Victoria Szpunberg. Foto: David Ruano

Victoria Szpunberg. Foto: David Ruano

Teatro

Victoria Szpunberg: "El problema de la vivienda impide que la gente visualice su futuro de forma digna"

Tras su éxito en Cataluña, la dramaturga y directora estrena en La Abadía su versión en castellano de 'El imperativo categórico', la obra sobre la crisis del alquiler, Premio Nacional de Literatura Dramática.

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Inmersa en los preparativos de sus próximos proyectos, Contra Antígona –en la que, tras Vulcano o Mal de coraçon, volverá a colaborar con la directora escénica Andrea Jiménez– y la adaptación al teatro de Permafrost, de Eva Baltasar, Victoria Szpunberg (Buenos Aires, 1973) muestra cierta sorpresa porque una obra como El imperativo categórico, escrita originalmente en catalán y pensada para dos actores y un aforo reducido, haya obtenido el Nacional de Literatura Dramática.

Con un ácido sentido del humor y la candente crisis del alquiler como trasfondo, esta obra de corte filosófico está protagonizada por una profesora universitaria a quien las circunstancias ahogan hasta expulsarla del sistema.

“Ella es una persona que en la sociedad está invisibilizada. Sería lo contrario a una Antígona, una mujer que nunca ha hecho un gesto revolucionario. Alguien de 50 años, que siempre lo ha hecho todo bien y nunca se imaginó en ese lugar tan marginal de la sociedad”, nos cuenta.

Estrenada en 2023 en Barcelona, con una gran acogida, está llamada a repetir fortuna del 30 de octubre al 9 noviembre en La Abadía, donde se estrena por primera vez en castellano –versión que publica Punto de Vista–.

Pregunta. Dice que nunca había recibido tantos premios seguidos por una obra. ¿Por qué cree que ha calado tanto?

Respuesta. En realidad, llevo muchísimos años dedicándome a esto y es curioso que los reconocimientos lleguen ahora. Sí que es verdad que aquí hay un batec, que decimos en catalán, un latido que consigue que mi sintonía conecte con la del público.

El imperativo... plantea una situación con la que mucha gente se identifica. El problema de la vivienda está impidiendo que muchas personas puedan simplemente vivir en la ciudad y visualizar su futuro de una forma digna.

Àgata Roca y Xavi Sáez en una escena de 'El imperativo categórico'. Foto: Silvia Poch

Àgata Roca y Xavi Sáez en una escena de 'El imperativo categórico'. Foto: Silvia Poch

P. ¿Podemos sentirnos seguros en un mundo donde hasta eso está en entredicho?

No, porque la casa es nuestro lugar de recogimiento. Lo explica la protagonista en la obra, la palabra ‘ética’ tiene que ver con ‘morada’. Todos necesitamos un lugar donde poder descansar, identificarnos, sentir que una intimidad es posible. Y mucha gente parece que tiene su vida en equilibrio, pero cuando se desarticulan algunos elementos, sin darse cuenta, acaban del otro lado de la línea. Eso es jodido.

P. Es un poco lo que se plantea en El imperativo..., ¿no?

R. Sí, lo que pasa es que mi dilema fue más bien determinar si esta mujer iba a quedarse en el lugar de víctima o no. Y ahí es cuando decidí que ella se encontrara un cuchillo y digamos que eso la empodera, que es un tema también muy tabú: la violencia femenina.

P. De hecho, está escrito en un tono bastante ácido. ¿Qué le permite el humor que no le permite otro género a la hora de escribir?

R. Mi imaginación tiene dosis de humor, mi cotidianidad, mi manera de relacionarme. Está en mi ADN. El humor es una manera de sobrevivir, de calmar el dolor.

"Reconocer al otro es hoy una de nuestras asignaturas pendientes". Victoria Szpunberg

P. Su protagonista (Àgata Roca) es una mujer que se irá encontrando con una serie de personajes masculinos (interpretados todos por Xavi Sáez) que terminan siempre pareciendo el mismo. ¿Eso puede llevar al engaño de pensar que todos los hombres son iguales?

R. No puedo decir que todos lo son, pero sí que vivimos en un sistema patriarcal. No hace falta ser una feminista extremista para darse cuenta de que los hombres también son víctimas de esta obligación de ocupar cierto rol. Me interesó esta diferencia entre el papel que ocupaban ellos y la individualidad subjetiva de ella. Pero las obras de teatro no son tesis filosóficas. Es solo un juego que me iba bien para la historia.

