Gyula Krúdy y Sándor Márai, con Budapest al fondo. Diseño: Rubén Vique

Gyula Krúdy y Sándor Márai, con Budapest al fondo. Diseño: Rubén Vique

Historia

Luces de bohemia en Budapest: el homenaje de Sándor Márai a la Centroeuropa de entreguerras

En 'Último día en Budapest', de 1940, el escritor juega a confundirse con su maestro, el mítico escritor Gyula Krúdy, paseándolo por una capital húngara culta y crepuscular.

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Publicada

El protagonista de Último día en Budapest, el tributo literario de Sándor Márai (Kassa, Hungría, hoy Eslovaquia, 1900 - San Diego, 1989) a su maestro Gyula Krúdy, adopta el nombre del alter ego con el que el propio Krúdy se enmascaraba en sus cuentos y novelas: Simbad.

Último día en Budapest

Sándor Márai

Varios traductores
Salamandra, 2025
204 páginas. 19 €

En el relato de Márai, doscientas páginas de apretadas evocaciones y ensoñaciones poéticas, Krúdy/ Simbad es un anciano “sabio, indiferente y severo”, que pasa los días en los cafés y los baños turcos de la capital húngara. Desde ahí observa con disgusto y mal humor la decadencia del mundo.

El Krúdy real, como se explica en el prólogo, fue un escritor conocido y valorado durante gran parte de su vida, pero nunca obtuvo el favor del público: era un escritor para escritores. Alcanzó la popularidad en 1911 con La juventud de Simbad, el primer libro protagonizado por su alter ego, y él y su familia pudieron vivir de la literatura hasta finales de los años 20, cuando la bebida y el juego lo arrastraron a la ruina.

“Nuestro mundo siempre ha estado lleno de amargura por la falta de dinero”, le hace decir Márai en sus últimos días. Para entonces, el escritor ya vivía al margen de la sociedad, “pero siempre de forma regia”. Su muerte, en 1933, apenas apareció en los periódicos, pero sus libros volvieron a leerse gracias a esta novela, cuyo título original es Simbad vuelve a casa.

Al igual que en otras historias de Márai, en esta no ocurre gran cosa. Las intenciones del escritor, como desliza atribuyendo la idea a Simbad, son “rendir tributo a un mundo desaparecido”, poblado por poetas malditos y vividores, cuyo final sitúa el día de la muerte de Krúdy, el mismo en que transcurre la novela, el 12 de mayo de 1933.

Junto a 'El último encuentro', esta novela es representativa de una época de enorme desencanto en la vida de Márai, que emigraría a EE. UU.

Esa mañana, Simbad, un escritor sensible y lúcido, “violinista en un mundo sordo”, sale a buscar dinero para comprarle un vestido a su hija, pero no puede evitar perderse por las calles de Budapest. Sus visitas a lugares que le recuerdan tiempos mejores le sirven a Márai para hacer el retrato melancólico de una Hungría bohemia, “auténtica” y alternativa a la oficial, que Simbad había preservado en sus textos “como un insecto atrapado en ámbar antediluviano”.

Arrancan los años 30 y Krúdy es “un príncipe de incógnito” cuya tragedia es “haber nacido como señor y escritor en un mundo que ya no necesitaba ni verdaderos señores ni verdaderos escritores”.

Característico bohemio de entreguerras, este autor, hoy desconocido fuera de Hungría, era, como el propio Márai, una mezcla de sofisticación y provincianismo: “Viena era la parte más alejada del mundo donde el marino se sentía en casa”, recuerda el discípulo.

Márai revisa el legado de su maestro con su inconfundible fatalismo, en el que la ironía, a veces, actúa como contrapeso a la solemnidad: Simbad se indigna con idéntica intensidad porque desaparezcan los cafés y porque un camarero no añada jamón ahumado y chorizo a un plato de huevos duros.

Estatua de Gyula Krúdy en Budapest. Foto: Globetrotter19/Wikimedia Commons

Estatua de Gyula Krúdy en Budapest. Foto: Globetrotter19/Wikimedia Commons

La novela, publicada en 1940, es casi contemporánea a El último encuentro, publicada dos años después y más leída hoy. Ambas son representativas de una época de enorme desencanto en la vida de Márai, que emigraría a Estados Unidos en 1948.

Algunas ideas de Henrik y Konrad, los dos amigos que se encontraban en el castillo de los Cárpatos, podrían atribuirse sin problemas a Simbad (y al propio Márai). Si en El último encuentro se leía: “Mi patria era un sentimiento, y ese sentimiento ha sido herido de muerte”, ahora, en Último día en Budapest, leemos que Krúdy escribía “porque amaba a su patria, criticaba a su pueblo y deseaba reavivar las fuerzas de la nación”.

Es un impulso que también movió a Márai, aunque a este, a diferencia de su maestro, aún le quedaban fuerzas para alargar esa elegía en muchos otros libros y diarios.

En casa de Sándor Márai, de padre sajón, se hablaba alemán, lengua en la que se educó y en la que al principio quiso escribir sus novelas. Sin embargo, a él también le importaba, como a Krúdy, la pureza de la cultura húngara, que creía urgente preservar. Así que en 1943 firmó un manifiesto para su defensa frente a influencias extranjeras.

Márai lamenta la extinción del mundo en el que se crio, el de la burguesía patriótica y respetuosa con el conocimiento y la cultura

El cuadro de Budapest está igualmente teñido de nostalgia. Budapest, anota el autor, era una ciudad donde “la felicidad ya no se vendía en ninguna parte”. Ahora, dice Márai por boca de Simbad, todo es “ambición, vanidad, avaricia; los tristes hombres de la capital se sentaban a la mesa del estúpido banquete de los sentidos, a charlotear, a emborracharse, a vender mentiras, aventuras desalmadas, placeres despiadados y egoístas, igual que los taberneros sin escrúpulos venden vino adulterado”.

En gran parte de su literatura, Márai lamenta la extinción del mundo en el que se crio, el de la burguesía patriótica y respetuosa con el conocimiento y la cultura. No en vano uno de sus libros más celebrados, de 1934, se titula Confesiones de un burgués, y en él ya elevaba a los de su clase –al igual que hacía Stefan Zweig– por encima de la brutalidad y el mal gusto de la época.

En la tragedia de Krúdy, en el olvido al que fue sometido en vida, late esa misma idea, presente en otra cita de los diarios de Márai, esta vez aplicada a la limpia que los nazis habían llevado a cabo en Viena: “Con los métodos del ostracismo, un pueblo que se deshace de los indeseados acaba eliminando también a sus mejores hijos”. Después, sostiene el escritor, solo queda esperar a los bárbaros o a los tiranos.