Image: El odio luminoso de los Karamázov

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Teatro

El odio luminoso de los Karamázov

Gerardo Vera y Juan Echanove escenifican la monumental novela de Dostoievski

20 noviembre, 2015 01:00

Echanove y Vera junto a la escenografía de Los hermanos Karamázov. Foto: Sergio Enríquez-Nistal

Los hermanos Karamázov, radiografía radical e impúdica de la condición humana, llega al Teatro Valle-Inclán este viernes, en una versión de tres horas que destila sobre la escena sus cientos de páginas. Actor y director reviven en El Cultural su descenso al infierno de una familia rusa del siglo XIX envenenada por el rencor y la desconfianza.

Desde este verano, en el perfil de Whatsapp de Juan Echanove podía leerse: ‘Mutando a Karamázov'. Un estado que acreditaba con una foto en la que aparecía con su rostro enmarcado por una creciente barba blanca. Descender a los infiernos de ese alma despiadada y disoluta ha sido su gran obsesión en los últimos meses, desde que cerró las funciones de La asamblea de mujeres, montaje que dirigió en Mérida. El desaliño estético del personaje ha ido tomando posesión de su aspecto progresivamente. Igual que ciertas inflexiones en su voz, en las que, de repente, se posa el soniquete susurrado y reseco de la abyección. Afloran en una conversación que mantiene con El Cultural en el Teatro Valle-Inclán, en un sofá ubicado en uno de sus rincones. Junto a él, Gerardo Vera se relame con el resultado tan perfecto de la mutación. No en vano, fue él el primero que la concibió en su mente. Desde el principio tuvo la intuición de que Echanove debía estar al frente de su montaje de Los hermanos Karamázov, que este viernes estrena en la sala del CDN, un espacio en el que se siente como en casa, ya que él mismo lo inauguró en 2006 con sus Divinas palabras.

Un actor iluminado

"Echanove es un monstruo. El otro día, en uno de los ensayos, lo pensaba: ‘Joder, es él, es él: justo el Karamázov que yo había imaginado'. Lleva el teatro en las venas, como si su sangre estuviera coagulada con el serrín rojo que desprenden los decorados. Es de esos actores que en cuanto pisan el escenario se encienden", explica Gerardo Vera. "A mí me ponen muy nerviosos esos jóvenes que se ponen a hacer ejercicios de relajación antes de actuar. ¿!Pero cómo te vas a relajar!? ¿!Es que quieres que el público se vaya!? En el escenario hay que sentir calambres, como si estuvieras pisando fusibles. Y yo en este [gira la cabeza y alza el mentón para señalar a Echanove] eso lo veo. Le basta echarse encima una gabardina vieja para enchufarse".

Gerardo Vera le citó hace un año en el difunto Café Comercial. Allí le dio la mala noticia de que el proyecto de levantar para el CDN La zapatera prodigiosa de Lorca se había ido al traste por ‘motivos de producción'. Echanove se derrumbó de entrada: era la enésima intentona de trabajar juntos que se iba por el sumidero. Pero pronto se rehízo, cuando le comentó que llevaba muchos años dándole vueltas a cómo meterle mano al novelón de Dostoievski, desde que el maestro José Luis Alonso le retó diciéndole que nunca sería un gran director si no se atrevía con Los hermanos Karamázov. Vera sentía que había llegado el momento, ya liberado de la absorbente responsabilidad de dirigir el CDN. A Echanove, al escuchar Karamázov, se le iluminó el gesto y palmoteó el mármol del velador. "Eso es, eso es lo que tenemos que hacer", voceó determinado contra los espejos del café.

"Para interpretar a Fiodor Karamázov hay que echar ácido sufúrico cuando un sentimiento noble aflora". Juan Echanove

"Aquel día me tocó el Euromillón", recuerda el actor. "Me di cuenta después, cuando llegué a mi casa. Iba a hacer un ejercicio de estilo y de sinceridad, de lorquismo, pero de golpe me había caído en la marmita de lava hirviente de Dostoievski. Me tocaba jugármela de nuevo con un personaje extremo, colocarme otra vez en el alambre, que es lo que de verdad me motiva del teatro. Embarcarme en algo que me remueva las tripas: ahí es cuando realmente soy yo. Los hermanos Karamázov no tiene apenas referentes, no es una obra de repertorio. Es uno de los textos más violentos, más románticos y más grandes de la historia de la literatura". Dostoievski lo remató en 1880, sólo tres meses antes de morir. Más de 1.000 páginas que tienen un poso testamentario. El autor de Crimen y castigo destila en ellas muchas de sus obsesiones y traumas biográficos: la tiranía paterna, la posibilidad de perdón frente aberraciones tan terroríficas como el parricidio, el amor y sus peajes, el impacto de la enfermedad física, la existencia de Dios frente al nihilismo destructivo...

Vía crucis moral

"Es un viaje del alma a través de los infiernos, un vía crucis moral", apunta Vera. "A medida que vas profundizando, se van abriendo cada vez más puertas. Te va llevando a sitios insospechados. Desnuda la condición humana con una falta de pudor absoluto. Por eso yo he dejado que sobre el escenario fluya sin cortapisas la violencia, el sexo y el amor de estos pirómanos de la vida, que la abrasan pero al mismo tiempo que la iluminan con una luz que no tiene nada que ver con la redención cristiana. Es algo más metafísico, que demuestra que hay que llegar muy, muy abajo para entender la redención y el misterio de la existencia. Dostoievski es sin duda el autor más influyente en la literatura contemporánea. Todos los escritores de hoy lo citan como un modelo crucial, como el propio Houellebecq. También me parece un pionero de la novela negra. Hay una frase de James McCain [autor de Double Indemnity, novela que dio pie a Billy Wilder para rodar Perdición] que es un gran ejemplo: ‘Sólo hace falta una gota de miedo para que el amor se transforme en odio'. ¡Eso es puro Dostoievski!".

