
De izquierda a derecha, Javier Gutiérrez, Alba Planas, Luis Bermejo y Natalia Hernández. Foto: Javier Mantrana
'Los yugoslavos' de Juan Mayorga, una obra sobre el poder de la palabra y el misterio de la tristeza
En su doble condición de autor y director, estrena el jueves 22 en La Abadía Los yugoslavos, con Luis Bermejo, Javier Gutiérrez, Natalia Hernández y Alba Planas.
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Hacía casi tres lustros que la historia de Los yugoslavos perseguía a Juan Mayorga (Madrid, 1965). Desde 2010 el dramaturgo y director de escena siempre volvía, como ocurre con ciertos bares, a esta obra escrita y reescrita, que finalmente se estrena en La Abadía –hasta el 6 de julio–.
Un relato sobre esperanza, amor y tristeza, protagonizado por Luis Bermejo, Javier Gutiérrez, Alba Planas y Natalia Hernández que aborda, particularmente, uno de los leitmotivs del académico Premio Nacional de Literatura Dramática: “Lo que hacemos con las palabras y lo que las palabras hacen con nosotros”.
Como otros de sus títulos, Los yugoslavos surge “de un encuentro entre dos seres humanos en el que uno, de algún modo, lanza una petición o una amenaza a otro, desestabilizando con ello su vida”, cuenta a El Cultural el propio Mayorga.
Aquí es un camarero llamado Martín (Gutiérrez), que, después de escuchar cómo un cliente de nombre Gerardo (Bermejo) anima a un amigo tras perder su empleo, le pide que, como “la buena persona que es”, hable también con su esposa, sumida en una profunda tristeza y en un perpetuo silencio desde hace tiempo.
Tentado por el gran misterio de este sentimiento –la pieza plantea también “por qué a veces caemos en un pesar que quizá no tiene una causa reconocible”–, esta curiosa oferta le resulta irrechazable. A fin de cuentas, señala su autor, “todos queremos sentirnos buenas personas al menos una vez en la vida”.
"Las palabras pueden condenarnos o salvarnos, enfermarnos o curarnos. Por eso, deberíamos ser muy responsables con lo que decimos”. Juan Mayorga
Pero ¿serán suficientes las palabras? Es difícil rebatirle al director esta fe absoluta en el vocabulario. “Somos cuerpos ocupados por palabras y las palabras pueden condenarnos o salvarnos, enfermarnos o curarnos –sostiene–. Por eso, deberíamos ser muy responsables con lo que decimos”.
Autor incansable, dramaturgo e intérprete –aunque él prefiere decir que recita– de La gran cacería, obra que aún se puede ver en el Teatro del Barrio, Mayorga puede presumir de haber tenido en los últimos meses varios de sus títulos en los escenarios internacionales: El Golem en Italia, Animales nocturnos en Suecia, María Luisa en Alemania y Hungría, La paz perpetua en Rumanía y Colombia...
En esta obra, la tercera que pone en escena desde que asumió el cargo, el director de La Abadía incide en el poder del lenguaje, aun por encima de los bulos, en un tiempo en que, tal vez, la palabra esté más cuestionada que nunca.
“Parece que la usamos a veces demasiado. Por supuesto, estamos en un momento en que la banalidad y la brutalidad se extienden y eso afecta decisivamente al lenguaje. Se habla sin sentido de la responsabilidad y se hace un uso violento de él, pero al mismo tiempo hay un gran combate por las palabras”, defiende.
“Términos como ‘libertad’, ‘justicia’, ‘progreso’ o ‘memoria’ son objeto de esa lucha. Seguimos siendo muy conscientes del valor que tienen”. Ya lo dice su protagonista: “Si eres bueno con ellas, puedes hacer del otro cualquier cosa”.
Inspirada en las historias que contaba su abuelo Goyo –propietario también de un bar– tras volver del trabajo, Los yugoslavos surgió de la idea de que en una tasca podía ocurrir casi cualquier cosa. “Lo que yo sé, lo poco que sé, lo he aprendido del cliente. Entran y salen, pero todos dejan algo”, dice Martín en otro momento.
Como ocurría en su anterior obra, La colección, que continúa de gira por nuestro país, el protagonista guarda un curioso muestrario de objetos perdidos de sus clientes. Porque este título también tiene que ver con la pérdida. Y, por supuesto, con el amor. “Es la historia de un hombre que ama profundamente a su mujer”, tercia su autor.
Ahí está Ángela (Hernández), más presente en escena por lo que hace que por lo que dice, perdida en un lugar que, como la antigua Yugoslavia, ya no existe, y asida a un mapa que le ayude a encontrar de nuevo su sitio en el mundo.
“Martín tiene su bar, el espacio donde él encuentra el sentido a la vida, pero ella no lo tiene, porque su caminar ha sido siempre un ir a lugares erróneos. Ha descubierto, que siempre está en el lugar equivocado y, probablemente, esa es la base de su tristeza, aunque acaso podría decirse al contrario, que es su tristeza la que la lleva a no encontrar ningún sitio en el mundo”.
En ese mudo divagar se acaba cruzando con Cris (Planas), la hija de Gerardo. “Poco a poco ella va interviniendo en la historia de esos cuatro personajes que, de algún modo, tienen algo de náufragos en el océano de la ciudad”, señala Mayorga sobre esta pieza que es, fundamentalmente, “una obra de personajes. Ellos son el corazón del montaje. Por alguna razón, siento un afecto muy especial por ellos cuatro”, comenta.
Con una escenografía “realista” de Elisa Sanz, que “permite otros tipos de juegos teatrales”, los cuatros se moverán por el escenario entre el bar, la casa y la ciudad. Ellos entre palabras, ellas entre mapas.
Los yugoslavos debe su título a un lugar imaginario. “Deberíamos haber ido donde los yugoslavos”, dice alguien en la obra. “Si oyésemos eso aquí, ¿qué imaginaríamos? Tal vez, un rincón donde se reúnen personas que nacieron en un país que ya no existe, pero ¿qué tipo de sitio sería ese? La antigua Yugoslavia es uno de esos lugares cuya ausencia tiene presencia, y esta es una obra también sobre la ausencia y la pérdida”, explica su director, quien también se busca en las palabras mientras sus obras recorren el globo terráqueo.