una civilización intachable y poseía lo que sólo puedo describir como un inmenso encanto moral Tengo la impresión de que su vigoroso intelecto y su interés insaciable en los libros, las ideas, las personas y los asuntos políticos, por muy cansado que estuviera, sobrevivieron a su terrible maltrato. Pero no estaba solo. La supervivencia de toda la cultura a la que pertenecía bajo las cenizas y los escombros de una experiencia histórica atroz me resulta una hazaña milagrosa. Y sin duda ello alienta el optimismo. Y lo que es cierto en Rusia lo es incluso más para otros pueblos que se están desprendiendo de sus grilletes, donde los opresores han detentado el poder durante un lapso más breve y donde los valores civilizados y el recuerdo de la libertad pasada siguen estando vivos en los supervivientes aún no extenuados de un tiempo anterior.

El estudio de las ideas y las actividades de la inteliguéntsia rusa decimonónica me ha ocupado varios años y descubrir que, lejos de estar enterrado en el pasado este movimiento ha sobrevivido y está recobrando su salud y su libertad es toda una revelación y me produce un placer inmenso. Los rusos son un gran pueblo, tienen una capacidad creativa inmensa y, una vez sean libres, nadie sabrá qué aportarán al mundo.

Siempre es posible una nueva barbarie, pero en el presente no parece que se perfile ninguna en el horizonte. Al fin y al cabo, que los males pueden superarse y que el fin de la esclavitud está en camino son cosas de las que el ser humano puede sentirse razonablemente orgulloso.