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Letras

El tango inédito de Borges

12 junio, 2003 00:00

Apenas unas palabras, unas palabras liminares. Quiero tomar este tema desde un poco lejos, ya que quiero señalar una paradoja. La paradoja, según se sabe, según solía recordar De Quincey, no es algo extravagante, no: es una verdad que puede parecer increíble. Y ahora vayamos a la paradoja que entraña el tango y más que el tango, la fama del tango, el casi mito del tango.

Vamos a recordar algo sobre este país en general. Pensemos en el territorio que es ahora nuestra querida patria; pensemos en la que fue acaso la más pobre, la más olvidada, la más despoblada de las regiones del vasto imperio español; pensemos que la conquista fue superficial: que había por lo menos en esta parte del Sur pocos indios y menos españoles. Es posible que muchos indios no se enteraran de la conquista. En cuanto a las ciudades, las que ahora son grandes ciudades, se ve que hablar de su fundación es una suerte de error, ya que fueron fundadas un poco al azar de las fatigas de las tropas. Y así tenemos a Buenos Aires, por ejemplo, que está casi al nivel del lento río, “del río inmóvil”, como diría Mallea; así tenemos lo mismo con El Rosario; tenemos a Córdoba enclavada en una suerte de pozo. Y luego ocurre un hecho, un hecho que ya han señalado los historiadores: los conquistadores, además de difundir el imperio y la religión, so color de religión van a buscar plata y oro del encubierto tesoro, para repetir aquellos versos que Prescott usa como epígrafe en su Historia de la conquista del Perú.

Pues bien, tenemos un territorio de pobres llanuras, de llanuras cuya riqueza sería futura; tenemos unas pocas ciudades, no ciudades ilustres como Lima o México, sino ciudades pobres y un ambiente burgués, un ambiente en el cual, según he leído, los mismos virreyes no ostentaban sus títulos nobiliarios porque no había ambiente para ello. Y así tenemos nuestra época colonial, asaz pobre, y luego venturosamente para nosotros, las invasiones inglesas que rechazamos y que demostraron al pueblo de Buenos Aires su propia fuerza, ya que poco hicieron las autoridades. Fue Buenos Aires la que se defendió, y luego vendría la Revolución de Mayo, y luego aquel Congreso de 1816, en que tomamos la resolución de ser argentinos, es decir, de ser algo que todavía casi no tenía sentido.

Y luego viene la historia argentina, tan azarosa. Tenemos el hecho de que la guerra de la Independencia de esta parte de América (la del Norte es muy anterior), es obra en gran parte argentina, colombiana, venezolana. Y todo esto se hace por obra de unos cuantos señores y desde luego de los soldados, los soldados que no tendrían mayor conciencia de lo que era la patria ni de la empresa que habían acometido. Luego tenemos las guerras civiles y tenemos la guerra con el Brasil después de la victoria de la larga guerra contra los españoles; luego las guerras de la primera dictadura, luego la guerra del Paraguay y las guerras civiles, es decir, la guerra contra aquellos caudillos que habían tomado el lado de la barbarie y la guerra contra el indio.

El tango sale no del pueblo, no de la aristocracia, sino del ambiente mixto, de ciertas casas “no santas”, y esto puede probarse por los instrumentos. Si el tango hubiera surgido del pueblo, su instrumento hubiera sido la guitarra. En cambio sabemos que los primeros instrumentos del tango fueron el piano, la flauta y el violín. Luego se agregaría el bandoneón

Y más o menos hacia 1910, éramos quizá la primera república latinoamericana, y esto solemos olvidarlo. Pensamos que composiciones como la “Oda a la Argentina” de Rubén Darío, o las Odas seculares de Lugones fueron meros brindis, meras efusiones de brindis. Pero, realmente, yo que recuerdo aquellos años (aquellos años en que el cometa me parecía una parte de la iluminación del Centenario), sé que todo eso correspondió a un gran entusiasmo, como después, digamos, la revolución de 1955. Y en todos aquellos años habíamos hecho muchas cosas: habíamos hecho de este territorio perdido una gran república por obra ciertamente de la inmigración también, que ha hecho de nosotros un país que difiere de otros de este continente, por el hecho de ser un país de clase media y de población blanca, sin mucha población indígena y casi sin población africana, ya que los esclavos y los descendientes de los esclavos misteriosamente desaparecen.

Luego, juntamente con la revolución, nace un género literario peculiar: la poesía gauchesca, inaugurada por el montevideano Bartolomé Hidalgo, y que nos llega y que culmina, en la obra de Ascasubi, de Hernández, en Don Segundo Sombra también. Luego el modernismo que renueva las diversas literaturas, cuyo instrumento es la lengua española, y que surge de este lado del mar, ya que en contra de la geografía estábamos más cerca -y quizá aún lo estemos-, más cerca de Francia y de Edgar Allan Poe que de España. Y luego surge esta gran ciudad, Buenos Aires, y el hecho de que todos nos sentimos argentinos.

