John Updike

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Letras

John Updike: “Los americanos estamos haciendo un gran esfuerzo por entender a los otros”

8 mayo, 2002 02:00

Es el escritor norteamericano vivo más célebre, premiado, leído y admirado de una irrepetible generación. La próxima semana aparece la traducción española de su última novela, Conejo es rico (Tusquets), de la que adelantamos el comienzo en estas páginas. Nacido hace casi 70 años en Shillington, Pennsylvania, Updike ha hecho de esta tranquila zona de tradición puritana -no muy lejos del Massachusetts en que vive actualmente- el espacio mítico donde se desarrolla gran parte de su ficción. Autor de una cincuentena de libros de ficción, ensayo y poesía, Updike ofrece una visión puramente americana de los problemas a los que se enfrentan hoy sus compatriotas. El Cultural se ha reunido con él en Boston, para revisar las heridas que el 11-S ha dejado en su país y en todos nosotros. A fin de cuentas, la última entrega de la serie de novelas protagonizadas por Conejo Angstrom, que verá la luz en España la próxima semana, termina el último día del siglo XX, con el pánico ante un posible ataque terrorista de integristas árabes... "Sí que es curioso. En el cambio de siglo, la gente tenía miedo. No ocurrió entonces, pero ocurrió algún tiempo después. Parece que algunas cosas están en el aire".

Su inolvidable personaje Rabitt (Conejo) Angstrom protagoniza desde hace 40 años una saga de novelas en las que Updike ha trazado uno de los retratos más incisivos de la clase media americana. Una clase que se ha enriquecido mientras adquiría los pequeños vicios derivados de la rutina, el dinero y un exceso de confianza en las ventajas de ser americano.

Que Updike lleve 40 años observando y relatando América convierte en un privilegio hablar con él sobre su atribulado país. Sin embargo, al llegar al Viejo Carlton Ritz de Boston, el hotel está cerrado por reforma... ¿Se ha confundido él al citarme allí o yo al anotar el lugar? La única solución parece ser buscar el Nuevo Carlton Ritz y rezar por que la cita sea allí. A las 3 y 10 minutos entra por la puerta una figura de impresionante altura, distinción y blanca cabellera, que trata de pronunciar correctamente el nombre español.

Después de que nos cambien tres veces de mesa (hemos pedido un sitio tranquilo donde poder hablar) y de que yo rompa una taza del lujoso servicio de té (ante lo cual él ríe y guiña un ojo), Updike me dice: "Señorita, no se olvide usted de contar todas nuestras aventuras en su entrevista...".

-La semana que viene se publica en España la cuarta de sus novelas sobre Rabbit, Conejo es rico. El hecho de que haya escrito estas novelas y una secuela durante cuarenta años y que constituyan un cuerpo tan cerrado resulta increíble. ¿Cómo se las arregla?
-Cuando escribí la primera novela, Corre, Conejo, no tenía intención de continuar. Pero diez años después, en un momento desespe-rado, no se me ocurrió otra cosa que hacer. Estas novelas tienen algo que no tienen las demás: sus personajes son esos americanos de clase media, poco admirables y mediocres, pero los quiero. Hay mucho de mí en ellos.

-¿Qué tienen en común Rabbit y usted?
-Rabbit tiene esa especie de carisma, se cree un ser especial y hace creer a los demás que lo es; acaba saliéndose siempre con la suya. Aunque también es humilde: le gustan muchos aspectos del progreso americano y no protesta contra los centros comerciales o las malas películas; se traga el paquete completo. Intenta aprender y eso me gusta.

-Pero usted no es así...
-Pues la verdad es que sí lo soy, aunque tengo la pátina de haber pasado por la universidad y he leído mucho más que Rabbit; pero no creo que las cosas básicas que nos interesan sean tan distintas: sexo y curiosidad. Compartimos esa sensación irracional de que hay algo precioso en nosotros y lo que hacemos tiene importancia para el universo entero.

-Antes hablábamos de realidad y ficción... ¿qué papel tiene la ficción escrita en nuestro mundo?
-De alguna manera, la ficción es un reflejo distorsionado de nuestras vidas. En las novelas, la gente es mucho más consciente de sí misma y de los otros que en la vida real.

