Letras

El Quijote de los autores: Once escritores eligen sus escenas favoritas

Cees Nootebom, Mario Vargas Llosa, Fernando Fernán Gómez, Muñoz Molina, José Saramago, Luis Landero, Francisco Nieva, Carlos Bousoño, Antonio Gamoneda, Jaime Siles y Javier Cercas escogen su escena favorita del libro

6 enero, 2005 01:00

En un lugar de La Mancha

"Confieso que desde la primera vez que vi los molinos de viento en la Mancha, esa escena me pareció inolvidable —afirma Cees Nooteboom— pero, a pesar de eso, casi prefiero el comienzo, con esa confusión sobre el nombre verdadero del Quijote, porque marca magistralmente el tono de todo lo que luego va a acontecer, de todo lo que viene después".

"En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas con sus pantuflos de lo mismo, los días de entre semana se honraba con su vellori de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años, era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro; gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada o Quesada (que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben), aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se llama Quijana; pero esto importa poco a nuestro cuentbo; basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad.

Es, pues, de saber, que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso (que eran los más del año) se daba a leer libros de caballerías con tanta afición...”

En esto, descubrieron treinta o cuarenta molinos...

La escena predilecta de Vargas Llosa es la de los molinos de viento, a la que aludió en su discurso del premio Cervantes en 1995, asegurando que “los lectores se identifican con el Quijote que ha sucumbido a la tentación de lo imposible tratando de vivir la ficción”. Quizá porque, como repite el escritor peruano, de experiencias como la de los molinos de viento, don Quijote no saca “una lección de realismo” y acaba ganando la partida.

"En esto, descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo, y así como don Quijote los vio, dijo a su escudero:
-La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta, o pocos más, desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer; que ésta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra.
-¿Qué gigantes? -dijo Sancho Panza.
-Aquéllos que allí ves -respondió su amo- de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas.
-Mire vuestra merced -respondió Sancho- que aquéllos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino.
-Bien parece -respondió don Quijote- que no estás cursado en esto de las aventuras: ellos son gigantes...que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla.
Y diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que su escudero Sancho le daba, advirtiéndole que, sin duda alguna, eran molinos de viento, y no gigantes...”

Dichosa edad y siglos dichosos aquéllos...

Para Fernando Fernán Gómez, que no sólo ha interpretado al Quijote en el cine sino que lo ha adaptado a la escena en varias ocasiones, la última hace menos de un año, su escena favorita del Quijote es la del célebre discurso de la Edad Dorada (capítulo XI).

“-Dichosa edad y siglos dichosos aquéllos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes; a nadie le era necesario para alcanzar su ordinario sustento tomar otro trabajo que alzar la mano y alcanzarle de las robustas encinas, que liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto. Las claras fuentes y corrientes ríos, en magnífica abundancia, sabrosas y transparentes aguas les ofrecían. En las quiebras de las peñas y en lo hueco de los árboles formaban su república las solícitas y discretas abejas, ofreciendo a cualquiera mano, sin interés alguno, la fértil cosecha de su dulcísimo trabajo. Los valientes alcornoques despedían de sí, sin otro artificio que el de su cortesía, sus anchas y livianas cortezas, con que se comenzaron a cubrir las casas, sobre rústicas estacas sustentadas, no más que para la defensa de las inclemencias del cielo. Todo era paz entonces...”

Cuando Sancho oyó las palabras de su amo...

"Mi favorita -explica José Saramago- es la escena de los batanes, que está en el capítulo XX. Por el miedo de Sancho, por la simulada valentía de Quijote, por creer que la cosa es una y al final es otra; por la carcajada que di cuando la leí por primera vez. Y también por la noche, por la soledad de los dos pobres diablos de quienes la realidad se está riendo".

