Valente

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Letras

La experiencia abisal

16 septiembre, 2004 02:00

José Ángel Valente

Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2004. 240 páginas. 17,50 €

Le llega el momento ahora a una recopilación de sus prosas críticas y creativas. Son treinta y seis textos cuyas extensiones oscilan entre la de poco más que un apunte -“La infinitud de los soles”, poema en prosa sobre Giordano Bruno- y la de un ensayo no muy extenso, como ocurre con dos de las piezas nucleares: “Poesía y exilio” y la que da título a la colección. Una de las virtualidades de la Literatura es provocar que se hable o se escriba sobre ella, y en escritores como Valente el resultado es una auténtica creación de segundo grado, en donde lo erudito y lo crítico pueden compadecerse con la autobiografía, el relato como de ficción, la semblanza, la anécdota o la categoría.

A este respecto, repárese en el texto “Tabucchi, Lisboa, la memoria”. Otros escenarios que hablan del autor por su propia voz son el París de “El maestro de la llama”, que trata del judío bereber Yeshuaa Ben Itah, y la provincia de “Rimbaud in terra incógnita”, el mal absoluto que engendra lo absoluto (la poesía) según Yves Bonnefoy.

Dos argumentos, cuando menos, hacen inconfundible este libro entre la producción de Valente. El primero es una prosa de poeta que bebe en el castellano del Siglo de Oro y adopta como suyo el conceptismo, con una especial predilección hacia la paradoja, que Valente no sólo erige en rasgo de estilo sino también en fórmula sistemática del pensamiento. éste no es posible sin contradicción, tal y como se dice en “Sobre la unidad de la palabra escindida”.

Y en segundo lugar, el lector fiel al poeta encontrará sus afinidades electivas, tanto temáticas como referentes a figuras señeras de la poesía, la mística y la filosofía, desde Montaigne, Spinoza y Gracián hasta Saussure, Cassirer o César Vallejo. Quienes reciben su máximo homenaje son Celan y Jabès, A. Machado y Cernuda, Zambrano y Lezama Lima, Miguel de Molinos y San Juan, este último una y otra vez calificado como el punto central de nuestra lírica.

Valente nunca recató su faceta de serio polemista. Tampoco en La experiencia abisal, en donde siempre denuncia el divorcio hispánico entre poesía y pensamiento, alardea de su insatisfacción a estos efectos incluso con los resultados conseguidos por los poetas del 27 y denuncia la cortedad de la crítica académica. En este sentido, su diatriba contra Harold Bloom no tiene desperdicio. Según Valente “crear es generar un estado de disponibilidad, en el que la primera cosa creada es el vacío”. La nada que se canta en la Guía de Molinos.

La página en blanco, sobre la que el lenguaje, la palabra no prescindible, ya sea del Cántico espiritual o del cante jondo, instaura la epifanía, la “plenitud oscura de la visión”, como ocurre asimismo en la vivencia mística. Valente denuncia la incomprensión de Juan de la Cruz desde una y otra ladera -la religiosa y la puramente estilística-, cuando su expresión poética “es sobreabundancia de una sola o unificada experiencia” en la que el sustrato criptojudaico es clave.