El odio carcome la relación del patriarca Fiodor Karamázov, un terrateniente viudo de la Rusia del XIX, con sus hijos Dimitri (militar también disoluto y despilfarrador), Aliosha (un monje entregado al cultivo espiritual) e Iván (ateo y racionalista extremo). Habría que incluir también al malencarado Smerdiakov, muy probablemente concebido por Fiodor durante los escarceos sexuales con una prostituta (una de las tantas que devora con una ansiedad sexual impropia de su edad). En el montaje de Vera los interpretan, respectivamente, Fernando Gil, Ferrán Vilajosana, Markos Marín y Óscar de la Fuente. El contrapunto femenino lo ponen Katerina (Lucía Quintana) y Grúshenka (Marta Poveda), que propician dos triángulos amorosos en los que todos sus participantes, como ocurre en La gaviota chejoviana, salen malparados.

Juan Echanove durante uno de los ensayos. Foto: Sergio Parra

Pero el odio no es un sentimiento unívoco en Dostoievski. "Es cierto que Fiodor es una mala bestia y que para interpretarlo bien hay que echar ácido sulfúrico cada vez que un sentimiento noble intenta aflorar en su conducta. Pero ese hombre es preso de una brutal paradoja: no hay nada que más desee que liberarse de sus hijos pero en el fondo le atormenta la idea de quedarse solo", asegura Echanove. Y Vera remacha el razonamiento: "Porque en el fondo les quiere. Si en esta obra coges la línea recta simplista de que todos son unos personajes odiosos y violentos, la has cagado, no has entendido nada. Esos arrebatos tiránicos y salvajes encubren su necesidad de amor y comprensión".

La versión que firma José Luis Collado intenta que todos esos laberintos psíquicos no se desdibujen al dejar el texto original en tan solo 107 páginas. Un ‘metraje' muy razonable si lo comparamos con las 8 horas que duraba la adapatación de Krystian Lupa. "Hay que tener en cuenta que el culo español no aguanta tanto como el culo polaco", advierte Gerardo Vera, cuyo comentario hace estallar las carcajadas de Echanove ("¡Qué bueno eso, qué bueno!"). "Aquí el personal, ni cuando ve telebasura, aguanta más de tres cuartos de hora sentado en el sillón sin ir al baño, a hacerse un sándwich o llamar por teléfono. Yo quiero que la gente venga a verla, por eso la duración no podía rebasar demasiado los estándares. Pero tampoco quería dejar nada fuera. Eso exige ir a la esencia, huir del costumbrismo, del consabido samovar y el icono que siempre aparecen en la representación de los rusos". La escenografía, en consecuencia, apuestapor la nitidez y el despojamiento.

"Dostoievski desnuda al ser humano sin pudor. Por eso yo he dejado que fluya el sexo y la violencia sin cortapisas". Gerardo Vera
La fórmula narrativa busca también la esencia. Han optado por seguir la pista volátil de Dimitri. Los conflictos de su conciencia les sirven de eje para articular sus historias de amor con Grúshenka (mujer despechada por un oficial polaco que busca vengar la afrenta con cada hombre que seduce) y Katerina (prometida de Dimitri que debe tragarse la inclinación fatal de éste hacia Grúshenka). Vera/Collado le han añadido un prólogo, que, de forma lineal y directa, resume todo el prolijo relato introductorio narrado por un campesino en la novela. También se han tomado una licencia para cerrar su propuesta con un epílogo de su propia cosecha. El director madrileño argumenta que esa aportación no desdice en absoluto el espíritu de la obra: "Si lees el libro entero, no es tan, tan oscuro como la destilación obligada que implica llevarlo a la escena. En Los hermanos Karamázov hay soterrada una gran comprensión y una gran ternura hacia el ser humano. Historias como las del niño Iliusha [trasunto del hijo de Dostoievski, que murió a causa de la epilepsia] te sobrecogen. Quería abrir rendija de esperanza para que tanta negrura no termine apabullando al espectador".

Una adenda optimista y esperanzada que recuerda al final de True Detective ("Si me preguntas ahora, la luz gana"). Podemos salir airosos del pulso contra las fuerzas diabólicas. Es lo que desliza Dostoievski. De todas formas, Vera no llega tan lejos como Richard Brooks, que cerraba su adaptación cinematográfica, sostenida por un convincente Yul Brynner, con un happy end ejemplarizante en términos morales. "Yo no he hecho este espectáculo para ofrecer ninguna visión trascendente. No soy ningún mesías y me niego a pensar que mi trabajo es tan importante. Mi objetivo es que durante las tres horas que dura esta producción aquellos que vengan a verla se vuelvan sobre sí mismos, que dejen de ser voyeurs de la vida de otros y piensen sobre sus lazos familiares, sobre su día a día, sobre su destino... En definitiva, la tarea que le corresponde a la cultura: hacernos más responsables y más libres".

@albertoojeda77