-Tanto Rabbit como otros muchos de sus protagonistas tienen una poderosa vida secreta, que sólo ocurre en su imaginación... ¿Cuánto de esta vida secreta sería posible compartir con los seres queridos?
-Bueno, la gente cercana se sentiría herida por nuestros deseos. Leemos ficción para descubrir que otros también tienen vidas secretas y así nos sentimos menos solos. Leer a Proust, por ejemplo, es una experiencia muy íntima, porque Proust te descubre muchas más cosas de ti mismo que la gente que te encuentras por la calle en la vida real. Es una vivencia mucho más profunda.

-Sus personajes se sienten atrapados en la vida que están viviendo, con matrimonios fallidos, pero ¿la cambiarían si pudieran?

Sexo, curiosidad y dudas
-Para Rabbit y para muchos de nosotros el matrimonio es posiblemente un error, pero un paso necesario para dejar atrás nuestra familia y construir una nueva vida. Para vivir hay que cometer errores y casi podríamos definir la libertad como la posibilidad de cometer nuestros propios errores. Y cuando ya has construido tu vida de forma errónea y te sientes atrapado, te enfrentas a la contradicción de la seguridad o la realización personal. Vivimos en la tensión constante de querer sentirnos seguros y a la vez temer que nuestra vida sea demasiado pequeña... Cada uno es sus propios límites, sus propias decisiones.

-Y hablando de las tensiones de la clase media, la relación padres e hijos es otro de los temas que usted aborda con frecuencia...
-Desde luego... ¿Cuánto hay que dar a los hijos? ¿Debe un padre sacrificar su propia identidad en bien de sus hijos y darles así una falsa imagen de la vida o de sí mismo? ¿Quieren eso los hijos? Creo que no. En mi generación, en los años 60 hubo muchos divorcios y la verdad es que nos olvidamos de las necesidades de nuestros hijos. Esos hijos ahora son más conservadores, se agarran más a sus propias familias, como en la generación de mis padres, a la que la Depresión de los años 30 hizo sentir que la familia era el único lugar seguro ante unas fuerzas exteriores que podían destrozarte.

-Muchos de sus libros están protagonizados por personas que han dejado atrás la madurez. ¿La edad nos hace más aptos para el amor?
-Nos volvemos más considerados, más preparados para ver a nuestro compañero como una persona y no como un medio para el éxtasis, pero perdemos esa energía primaria que es la que da toda su fuerza y fascinación al sexo. El sexo no es básicamente cariño y consideración, sino una fuerza natural que te saca de tus propias fronteras. Te conviertes en un amante más sutil y amable, pero pierdes esa pasión trascendente que es la base del sexo y del amor. Perdemos la excitación de la caza. Conseguir y tener son dos negocios muy distintos.

-En otro poema dice que la sexualidad femenina es un mapa tan difícil de trazar como el de no sé qué región...

Perversión de la idea del otro
-(Risas) ¡Sí, como el norte de New Jersey...! A un americano típico le cuesta una vida entera empezar a sentirse confortable con la sexualidad femenina... Supongo que esto se debe a que aún somos una sociedad puritana. Tal vez debiéramos intentar aceptar la sexualidad femenina como una extensión de la amistad con las mujeres. La verdad es que a los hombres nos cuesta trabajo aceptar el deseo femenino, porque entonces tenemos que empezar a preguntarnos si seremos capaces de satisfacerlo... da un poco de miedo. En las sociedades patriarcales las mujeres no pedían nada y los hombres se sentían más seguros.

-Sus protagonistas masculinos, que tanto fantasean sobre el sexo, no parecen sentirse atraídos por la belleza de las mujeres, sino por un detalle particular... ¿no es la belleza física tan importante en la seducción?
-En absoluto. Lo que buscamos en nuestra compañera sexual es la energía. Las películas y la publicidad han pervertido la idea del otro, con unas exigencias de belleza imposibles. Casi ninguno somos una belleza delante de una cámara, pero me gusta pensar que todos somos bellos para alguien más, que aprecia y agradece lo que somos.

