Letras

Besos de fogueo

Montero Glez

27 septiembre, 2007 02:00

El Cobre. Barcelona, 2007. 104 páginas, 19 euros

Cada autor lleva en su ADN literario marcas que lo dotan mejor para un tipo de escritura que para otro. No es la capacidad de sostener una trama larga bien trabada la mejor cualidad de Montero Glez (Madrid, 1965) sino que tiene especial mano para configurar una situación, desarrollarla en un puñado de apuntes y resolverla de manera inesperada. Este planteamiento, que se corresponde con una determinada clase de cuento, lo acomete el escritor con exigencia y de ello sale Besos de fogueo, excelente recopilación de diez piezas bastante dispersas aunque existan vínculos externos entre algunas de ellas.

Estos cuentos presentan situaciones anecdóticas que recorren a lo largo el pasado siglo y cuya inspiración oscila entre un par de casos que se asoman al flanco misterioso de la realidad y una recreación costumbrista crítica atenta a personajes salidos de la marginalidad cultural o social. La escatología, un feísmo más burlesco que truculento, desgarro expresivo y gusto por mostrar las paradojas que marcan la vida son registros comunes a la mayor parte de estos cuentos. Dos de ellos, situados por las fechas del fallido magnicidio de Alfonso XIII, añaden una estampa esperpentizadora de los amenes de la Restauración, de una España que "ya por entonces anunciaba su descomposición", de estrechísima cercanía al modo de ver Valle-Inclán el ruedo ibérico.

La mirada de Montero Glez sobre el mundo está preñada de sarcasmo, tiene una actitud muy crítica que acentúa un humorismo como desenfadado pero cáustico y en más de una historia atiza un zurriagazo revulsivo a la hipocresía colectiva, así en la que cierra el libro. Este fondo intencional sustentado en anécdotas de gran originalidad coloca al autor entre nuestros narradores actuales más interesantes. Pocos como él saben disponer un cierre tan redondo y sorprendente, de eficaz efectismo y a la vez revelador de toda la peripecia, en la línea del cuento literario clásico. Y su prosa tiene la plasticidad admirable que ya ha acreditado antes. Aunque se le escapa un "andara" (por anduviera) y repite una muletilla de políticos y periodistas televisivos (el uso del infinitivo sin antecedentes para iniciar frase: "Decir…"), su castellano conversacional, repleto de coloquialismos y voces de jerga (quizá algo abusivas), reinventa la lengua de la calle, y la llena de gracia y ritmo. Este vigoroso estilo sirve para trasmitir los contenidos con una impresión de fluidez absoluta.