P. El pasado mes de mayo estrenó La tercera fuga en el TNC, convirtiéndose en la primera mujer que dirigía una obra propia en la Sala Gran. ¿Ha tenido que romper mucho techo de cristal a lo largo de su trayectoria?

R. Pues sí, tengo la sensación de que he picado mucha piedra. Se suman varias cosas, también mi procedencia. Soy hija de exiliados argentinos y nos tocó vivir una época de muchísima dificultad familiar, de desestructuración económica y psicológica. Por suerte, tuvimos la nacionalidad bastante pronto, hablamos el idioma y tenemos unos rasgos físicos que nos permitieron adaptarnos sin tanto estigma. Fue más fácil que para otros.

Pero ahora es distinto. Por ejemplo, yo trabajo con mujeres que tienen treinta y pico años y siento que es de otro modo. A lo mejor ellas te dirían que son instrumentalizadas, pero se ejercen políticas de paridad. Eso no pasaba antes.

P. En cualquier caso, se puede decir que ahora se encuentra en un buen momento, ¿no?

R. Sí, se puede decir y con orgullo. También es verdad que te acabas autoconvenciendo de que la valoración está en otro lugar, ¿sabes?, si no tiras la toalla. No está en el reconocimiento externo. Yo nunca trabajé con la ansiedad de querer conseguir premios.

P. Volviendo a La tercera fuga, la obra narra tres generaciones de una familia que viaja por Ucrania, Argentina y Barcelona. ¿Cuánto hay ahí de su experiencia personal?

R. En realidad es mi propia experiencia, pero no la he vivido directamente en primera persona, sino que me ha llegado en forma de relato, con lo cual ya hay una fabulación.

Luego, tuve la suerte de contar con Albert Pijuan. Entre los dos nos inventamos lo demás, a partir de los hechos históricos, porque es una obra con mucha épica y con una visión histórica.

P. Si antes hablábamos de la vivienda, aquí toca el tema del exilio, ¿cómo lo aborda?

R. Es una obra profundamente mestiza. No es un manifiesto, pero sí una manifestación en contra de la pureza de raza, a favor de lo impuro, de la huella y de la palabra viva. Lo hice de una manera lúdica, imaginativa y libre, aunque también aparece el dolor.

P. Usted misma emigró de Argentina. ¿Qué siente ahora al ver cómo está su país natal?

R. No sé. ¿No te parece que el mundo cada vez se entiende menos? En Argentina se ha hecho un trabajo brutal de memoria histórica, ya le gustaría a España hacer la mitad de lo que se hizo allí, y con toda esa información y esa cultura, de repente gana el tipo más grotesco, imposible de imaginar. Y su vicepresidenta, Victoria Villaruel, es hija de militar que niega a los desaparecidos. Y han sido elegidos en una democracia...

Ahora, claro, es que estamos en un momento donde imperan las fake news, las redes, existe una falta de liderazgo de una izquierda que no sea un establishment corrupto... Pero por muy corrupto que fuera el gobierno anterior, esto es imposible de superar. Me deja muy perpleja todo esto.

P. En ese sentido, ¿piensa que el teatro es una herramienta para combatir ciertas cosas?

R. Eso es muy difícil de contestar porque cada vez soy menos partidaria de las respuestas radicales o grandilocuentes. Si soy honesta con mi forma de vida, yo no estoy ahí, no soy activista ni estoy haciendo grandes gestos. También hay que reconocer que el teatro, al contrario que las plataformas o la televisión, siempre llega a una minoría.

Yo solo trato de perseguir la belleza... Parece una tontería, y esto no te lo hubiera dicho hace 20 años, cuando era más punk, pero vivimos en un mundo sobresaturado de crueldad y no quiero añadir más cinismo. El simple gesto de hacer teatro quiere decir que tú estás en una transmisión de algo en un lugar de reconocer al otro, que creo que es una de las asignaturas pendientes de nuestra civilización.

P. ¿Y en lo personal, qué significa para usted el teatro?

R. Es una manera de vivir, un lugar de pertenencia. Lo fundamental para mí es la maternidad, que tengo una hija y es lo más importante, pero me reconozco mucho en la escritura teatral. Siento que conecto con algo mío y eso está bien, porque vivimos en una sociedad en la que estamos todo el tiempo estresados, disociados, neuróticos.