La vocación detectivesca
-¿Qué sería usted si no fuera escritor?
-Siempre he querido ser detective, solucionando los problemas de la gente, moviéndome a escondidas y espiando. Creo que el espionaje está en el temperamento de cualquier escritor: mirar los libros que otra gente tiene en sus casas, hurgar en sus cajones... Tendría que ser una profesión con glamour y rozando los límites de la sociedad, algo que se pudiera hacer en soledad. Incluso como escritor, estoy bastante solo: no tengo agentes, no vivo cerca de otros escritores ni tengo amigos escritores. Creo que hay algo en mí del cowboy, del mítico desperado...

-Es muy curioso que Rabbit remembered, publicada el año pasado, termine el último día del siglo XX, con el pánico ante un posible ataque terrorista de integristas árabes...
-Sí que lo es. En el cambio de siglo, la gente tenía miedo. No ocurrió entonces, pero ocurrió algún tiempo después. Parece que algunas cosas están en el aire.

-¿Por qué los EE. UU. ejercen una fascinación tan grande sobre el resto del mundo, ya sea para imitarlos, odiarlos o hablar sobre ellos?
-Norteamérica es el nuevo mundo, somos afortunados en nuestra geografía e instituciones políticas, pero también por la cantidad de gente que ha llegado aquí con deseos de vivir en un mundo mejor. Es cierto que en este momento somos el centro de atención. Según nuestro presidente, somos la única superpotencia. Pero nuestro poder no viene tanto de las bombas, que tampoco soltamos tan a menudo, como de la cultura popular, ya sean las hamburguesas o las películas de Spielberg.

»Es posible que esta cultura esté dañando las tradiciones de otros países, pero creo que el concepto que atrae a mucha gente es el de libertad. Tenemos más libertad que muchas otras naciones, aunque ésta no sea absoluta, y aunque los sucesos del 11 de septiembre tengan como consecuencia la pérdida de algunas de nuestras libertades. Pero al menos durante el siglo XX, el mundo nos ha visto como un emblema no sólo de libertad, sino también de felicidad.

-En sus libros esa supuesta "felicidad" está contada con ironía.
-Por supuesto; muchos americanos intentan escapar de esta sociedad de ensueño, que tiene sus desventajas. En muchos aspectos es una sociedad ruda y muy dura. Nueva York, ahora una ciudad herida, no sólo ha significado libertad e ilusión para los inmigrantes, sino también para muchos americanos que huían del ambiente puritano que aún se respira en este país. Y parte de la herencia puritana implica que si no tienes éxito, es por tu culpa. Existe la libertad para triunfar, y por tanto se exige el triunfo. Es un gran país para ser rico, pero muy duro si eres pobre.

-Es curioso que un tercio de su último libro de poemas, Americana, publicado meses antes del ataque terrorista, esté dedicado a los aviones y a volar... incluso en uno de ellos sugiere que está sentado al lado de un terrorista árabe...
-(Riendo) ¡Sí, es cierto! El poema "Icarus"... Volar siempre ha sido fuente de cierta ansiedad para mí, pero los aviones son un rasgo más del modo de vida americano, un signo de libertad. éste es un gran país en el que las familias se mantienen unidas, o se hacen grandes negocios, porque volar era muy fácil y barato. Pero ahora han conseguido envenenar uno de los signos de identidad de ser americano.

-Los americanos no suelen prestar atención a lo que sucede fuera de sus fronteras, a no ser que tenga que ver con sus intereses. ¿El ataque terrorista cambiará la manera en que los americanos ven el mundo?
-Quiere usted decir que somos un país egocéntrico, como dicen los árabes... Es posible. Dos grandes océanos nos crean la ilusión de que estamos solos en el mundo y nuestros vecinos, Canadá y México, son países muy tranquilos y amistosos. Estamos demasiado bien acostumbrados. Yo estaba en Nueva York cuando cayeron las Torres y no dejaba de pensar que esas imágenes terribles de la destrucción de una ciudad, se han visto muchas veces en Europa a lo largo del siglo XX. A nosotros no nos había sucedido nada parecido desde la guerra de Secesión. Hemos sido afortunados y nos hemos confiado demasiado. Es posible que esa suerte haya terminado.