Aquí poco importa nuestra ascendencia. Yo sé por ejemplo, que uno de mis amigos más íntimos es Carlos Mastronardi, el gran poeta entrerriano Carlos Mastronardi, y creo que su madre y su padre son florentinos. Yo, que yo sepa (pero nadie puede estar seguro), no tengo sangre italiana; tengo sangre portuguesa, española, inglesa. Sé que otro gran amigo mío, Bioy Casares, es parcialmente de origen francés; sé lo mismo de Manuel Peyrou, del sur de Francia. Tengo amigos judíos, tengo amigos de distintas razas y eso no ha significado la menor grieta entre nosotros: lo importante es el hecho de que todos nos sentimos argentinos.

Pues bien, el modernismo, según nos recuerda Max Henríquez Ureña en su Breve historia del modernismo, tiene una de sus capitales en Buenos Aires, la otra es México. Y luego según Juan Ramón Jiménez me dijo y según pude comprobar históricamente, luego llega a España e inspira por ejemplo a dos grandes poetas: a los hermanos Manuel y Antonio Machado. Todo esto lo hacemos; sin embargo, todo esto de algún modo es secreto para el mundo, todo esto no interesa mayormente a la gente. Pero mientras tanto sucede otra cosa, otra cosa casi ignorada.

Yo he conversado con Saborido, autor de “La morocha”, he conversado con Ernesto Poncio, autor de “Don Juan” y creo que de “El entrerriano”; he conversado con gente de la familia de Greco; he conversado con hombres que vivieron los orígenes del tango. Quiero recordar aquí a mi amigo don Nicolás Paredes, caudillo que fue de Palermo. Quiero recordar a un tío mío marino, Francisco Borges, que con unos amigos quiso bailar con corte y quebrada en un conventillo de la calle Las Heras. Ese conventillo se llamaba Los Cuatro Vientos, lo cual sugiere ya grandes patios y ventolina. Y los echaron, porque como dice Carriego en un poema: “La casa será todo lo que se quiera, pero decente”. Quiere decir que el pueblo, entonces, no ignoraba el origen del tango. Ese origen es un origen híbrido. Después se ha hecho una leyenda, una especie de histoire d’un jeune homme pauvre de un baile orillero que es rechazado por la gente aristocrática y que finalmente el pueblo lo impone. Yo diría que ocurre exactamente lo contrario.

Me he ocupado alguna vez de la topografía del tango y he notado, sin mayor sorpresa, que cada uno lo llevaba a su barrio, cada uno creía que en su barrio había surgido el tango; lo cual es una prueba del amor de la gente, del amor que le sentimos. Hay un libro de Vicente Rossi, Cosas de negros, un libro que está incluido en la obra de la señora de Panti y de Tomás de Lara [El tema del tango en la literatura argentina] -del cual hay un fragmento, creo-, que nos lleva a una academia, a una casa de bailes públicos en la ciudad vieja de Montevideo, al sur, creo que por la calle Yerbal, la calle de las casas malas. He hablado con el doctor Bioy también, y con muchos otros. Naturalmente, si el interlocutor era rosarino, el tango era evidentemente del Rosario, del barrio cerca de la estación Rosario Norte; si era montevideano, correspondía a Montevideo; si era de Buenos Aires, correspondía no sólo a Buenos Aires sino a su barrio de Buenos Aires.

Pero todo esto, esta topografía, ¿qué puede importarnos ahora? Lo importante es este hecho curioso: el hecho de que mientras públicamente -contra la barbarie, contra el gaucho a veces, contra el indio- estamos fundando un gran país, también se está creando, se está urdiendo, está engendrándose en la sombra, algo que nos hará famosos en el mundo, y ese algo es el tango.

Y el tango sale, no del pueblo, no de la aristocracia, sino del ambiente mixto, creo yo, de ciertas casas “no santas”, y creo que esto puede probarse por los instrumentos. Si el tango hubiera surgido del pueblo, su instrumento hubiera sido la guitarra. Yo de chico he oído tantas veces la guitarra en los almacenes, la guitarra muy mal tocada, pero frecuente; en cambio sabemos que los primeros instrumentos del tango fueron el piano, la flauta y el violín, al que se le agregaría después el bandoneón. Y nada de esto tiene que ver con el pueblo. Todo esto ya presupone ese ambiente en el que se codeaban el rufián y el niño bien, calavera.

Y recuerdo aquellos primeros tangos sin letra o con letra obscena, y recuerdo también haber visto bailar -estoy pensando en este momento en la esquina de Serrano y de Guatemala-, haber visto bailar el tango al compás del organito por parejas de hombres, de hombres porque las mujeres no querían participar en un baile cuyo origen conocían. Y recuerdo aquella sentencia acuñada por Lugones: “El tango, ese reptil de lupanar”. Quiero admirar la precisión de la palabra “reptil” en que están las quebradas y los cortes, lo sinuoso del baile, y desde luego, el desdén que sentiría Lugones, cordobés, por un baile de origen -equívoco o no- más bien inequívoco, de Buenos Aires.