“Cuando Sancho oyó las palabras de su amo, comenzó a llorar con la mayor ternura del mundo, y a decirle: Señor, yo no sé porque quiere vuestra merced acometer esta tan tenebrosa aventura; ahora es de noche, aquí no nos ve nadie, bien podemos torcer el camino y desviarnos del peligro, aunque no bebamos en tres días; y pues no hay quien nos vea, menos habrá quien nos note de cobardes: cuanto más que yo he oído muchas veces predicar al cura de nuestro lugar, que vuestra merced muy bien conoce, que quien busca el peligro perece en él: así que no es bien tentar a Dios acometiendo tan desaforado hecho, donde no se puede escapar sino por milagro; y basta lo que ha hecho el cielo con vuestra merced en librarle de ser manteado como yo lo fui, y en sacarle vencedor, libre y salvo entre tantos enemigos como acompañaban al difunto; y cuando todo esto no mueva ni ablande ese duro corazón, muévale el pensar que apenas se habrá vuestra merced apartado de aquí, cuando yo de miedo dé mi ánima a quien quisiera llevarla. Yo salí de mi tierra, y dejé hijos y mujer por venir a servir a vuestra merced, creyendo valer más, y no menos...".

Porque sé que una de las partes de la prudencia...

"Hay muchas -relata Muñoz Molina- pero una de las que me impresionan es la de los galeotes, ese momento tremendo en que don Quijote dice: “No está bien que unos hombres se hagan verdugos de otros hombres, no yéndoles nada en ello”. Releí el capítulo XXII cuando se publicaron las fotos de las torturas de Iraq, y me saltó ante los ojos como si nunca hubiera visto esas palabras”.

"-...Pero, porque sé que una de las partes de la prudencia es que lo que se puede hacer por bien no se haga por mal, quiero rogar a estos señores guardianes y comisario sean servidos de desataros y dejaros ir en paz, que no faltarán otros que sirvan al rey en mejores ocasiones, porque me parece duro caso hacer esclavos a los que Dios y naturaleza hizo libres. Cuanto más, señores guardas -añadió don Quijote-, que estos pobres no han cometido nada contra vosotros. Allá se lo haya cada uno con su pecado; Dios hay en el cielo, que no se descuida de castigar al malo ni de premiar al bueno, y no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres, no yéndoles nada en ello. Pido esto con esta mansedumbre y sosiego, porque tenga, si lo cumplís, algo que agradeceros; y cuando de grado no lo hagáis, esta lanza y esta espada, con el valor de mi brazo, harán que lo hagáis por fuerza.
-¡Donosa majadería! -respondió el comisario. ¡Bueno está el donaire con que ha salido a cabo de rato! ¡Los forzados del rey quiere que le dejemos, como si tuviéramos autoridad para soltarlos, o él la tuviera para mandárnoslo! Váyase vuestra merced, señor, norabuena su camino adelante y enderécese...”

En el espacio que tardó el leonero en abrir...

"¡Hay tantas! -se lamenta Luis Landero-, pero, en fin, digamos que la del Caballero del Verde Gabán con la Aventura de los leones, que está en el capítulo XVII de la segunda parte del Quijote. Impresionante”.

"En el espacio que tardó el leonero en abrir la jaula primera estuvo considerando don Quijote si sería bien hacer la batalla antes a pie que a caballo, y, en fin, se determinó de hacerla a pie, temiendo que Rocinante se espantaría con la vista de los leones. Por esto saltó del caballo, arrojó la lanza y embrazó el escudo, y desenvainando la espada, paso ante paso, con maravilloso denuedo y corazón valiente, se fue a poner delante del carro encomendándose a Dios de todo corazón, y luego a su señora Dulcinea. Y es de saber que, llegando a este paso, el autor de esta verdadera historia exclama y dice: “¡Oh fuerte y sobre todo encarecimiento animoso don Quijote de la Mancha, espejo donde se pueden mirar todos los valientes del mundo, segundo y nuevo don Manuel de León, que fue gloria y honra de los españoles caballeros! ¿Con qué palabras contaré esta tan espantosa hazaña, o con qué razones la haré creíble a los siglos venideros, o qué alabanzas habrá que no te convengan y cuadren, aunque sean hipérboles sobre todos los hipérboles? Tú a pie, tú solo, tú intrépido...”