Esfuerzo por entender
-Estados Unidos está muy orgulloso de su diversidad y su democracia. ¿Por qué tienen, sin embargo, una tendencia tan grande a dividir el mundo en buenos y malos, a simplificar excesivamente las cosas?
-No creo que eso sea cierto. Creo que los americanos estamos haciendo un esfuerzo muy grande por entender. Estoy impresionado por todo lo que se ha escrito sobre el Corán, los musulmanes, su sensibilidad y sus sentimientos y por qué están tan enfadados. Se han escrito miles y miles de páginas intentando averiguar por qué nos odian tanto. Después del bombardeo de Pearl Harbor, yo no recuerdo que nadie simpatizara con los miles de japoneses que vivían en California, así que somos ahora un país mucho más tolerante y comprensivo. Lo cual no quiere decir que no tiremos bombas. Es obvio que podemos hacerlo y que lo haremos, como haría cualquier otro país u organismo que se sintiera amenazado. Creo que éste es un país bien intencionado, que procura hacer las cosas bien y que ha hecho un esfuerzo sincero por distinguir entre los millones de seguidores del Corán y los miles que pertenecen o simpatizan con Al Quaeda. Un amigo me decía el otro día que este país es el más autocrítico del mundo, y creo que tiene razón.

-Las imágenes de las Torres desplomándose fueron tan increíbles y espectaculares... ¿no le parece que los límites entre realidad y ficción deberían ser reconsiderados?
-Sí, sin duda ya no es un límite tan claro como solía. Según veía las Torres arder, yo tenía que estar continuamente recordándome que aquello no era una película, que estaba pasando de verdad. Igual que sucede con todos esos niños que van al colegio con armas y las disparan: es la vida imitando a la ficción tal y como la vemos por televisión. Es más difícil para el hombre contemporáneo distinguir realidad de ficción; por otra parte, que la ficción esté tan presente hace que minusvaloremos las consecuencias que nuestras acciones tienen en el mundo real.

»Yo me mantengo apartado de los ciberespacios, pero aún así, soy consciente de que Internet afecta mi sentido de la realidad. Me preocupa que los jóvenes que viven para sus ordenadores no lleguen a distinguir lo que es real de lo que no, lo que importa y lo que no, lo que es o no tolerable para la sociedad.


Conejo es rico
"Se está quedando sin gasolina", piensa Conejo Angstrom mientras desde el ventanal, lleno de polvo veraniego, de la exposición de Springer Motors observa desfilar el tráfico por la Nacional 111, un tráfico fluido y escaso en comparación con el que solía haber. "El puto mundo se está quedando sin gasolina." Pero a él no van a pillarle, no mientras sus Toyotas sigan teniendo el consumo por kilómetro más bajo, y un precio de mantenimiento más barato que cualquier pedazo de chatarra que circula por las carreteras. Lea la Guía del consumidor, el número de abril. Basta con decir eso a la gente que viene. Y vaya si viene gente; se está poniendo frenética, sabe que el gran viaje americano está terminando. La gasolina se ha puesto a treinta centavos el litro, y el noventa y nueve por ciento de las gasolineras cierra los fines de semana. El gobernador de la Commonweatlh de Pennsylvania anda exigiendo una compra mínima de cinco dólares para evitar que cunda el pánico. Y los camioneros que no consiguen diesel disparan contra sus propios camiones; hubo un incidente en el mismo Diamond County, en la autopista de peaje de Pottsville. La gente está perdiendo la cabeza, sus dólares no valen un centavo, se retrae como si ya no existiese un mañana. Cuando adquieren un Toyota, él les dice que están convirtiendo sus dólares en yenes. Y se lo creen. Vendidos en los primeros cinco meses de 1979 ciento doce vehículos nuevos y usados, además de ocho Corollas, cinco Coronas, incluyendo una camioneta del modelo de lujo y aquel Celica que Charlie dijo que se parecía a un Pimpmobile descargado, en estas primeras semanas de junio, a un promedio de beneficio bruto de ochocientos dólares por venta, Conejo es rico.