Sala de prensa de los juicios de Núremberg. Foto: Charles Alexander, U.S. Chief of Counsel for the Prosecution of Axis Criminality. Harry S. Truman Library & Museum.

Sala de prensa de los juicios de Núremberg. Foto: Charles Alexander, U.S. Chief of Counsel for the Prosecution of Axis Criminality. Harry S. Truman Library & Museum.

Historia

Corresponsales en Núremberg: cómo informar sobre el horror

El historiador alemán Uwe Neumahr narra en 'El castillo de los escritores' el día a día de los periodistas durante los juicios a los líderes nazis.

10 abril, 2024 02:12

La tarde del 29 de noviembre de 1945 se produjo la que para muchos fue la sesión decisiva de los juicios de Núremberg. Era el noveno día de juicio, la lectura de informes en frío lenguaje burocrático aburría a los presentes y apenas permitía imaginar lo ocurrido en los campos de concentración nazis. “Nuestros fiscales han logrado que la guerra más exhaustivamente planificada y la más dramática que el mundo ha conocido parezca aburrida e inconexa”, escribió la corresponsal de The New Yorker Janet Flanner.

Pero aquel día los fiscales cambiaron de estrategia. Instalaron unos fluorescentes sobre los acusados y, al comienzo de la sesión, apagaron todas las luces salvo las que iluminaban a los presuntos criminales. A continuación proyectaron el documental Nazi-Konzentrationslager, filmado durante la liberación de los campos. Lo que vieron parecía una pesadilla: esqueletos andantes, restos humanos carbonizados, una excavadora empujando cuerpos hacia una fosa común.

Los acusados abandonaron por un momento su actitud arrogante. Se les había iluminado para que un equipo de psicólogos examinara sus reacciones. Estos afirmaron que en la mayoría “se constató un profundo sentimiento de vergüenza”. Franz von Papen apartó la vista de la pantalla. Hans Frank rompió a llorar. Göring se tapó la cara con el brazo. Erika Mann recogió en su crónica del Evening Standard que los abogados defensores no abrieron la boca durante la cena posterior. “Cada uno se fue a su casa con la cara pálida; no a dormir, sino a darle vueltas al asunto de cómo habría de defenderse algo que no puede ser defendido”.

Los acusados, entre ellos Hermann Göring, Rudolf Hess y Joachim von Ribbentrop durante los juicios de Núremberg. Foto: U.S. Army Signal Corps, Harry S. Truman Library & Museum.

Los acusados, entre ellos Hermann Göring, Rudolf Hess y Joachim von Ribbentrop durante los juicios de Núremberg. Foto: U.S. Army Signal Corps, Harry S. Truman Library & Museum.

Gracias a los corresponsales, sabemos muchos detalles así de los juicios de Núremberg. Muy pocos libros, sin embargo, se habían ocupado del día a día de aquellos periodistas en la ciudad bávara. El historiador Uwe Neumahr (Winnenden, 1972) lo hace en El castillo de los escritores (Taurus), una crónica de cómo la prensa trató aquel suceso clave de la historia europea.

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El castillo del título es el de los condes Faber-Castell, un palacio cerca de Núremberg donde se instaló el press camp con los periodistas extranjeros. Aunque los reporteros alemanes no podían entrar, por allí se paseaba el futuro canciller Willy Brandt, corresponsal de la prensa escandinava, o Markus Wolf, futuro jefe del servicio de inteligencia exterior de la RDA. Las relaciones homosexuales estaban prohibidas por el ejército americano, pero Erika Mann, hija de Thomas Mann y miembro de esas fuerzas armadas, vivía allí con su novia sin esconderse. Corría el alcohol y se creó un ambiente idóneo para la creatividad.

Castillo de Faber-Castell, donde se ubicó el 'press camp' de los juicios de Núremberg. Foto: Charles Alexander, U.S. Chief of Counsel for the Prosecution of Axis Criminality. Harry S. Truman Library & Museum.

Castillo de Faber-Castell, donde se ubicó el 'press camp' de los juicios de Núremberg. Foto: Charles Alexander, U.S. Chief of Counsel for the Prosecution of Axis Criminality. Harry S. Truman Library & Museum.

Neumahr documenta el sentimiento antialemán de los periodistas en un momento en el que, por primera vez, salían a la luz los crímenes nazis. Y muestra la visión angloamericana de una Europa decadente, aferrada a una pomposidad absurda en medio de un desastre de ruinas y muertos.

Martha Gellhorn, que años antes, junto a su marido Ernest Hemingway, había cubierto la Guerra Civil española desde el hotel Florida de Madrid, no ocultaba su aversión a todo lo alemán. “Hemos intentado erradicar la malaria, así que bien podríamos dedicar algo de tiempo a erradicar a los alemanes, que traen una muerte aún más segura y terrible”, le dice por carta a una amiga.

Algunos de los corresponsales de guerra en Núremberg. Foto: The U. S. National Archives and Records Administration

Algunos de los corresponsales de guerra en Núremberg. Foto: The U. S. National Archives and Records Administration

Recién llegado a Núremberg, John Dos Passos escribe a su mujer: “No me gusta nada de aquí. Ni nosotros, ni los cabeza cuadrada, ni nadie”. Sobre el castillo, dice que está “lleno de damas desnudas de horrenda piedra blanca, escaleras abominables, sillones dorados espantosos”.

Otra corresponsal, Rebecca West, vincula el aspecto del castillo Faber-Castell con el carácter alemán, resultado de “una dedicación excesiva a los cuentos de hadas”. Su descripción, sin embargo, cae en el cliché y es, según Uwe Neumahr, inexacta: el castillo, lejos de ser típicamente alemán, incluye aportaciones de artistas internacionales, con elementos del Renacimiento italiano o una habitación de estilo Luis XVI.

Más allá de lo anecdótico, Neumahr analiza asuntos clave de la historia alemana, como la creación de una prensa libre tras la Segunda Guerra Mundial, gracias en gran medida a uno de los habitantes del press camp: Peter de Mendelssohn. Hostigado por los nazis, este periodista judío muniqués se exilió y en 1939 ingresó en la Administración británica. Al terminar la guerra, como oficial de prensa de los aliados, contribuyó a la creación de algunos de los grandes diarios alemanes, como el Süddeutsche Zeitung o Die Welt.

Muy pocos periodistas reconocieron entonces la dificultad de juzgar unos crímenes de magnitud desconocida hasta la fecha. Solo uno, el escritor Gregor von Rezzori, manifestó sus dudas al término del proceso: “El mal no se deja asir”, dijo.

Un nazi como amante

Era alto, atractivo y varias cicatrices le atravesaban la cara. Primer jefe de la Gestapo, apodado el "Fouché del Tercer Reich", Rudolf Diels cayó en desgracia a principios de los años treinta, pero, gracias a la protección de Göring, siguió vinculado al régimen. Fue testigo de cargo y de descargo en Núremberg. Durante los juicios, alojado en el ala para testigos de la prisión, empezó una relación amorosa con la condesa Nina, señora del castillo Faber, a espaldas de su marido. Más tarde, Nina le consiguió editorial para publicar sus memorias y limpiar su nombre.