Iba don Quijote dando voces...

Para Francisco Nieva, “fascinado por el libro”, la mejor de las escenas del libro es la de la Cueva de Montesinos, que se encuentra en la segunda parte del libro (capítulo XXII) “cuando Don Quijote es descolgado con unas cuerdas. Es su-rrealismo puro, mágico, divertidísimo”.

"Iba don Quijote dando voces que le diesen soga y más soga, y ellos se la daban poco a poco, y cuando las voces, que acanaladas por la cueva salían, dejaron de oírse, ya ellos tenían descolgadas las cien brazas de soga, y fueron de parecer de volver a subir a don Quijote, pues no le podían dar más cuerda. Con todo eso, se detuvieron como media hora, al cabo del cual espacio volvieron a recoger la soga con mucha facilidad y sin peso alguno, señal que les hizo imaginar que don Quijote se quedaba dentro, y, creyéndolo así Sancho, lloraba amargamente y tiraba con mucha prisa por desengañarse; pero llegando, a su parecer, a poco más de las ochenta brazas, sintieron peso, de que en extremo se alegraron. Finalmente, a las diez, vieron distintamente a don Quijote, a quien dio voces Sancho, diciéndole: “Sea vuestra merced muy bien vuelto, señormío, que ya pensábamos que se quedaba allá para casta.”

Pero no respondía palabra don Quijote, y, sacándole del todo, vieron que traía cerrados los ojos, con muestras de estar dormido. Tendiéronle en el suelo y desliáronle, y con todo esto, no despertaba”.

Cubriéronse, y sintiendo don Quijote...

La escena del Quijote que más le gusta al poeta Carlos Bousoño “es la de Clavileño (capítulo XLI, parte II), en la que Don Quijote y Sancho, sabiéndose engañados por los duques, disfrutan de su viaje por los cielos en un caballo de palo. Es, quizá, la escena más cruel del libro”.

"Cubriéronse, y sintiendo don Quijote que estaba como había de estar, tentó la clavija, y apenas hubo puesto los dedos en ella, cuando todas las dueñas y cuantos estaban presentes levantaron las voces, diciendo: -¡Dios te guíe, valeroso caballero!
-¡Dios sea contigo, escudero intrépido!
-¡Ya, ya vais por esos aires, rompiéndolos con más velocidad que una saeta!
-¡Ya comenzáis a suspender y admirar a cuantos desde la tierra os están mirando!
-¡Tente, valeroso Sancho, que te bamboleas! ¡Mira no cayas; que será peor tu caída que la del atrevido mozo que quiso regir el carro del Sol, su padre!
Oyó Sancho las voces, y apretándose con su amo y ciñiéndole con los brazos, le dijo:
-Señor, ¿cómo dicen éstos que vamos tan altos, si alcanzan acá sus voces, y no parecen sino que están aquí hablando, junto a nosotros?
-No repares en eso, Sancho; que como estas cosas y estas volaterías van fuera de los cursos ordinarios, de mil leguas verás y oirás lo que quisieres. Y no me aprietes tanto, que me derribas...”

Mirad si queréis otra cosa...

A diferencia de otros, Antonio Gamoneda no duda un instante: “Mi escena predilecta del Quijote es la del juicio de Sancho, cuando es seudogobernador de Barataria, y acaba demostrando que es más justo, sensato y cabal que muchos jueces, y que además se está quijotizando”.

