Image: Luis Miguel Dominguín: el número 1

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Letras

Luis Miguel Dominguín: el número 1

Andrés Amorós

15 mayo, 2008 02:00

Luis Miguel Dominguín da un pase de muleta en 1957

La Esfera de los Libros, 2008. 504 páginas, 28 euros

Luis Miguel Dominguín (Madrid, 1926-San Roque, Cádiz, 1996) fue un triunfador en todo. Fue un seductor unido siempre a mujeres hermosas; ése es un hecho objetivo avalado por Ava Gardner, María Felix, Romy Schneider, Lucía Bosé... El 17 de mayo de 1949 en Las Ventas, según certifica Andrés Amorós al inicio de este libro, se autoproclamó el número uno del toreo, levantando al cielo el dedo índice en un gesto que hizo fortuna e irritó a muchos; esto también es un hecho que, a la vez, es una declaración subjetiva avalada sólo por él. Pero ese subjetivismo altanero y arrogante define a Luis Miguel: la soberbia de un privilegiado con el mundo a sus pies en un país devastado por una guerra de tres años: miseria, rencores, hambre y postración. Y una moral nacionalcatólica que marcaba la conducta individual y colectiva. En este sentido Luis Miguel, amoral y donjuán, era un transgresor. Pero sus transgresiones nunca fueron más allá de las calaveradas de un muchacho díscolo y aventurero. Quien se sentía protegido por las cacerías de Franco y la amistad del Marqués de Villaverde, compañero de juergas y conquistas, bien podía permitirse algunos excesos. Esto es también un hecho objetivo. Incluso podía permitirse el lujo de pararle los pies al Marqués, bautizado popularmente como el yernísimo de Franco, cuando éste acosaba a Rosa Salgado, bellísima actriz y mujer de Pepe Dominguín, el mejor banderillero probablemente de toda la historia. La familia, ante todo. Y el clan Dominguín era una piña de cara a los demás, aunque entre los tres hermanos, Domingo, Pepe y Luis Miguel, no faltaran las rivalidades.

En torno a este eje de seducción y triunfo Andrés Amorós traza la biografía de un personaje contradictorio sólo en apariencia; que fuera a la vez amigo del Dictador y confidente de Picasso no entraña un de-sacuerdo insalvable. Su imagen disoluta, internacional y mundana, contribuía a mejorar la idea de un régimen enquistado en su propia soledad. Por otra parte, Luis Miguel representaba todo aquello que los españoles, en su totalidad, nunca alcanzarían: mujeres bellas, gloria, dinero. La figura mítica de un burlador es un salvoconducto para transitar por la vida española. Sobre todo, en momentos de férrea moral controlada por una metafísica penitencial de la castidad.

Las más hermosas mujeres compartieron lecho y glamour con Luis Miguel, incluso algunas, como la mexicana Miroslava Stern, se suicidaron cuando perdieron su amor. Fue un suicidio romántico y fantástico rodeada de recuerdos y de fotografías, en un hotel madrileño, cuando se enteró de la boda de Luis Miguel con Lucía Bosé. Lucía entró en la vida del torero de forma devastadora, aunque hay indicios e incluso pruebas de que no fue un dominio exclusivo. La italiana, Miss Universo y más cultivada que Luis Miguel, era aficionada a la poesía y a los poetas. Nunca, o casi nunca, llamaba a Luis Miguel por su nombre, sino justamente "el torero". Malas lenguas difunden la especie de que la amistad de Picasso con Luis Miguel tenía un apuntalamiento en la belleza de Lucía Bosé y en la admiración, puramente limpia y sentimental, que el pintor malagueño profesaba por ésta.

Por su hermano Domingo Dominguín, comunista tras haber hecho la guerra en una bandera de falange, enlazaba con la izquierda de las catacumbas; por su amistad con el Dictador conectaba con todo lo que había que conectar. Los dos mundos, el de la transgresión moral y el de la ortodoxia política, se funden en aquella cacería en la que Camilo Alonso Vega, terror de la izquierda clandestina y tan poco sutil como contundente represor, le preguntó arteramente quién de los tres dominguines era el comunista. Una insolente seguridad en sí mismo le permitió a Luis Miguel contestar: "los tres". Eso, al parecer, en presencia de Don Francisco Franco, era un desplante o una larga cambiada a porta gayola a un toro de embestida bronca y revirada.

