Una ilustración del artista José Carlos Sampedro para el libro 'Las recetas del hambre' (Crítica)

Una ilustración del artista José Carlos Sampedro para el libro 'Las recetas del hambre' (Crítica)

Historia

Raciones de fascismo para controlar el hambre en la posguerra: un libro desmonta los mitos de la dictadura

El historiador Miguel Ángel del Arco desentraña la realidad de la autarquía, el sistema económico impuesto por el régimen, en 'La hambruna española'.

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Solo se nos ocurre un gesto más cruel que acabar con la vida de una persona: dejarla morir de hambre. Los poetas Federico García Lorca y Miguel Hernández representan esas dos caras de la muerte, la de la guerra civil y la de la posguerra –aunque las ejecuciones del régimen se prolongaron hasta el ocaso de la dictadura–, en nombre de todos los represaliados del franquismo.

García Lorca fue asesinado en su tierra, Granada, al inicio de la contienda, y Miguel Hernández paseó por distintas cárceles su rosario de afecciones hasta que, en 1942, falleció en una prisión de Alicante a causa de una tuberculosis. Era una de las enfermedades que provocaba el hambre en los años que siguieron a la guerra. Su hijo, que se alimentaba entonces de poco más que cebolla –léase uno de los poemas más emocionantes de la literatura en español, Nanas de la cebolla–, fue uno de tantos niños que estuvo "en la cuna del hambre", como reza el verso del poeta.

Miguel Ángel del Arco, historiador y catedrático en la Universidad de Granada, sostiene que el hambre fue para el régimen un instrumento de represión. No es que lo fomentara –no le convenía, sobre todo de cara al exterior–, pero sí lo utilizó como castigo contra los republicanos y sus afines. El revanchismo se cebó con los hombres, cabezas de familia a quienes privaron, con el saqueo de sus propiedades y sus bienes, de alimentar a sus parientes.

En consonancia, el otro objetivo era adormecer los estímulos revolucionarios de potenciales opositores. "La revolución de los hambrientos termina al llegar a la panadería de la esquina", leemos en uno de los testimonios que el historiador recoge en su nuevo libro.

La hambruna española (Crítica) es una honda radiografía del sistema económico impuesto por el régimen en los primeros años de la posguerra. Hasta que Franco dejó de alzar el brazo y extender la mano, allá por los años 50, el dictador se inspiró en las políticas fascistas de las fuerzas del Eje: Alemania e Italia. La autarquía aspiraba al autoabastecimiento del país a partir de la renuncia a las importaciones y el fomento de la industrialización, pero el resultado fue, según Del Arco, un "desastre económico".

Debido a la escasez de combustible y de maquinaria agrícola, fruto de la decisión de no importar productos del extranjero, los rendimientos por hectárea decrecieron. Los salarios, en muchos casos, no llegaban ni para la cartilla de racionamiento, a través de la cual se establecía un reparto de alimentos siempre desigual basado en la perversa lógica del premio y el castigo, y España se sumió en una hambruna que se prolongó hasta 1942.

Los años siguientes no fueron precisamente dichosos –Del Arco señala, a propósito, la hambruna de 1946, propiciada por la sequía extrema del año anterior–; antes al contrario, la miseria era una marca indefectiblemente ligada a la sociedad española, que comenzó a remontar el vuelo ya en la segunda mitad del siglo XX.

Hasta entonces, la política del régimen comandado por Falange, el partido único, apostó por unas rígidas medidas basadas en la fijación de precios oficiales y el control de las materias primas y los productos intervenidos. Los agricultores entregaban la cosecha al Estado, por lo que este pasaba a ser propietario del alimento de los ciudadanos.

Del Arco señala, en este sentido, una llamativa paradoja. Y es que el procedimiento resulta muy similar a la política agraria estalinista, que se apropiaba de los cereales de los campesinos, lo que nos confirma que a veces, es cierto, los extremos se tocan.

No fue la única medida que emparenta al Movimiento con las políticas económicas de izquierda. Así el ejemplo de la nacionalización del ferrocarril –Renfe nació en 1941–, solo que en este caso se pagaron precios altísimos para beneficiar al empresario. Lo mismo ocurrió con las tierras ocupadas por los campesinos durante la República. Al final de la contienda, se las devolvieron a los terratenientes para después comprárselas por un precio muy superior al que estipulaba el mercado.

Esto sí se asemeja más a un régimen de derechas, que congeló el gasto público en sanidad para entregarse a la producción de regadío, cuya expansión estuvo motivada por el Instituto Nacional de Colonización (INC), que construyó aproximadamente 300 pueblos para que los campesinos cultivaran sus tierras.