-Mirad si queréis otra cosa -dijo Sancho-, y no la dejéis de decir por empacho ni por vergöenza.
-No, por cierto -respondió el labrador.
Y, apenas dijo esto, cuando, levantándose en pie el gobernador, asió de la silla en que estaba sentado y dijo:
-¡Voto a tal, don patán rústico y mal mirado, que si no os apartáis y ascondéis luego de mi presencia, que con esta silla os rompa y abra la cabeza! Hideputa bellaco, pintor del mesmo demonio, ¿y a estas horas te vienes a pedirme seiscientos ducados?; y ¿dónde los tengo yo, hediondo?; y ¿por qué te los había de dar, aunque los tuviera, socarrón y mentecato?; y ¿qué se me da a mí de Miguel Turra, ni de todo el linaje de los Perlerines? ¡Va de mí, digo; si no, por vida del duque mi señor, que haga lo que tengo dicho! Tú no debes de ser de Miguel Turra, sino algún socarrón que, para tentarme, te ha enviado aquí el infierno. Dime, desalmado, aún no ha día y medio que tengo el gobierno, y ¿ya quieres que tenga seiscientos ducados?
Hizo de señas el maestresala al labrador que se saliese de la sala, el cual lo hizo cabizbajo...

Sucedió, pues, que yendo por una calle...

Aunque duda entre varias, al final Jaime Siles se decanta por la visita que don Qujiote hace a una imprenta, durante su estancia en Barcelona (parte II, capítulo LXII), “porque me pasa lo mismo que con las Hilanderas de Velázquez: me parece que oigo el ruido de la imprenta”.

"Sucedió, pues, que yendo por una calle alzó los ojos don Quijote, y vio escrito sobre una puerta, con letras muy grandes: Aquí se imprimen libros; de lo que se contentó mucho, porque hasta entonces no había visto emprenta alguna, y deseaba saber cómo fuese. Entró dentro, con todo su acompañamiento, y vio tirar en una parte, corregir en otra, componer en ésta, enmendar en aquélla, y, finalmente, toda aquella máquina que en las emprentas grandes se muestra. Llegábase don Quijote a un cajón y preguntaba qué era aquéllo que allí se hacía; dábanle cuenta los oficiales, admirábase y pasaba adelante. Llegó en otras a uno, y preguntóle qué era lo que hacía. El oficial le respondió:
-Señor, este caballero que aquí está -y enseñóle a un hombre de muy buen talle y parecer y de alguna gravedad- ha traducido un libro toscano en nuestra lengua castellana, y estoyle yo componiendo, para darle a la estampa.
-¿Qué título tiene el libro? -preguntó don Quijote.
-A lo que el autor respondió:
-Señor, el libro, en toscano, se llama Le bagatele”.

Las misericordias- respondió...

La escena preferida de Javier Cercas es la de la muerte, en el capítulo final, “cuando un Alonso Quijano enfermo y desegañado, al borde mismo de la muerte, declara que tiene el juicio libre y claro y que ya no es Don Quijote sino Alonso Quijano”.

"-Las misericordias -respondió don Quijote-, sobrina, son las que en este instante ha usado Dios conmigo, a quien, como dije, no las impiden mis pecados. Yo tengo juicio ya, libre y claro, sin las sombras caliginosas de la ignorancia, que sobre él me pusieron mi amarga y continua leyenda de los detestables libros de las caballerías. Ya conozco sus disparates y sus embelecos, y no me pesa sino que este desengaño ha llegado tan tarde, que no me deja tiempo para hacer alguna recompensa, leyendo otros que sean luz del alma. Yo me siento, sobrina, a punto de muerte; querría hacerla de tal modo, que diese a entender que no había sido mi vida tan mala que dejase renombre de loco, que, puesto que lo he sido, no querría confirmar esta verdad en mi muerte. Llámame, amiga, a mis buenos amigos: el cura, al bachiller Sansón Carrasco y a maese Nicolás, el barbero, que quiero confesarme y hacer mi testamento. [...]
"Dadme albricias, buenos señores, de que ya yo no soy don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano, a quien mis costumbres me dieron renombre de Bueno. Ya soy enemigo de Amadís de Gaula...".

Lee todo el especial Los 400 del Quijote