Su insaciable afición por las mujeres hermosas, y su éxito en cada trance, le otorgaba un lugar de privilegio en la mente calenturienta de los españoles reprimidos y en continua abstinencia. Partiendo de estas o similares coordenadas, Andrés Amorós describe la historia de un torero, de una familia de toreros, y los perfiles sociales de una época. Andrés Amorós posee una vasta erudición y unos conocimientos fuera de lo común. Aplica a los toros el rigor científico que aplica a otras áreas del saber. Por su amplia cultura de ensayista, novelista y catedrático de Literatura Española sus libros de toros dotan al tema taurino de significados más amplios.

En el aspecto político de la descripción de una época -el franquismo casi en su totalidad- Amorós adopta una posición neutral: hay más hemeroteca que opiniones o interpretaciones ideológicas. En ocasiones el libro es un reportaje ágil, desapasionado y distante: frío objeti- vismo. En otras, la cercanía de su amistad con Luis Miguel, iniciada cuando era un niño de la mano de su padre, Manuel Amorós, le aproxima al personaje, a la anécdota pequeña y cotidiana. Pero nunca pierde el catedrático de Literatura Española, experto en Ramón Pérez de Ayala y otras eminencias, la perspectiva del relator que controla sus emociones y se abstiene de sacar conclusiones; los datos han de tener la fuerza suficiente para hablar por sí mismo sin evaluaciones
subjetivas.

Maneja Andrés Amorós material de primera mano, circunstancias por él mismo vividas o historias que le proporcionan los amigos, gente que sabe de toros y de las recovecos del alma del ser humano, comunes al autor y al biografiado. De este fresco histórico y social, sale el perfil de Luis Miguel frívolo y arrogante; y obviando, o cuestionando, algunos de los brillantes tópicos que se le atribuyen, emerge una figura de colosales dimensiones caracterizada por la soberbia, la confianza en sí mismo y una imponente capacidad de seducción. Pudiera deducirse de este libro que su dimensión mundana le perjudicó como torero. Y que la imagen de donjuán sin fronteras, debilita todo lo demás.

Lo que es incuestionable es que Luis Miguel fue un torero que podía con todos los toros y conocía todas las suertes. Representa en grado sumo una línea de toreo caracterizada por el dominio y el conocimiento de los toros; lo que se llama un torero largo. Andrés Amorós, en más de cuatrocientas páginas, dibuja una biografía compleja y a la vez sencilla: un triunfador en un país de perdedores, envidiosos del triunfo ajeno por culpa del propio fracaso. Y lo hace con una prosa sólida, sin fisuras. Andrés Amorós, como Luis Miguel, es también un escritor largo.

Andrés Amorós

Un filólogo en los Toros

Autor de más de cien libros sobre temáticas filológicas, teatrales, taurinas , musicales y del mundo del espectáculo en general, Andrés Amorós (Valencia, 1941) es Doctor en Filología Románica y catedrático de Literatura Española en la Facultad de Filología de la Universidad Complutense de Madrid. Dirigió la Compañía Nacional de Teatro Clásico y el Instituto de Artes Escénicas y de la Música. Entre sus ensayos dedicados a la Fiesta Nacional destacan La tauromaquia de Marcial Lalanda, Suertes y toreros, Los toros en Madrid, El llanto por Ignacio Sánchez Mejías, de Federico García Lorca, Escritores ante la fiesta (de Antonio Machado a Antonio Gala), Lenguaje taurino y sociedad, Toros y cultura y Toros, cultura y lenguaje. Ha obtenido el Premio Nacional de Ensayo, el Nacional de la Crítica Literaria, el Fastenrath de la Real Academia Española y el premio José María de Cossío.