Niños vascos atendidos en uno de los comedores de Auxilio Social en 1938. Foto: BNE

Niños vascos atendidos en uno de los comedores de Auxilio Social en 1938. Foto: BNE

Si la deficiencia de la política económica adoptada no fuera bastante, el régimen promovió un sistema caciquil a partir de sus estructuras institucionales, que albergaron todo tipo de prácticas corruptas. Desde el ministro hasta el alcalde, pasando por el gobernador civil de la provincia, cada una de las figuras políticas ostentaba un poder superlativo. Muchos lo aprovecharon para enriquecerse a costa de una población que sobrevivía comiendo ratas, gatos y hasta cerdos muertos por enfermedad.

Más sangrante resulta que el objeto de sus tejemanejes fuera en muchos casos la comida, tan anhelada entonces. Hubo quien se apoderó del alimento almacenado para comercializarlo en el mercado negro, especulando con su precio (algunos de los implicados eran miembros del Ejército y de otras instituciones como el Auxilio Social). El estraperlo, o sea, la venta ilegal de productos intervenidos por el Estado, se convirtió en la única opción de muchas familias para nutrir a sus hijos.

Estos son algunos de los datos que aporta Del Arco para esclarecer una realidad que no todos conocen y, de paso, desmontar los mitos que la han opacado. El primero y más extendido fue el de la guerra civil. "La criminal prolongación de la lucha de los rojos", según el ministro Ramón Serrano Suñer ('El Cuñadísimo'), habría sido una de las causas del hambre en España.

El historiador se opone rotundamente: "Las consecuencias de la guerra no fueron especialmente devastadoras", salvo en lo demográfico. Las fábricas, los hospitales, los transportes y las comunicaciones no sufrieron grandes desperfectos, asegura. Tampoco los cultivos.

Ni siquiera el expolio del famoso Oro de Moscú, aquellas reservas del Banco de España que la República se llevó a la URSS, resultaría determinante. Si la recuperación de Alemania tras la II Guerra Mundial se materializó en tres años y la de Italia en cinco, el hecho de que España lo hiciera en quince ha de tener otras explicaciones, tercia el historiador.

La excusa del aislamiento internacional tampoco le parece suficiente. El bloqueo económico a España por parte de los aliados existió, concede Del Arco. Es verdad que al inicio de la posguerra los británicos nos cortaron el suministro de petróleo con la connivencia de Estados Unidos, pero el aislamiento, insiste, no fue tan severo.

Un hombre con dos niños en la Carrera de San Jerónimo en a principios de la década de 1940. Foto: Hermes Pato

Un hombre con dos niños en la Carrera de San Jerónimo en a principios de la década de 1940. Foto: Hermes Pato Hermes Pato

Además, es que nuestras relaciones con el Eje, el bando perdedor de la II Guerra Mundial, fueron calamitosas. Tanto que, apremiado por estar cerca de los poderosos para proyectar el "nuevo imperio español", el régimen enviaba alimentos a las potencias amigas mientras España agonizaba. Sí, Franco era muy nacionalista, pero… Sí, Franco nos salvó de la II Guerra Mundial, pero…

El otro mito del franquismo para justificar los años del hambre fue "la pertinaz sequía". Con este, bastan solo los datos para desmontarlo: "Los años 40 no fueron especialmente secos" –salvo 1945– comparados con los 30 o los 50, expone Del Arco.

El historiador lamenta en este libro que del régimen aún sobreviva la amable imagen del desarrollismo: "el milagro español" gracias a los pantanos, que merece tema aparte, la ola de turismo a partir de los años 60, la explosión inmobiliaria, etc. Y sobre todo el cinismo a propósito de los "años de paz", un mantra incardinado en nuestro imaginario gracias a lemas como el de "ni un hogar sin lumbre ni un español sin pan".

España acabaría integrada en la comunidad internacional a través del tratado de amistad con Estados Unidos y los pactos con la Santa Sede (1953). Incluso Franco dejaría su política económica en manos de los tecnócratas del Opus Dei (1959) tras el fracaso de la autarquía. Pero, según Del Arco, lo que no puede obviarse es que el régimen silenció cientos de miles de muertes por inanición a través de la censura, recurso multiusos de un sistema dictatorial que se negó a que sus ciudadanos se expresaran libremente.

En fin, el hambre "no fue un accidente", postula el historiador, sino que estuvo motivado por decisiones muy calibradas. Las chabolas, el pan negro, la mendicidad, los hurtos, la prostitución para salvar la vida de un hijo, el posterior abandono cuando ya no era posible llevarle un pan a la boca y, en última instancia, los suicidios no fueron solo el atrezo de la posguerra, sino las consecuencias de una política económica fallida.

Salpicado de citas literarias, versos de coplas y referencias al cine ambientado en la época, La hambruna española presenta una rigurosa documentación que se nutre de archivos internacionales y valiosas investigaciones que resultaron claves para sortear la versión de la dictadura. Aunque los momentos más sobrecogedores del libro corresponden a las historias humanas, como la de esas niñas que esperan en la escuela a que una compañera se termine el plátano para poder repartirse la cáscara.