Y luego el tango crece, y ahora, como acaba de señalar Gancedo, todos nosotros, más allá del lugar del que vengamos, nos sentimos expresados en el tango, nos sentimos confesados en el tango. Desde luego hay diferencias de épocas: yo soy un señor ya de cierta edad, no en vano nací en 1899, y me siento confesado, o quisiera sentirme confesado -porque ya hay una suerte de nostalgia en todo esto-, en el tango milonga o lo que llaman “tango de la Guardia Vieja”. Y aquí voy a volver a recordar a mi amigo Paredes, hombre de guitarra y cuchillo. Estábamos en un café de la calle Santa Fe y tocaron, creo que tocaron “Caminito”. Entonces él lo oyó, con perplejidad, y dijo: “Todo esto estará muy bien, pero para mí es demasiado científico”. De modo que no sé qué hubiera dicho de otras elocuciones, digamos, de la música, si ya ese música sencilla y campesina excedía sus escasísimos conocimientos de mal guitarrista y de buen payador. Es decir, para mí el tango sigue siendo todavía, por ejemplo, “El pollito”, “El cuzquito”, “Rodríguez Peña”, “El choclo” y otros.

Todos nosotros, más allá del lugar del que vengamos, nos sentimos expresados en el tango, confesados en el tango. Hay diferencias de épocas: yo soy un señor ya de cierta edad, y quisiera sentirme confesado –porque ya hay una suerte de nostalgia en todo esto– en el tango milonga o lo que llaman “tango de la Guardia vieja”

Quiero pensar en un amigo también. Quiero pensar en Sergio Piñero. Sergio Piñero publicó un artículo en una publicación a cuya redacción no pertenecí, aunque alguna vez me publicaron un poema. Me refiero a “Martín Fierro”. Y ahí él se quejó de que el tango estuviera ablandándose, de que el tango hubiera perdido lo que tenía de la milonga, es decir, esa suerte de coraje florido. Todo eso después ha ido ablandándose. Luego el tango fue llevado a París -creo que entre otras personas por Ricardo Göiraldes-, y volvió adecentado, triste y lento y sentimental. Y últimamente, alguien que no parece haber escuchado “El cuzquito” o “Rodríguez Peña” o “El choclo” ha dicho: “El tango es un pensamiento triste que se baila”. Y yo querría oponer tímidamente, tímidamente porque ciertamente mis conocimientos de música y de baile se confunden con la nada absoluta, querría oponer unas tímidas objeciones. En primer término, no creo que la música siendo un arte proceda de un “pensamiento”; yo diría, de una emoción; luego “triste”, ¿por qué triste?, habrá tangos tristes, pero para mí el tango es todavía una expresión de valentía, de alegría, de coraje (es verdad que estoy pensando en el tango milonga y no en el tango canción); y luego, “que se baila”, me parece algo agregado, porque si yo voy caminando por la calle y veo que alguien silba, reconozco inmediatamente el tango. Ese tango puede gustarme o no, pero hay algo en mi cuerpo, hay algo en mi cuerpo no sólo de porteño sino de argentino que lo reconoce inmediatamente. El hecho es que ese baile rechazado al principio por el pueblo, es admitido luego, porque se sabe que ha sido admitido en París. Nosotros juzgamos muchas veces las cosas según el juicio ajeno, lo cual desde luego es una forma de humildad y de modestia, que no debemos censurar.

Pues bien, el tango de algún modo sigue, como acaba de decir Gancedo, misteriosamente representándonos: algunos pueden gustarnos, otros no. Podemos preferir el tango sentimental; yo prefiero el tango valeroso. Podemos preferir también esos juegos musicales que se llaman tango y que yo no reconozco del todo (la verdad es que soy un señor ya viejo, según he dicho), pero el tango sigue representándonos; es decir, algunos calaveras, algunos canallas ¡por qué no decirlo!, y algunos buenos músicos ciertamente hicieron, quizá por lo que se llamaba “el barrio tenebroso”, de Junín y Lavalle, algo que ahora no sólo ha hecho famoso el nombre argentino -¡qué importa la fama!, absolutamente nada-, sino algo que nos expresa a todos. ¡Y hay tantos testimonios sobre el tango! Creo que todos ellos están reunidos en este libro.

Son muy escasos los manuscritos de Jorge Luis Borges que se han conservado. En este, no fechado y conservado en la biblioteca de la Universidad norteamericana de Notre Dame (Indiana), Borges dibujó una pareja de bailarines de tango y anotó estas líneas: “El tango es prostibulario. De ello no tengo dudas. Pero la certeza no me acompaña si se trata de ubicar la cuna del mismo. Para Ernesto Poncio, es la recova del Retiro, claro está, en los prostíbulos; los del Sur creen que es en la calle Chile, y los del Norte sostienen que es en la calle del Temple, ambas golferas. En todo caso es indiscutible que nace entre 1880 y 1890”. El manuscrito incluye, además de la firma de Borges, estas dos “Coplas”: “Barracas al Sur/Barracas al Norte/a mí me gusta/bailar con corte”; “Maña- na por la mañana/me voy a las Cinco Esquinas/a tomarme un mate amargo/de la mano de mi china”.