Image: Strindberg/Ibsen

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Teatro

Strindberg/Ibsen

La señorita Julia y La dama del Mar, en Madrid y Sevilla

13 marzo, 2008 01:00

María Adánez y Raúl Prieto en La señorita Julia, de August Strindberg

La señorita Julia, del sueco August Strindberg, se estrena mañana en el Teatro Fernán Gómez de Madrid y La dama del Mar, del noruego Henrik Ibsen, llegará al Teatro Español de Madrid el 27 de marzo después de pasar por Sevilla, donde puede verse hasta el próximo sábado. El crítico Javier Villán analiza la obra de estos dos autores nórdicos, indaga sobre sus textos y realiza el perfil dramático de sus protagonistas. Además, hablamos con María Adánez, que encarna a Julia en un papel en el que Strindberg dejó muy clara la naturaleza de un personaje que va de lo puramente fisiológico a lo moral.

Dos autores nórdicos, primordiales en el teatro del siglo XX, el sueco Strindberg y el noruego Ibsen coinciden estos días en la cartelera española: aquél con La señorita Julia, dirigida por Miguel Narros, e Ibsen con La dama del mar, en versión de Susan Sontag, dirigida por Bob Wilson. August Strindberg es un dramático caso de fusión entre vida y obra; a tal extremo que hubo momentos en su vida -confesión propia recogida por su biógrafo Martin Lamm- que no podía distinguir entre lo vivido y lo inventado. Elemento común a ambas realidades strindbergianas -la existencial y la escénica- es el desajuste emocional, el abrupto conflicto de caracteres que agita el desarrollo de sus obras.

Por su parte, Henrik Ibsen anticipa y crea una auténtica modernidad de la que buena parte del teatro actual sigue siendo deudora. Harol Bloom lo incluye en su libro El canon occidental junto a otras doce figuras del todo imprescindibles en la historia de la cultura: Shakespeare, Dante, Chaucer, Cervantes, Montaigne, Whitman, Tolstoi, Proust, Joyce, Milton, Goethe y Wordswort. Podrá ser discutible la lista o la inclusión en ella del noruego; mas lo cierto es que Ibsen es el autor más representado en el mundo después de Shakespeare. Harold Bloom afirma que la obra del noruego nada tiene que ver con las fuerzas sociales y las consiguientes tensiones de su época, lo cual elimina la condición de resultante histórica que yo creo imprescindible en toda genialidad. Supuesta la existencia del genio, parece claro que éste ha de ser un producto histórico; y puede que la genialidad consista precisamente en eso: en superar la realidad social y aportar una nueva visión transformadora, tanto en las formas como en el pensamiento.

Ibsen como universo
Puede que La dama del mar no sea Casa de muñecas, ni Ellida y sus hijastras posean la fuerza de Nora. Pero forma parte del universo de Ibsen con parecido derecho a Un enemigo del pueblo, Los patos, Peer Gynt, Epílogo a Romersholm, etc..... Los anhelos de emancipación que comparten Ellida y sus hijastras tienen ecos del portazo de Nora. Es decir, ecos de una lucha emancipadora, por parte de unas mujeres no sólo sometidas y despojadas de su capacidad de elección, sino colaboradoras imprescindibles en la transmisión de la ideología que las oprime. La coacción a la libertad con un matrimonio de conveniencia es algo más que una agresión individual: es la negación de una libertad de elección universal. No sé si, como en la célebre canción de Concha Piquer -sé que Tatuaje no es La dama del mar ni Rafael de León el genial Ibsen- el marinero errabundo "era hermoso y rubio como la cerveza", pero lo cierto es que su regreso hace crujir las estructuras del matrimonio de Ellida que lo había amado y siguió amándolo tras el abandono fugitivo.

Por eso Ellida va a bañarse cada día al mar; por eso ve en sus olas la fuerza imponente de la libertad, el misterio cansado de sus deseos de amor libre. Ese marinero que había dejado sobre la piel y el alma de Ellida el tatuaje de sus besos, introduce un factor de desestabilización tanto en la órbita personal como en el orden social. Yo hubiese recomendado a Susan Sontag y a Wilson escuchar a la Piquer en Tatuaje. Y se lo recomiendo vivamente a ángela Molina, que la habrá escuchado miles de veces. Por su parte, Strindberg es una mezcla de socialismo utópico y conservadurismo siempre cabreado y amargo. La señorita Julia es un arrebato sexual, una brutal expresión de erotismo articulado en torno a las diferencias de clase. En Julia, el ama, pugnan el deseo natural por el macho, su criado, presunto novio de la criada, y una especie de derecho de pernada; de un lado la explosividad del instinto y de otro la conciencia de autoridad derivada de su condición de dueña y señora. La tórrida y devastadora relación con el criado, es, en principio, un juego, casi una exigencia laboral de ama a siervo.

Strindberg, ambición y sentimientos
Pero todo se complica, y lo que empezó como diversión deriva en pasión devastadora. Juan, representante de una clase social en ascenso, ambicioso y sin escrúpulos, usa su poder de macho sobre una hembra en celo, para sus ambiciones de medro. Y Julia, la señorita, se siente deshonrada, por la anulación de su voluntad bajo el poder de un semental, del garañón que es su criado. Pero los planteamientos dramáticos de Strindberg no son un catálogo doctrinal ni un sermón moral, ni siquiera la condena o reivindicación de una u otra clase: son sentimientos en carne viva.

Para que dudosos malabarismos intelectuales no malbaraten el sentido de su obra, dejó muy clara la naturaleza del personaje, llevando su conducta más allá de lo puramente fisiológico o lo puramente psicológico o lo puramente moral. Escribe: "He motivado el trágico destino de la señorita Julia con un buen número de circunstancias: el carácter de la madre, la equivocada educación que le da su padre, la influencia del novio en un cerebro débil....Hay, además, otros motivos más próximos: el ambiente festivo de la noche de San Juan (...) sus ocupaciones con los animales, la excitación del baile, la influencia afrodisíaca de las flores y, finalmente, la casualidad, que lleva a la pareja a una habitación solitaria, amén del atrevimiento del hombre excitado".

Todo este cerro de causas y concausas habrá de ordenar y jerarquizar Miguel Narros con su dirección. Y, lo que es más importante, habrá de darle vida turbadora una actriz fresca y frutal como María Adánez. La impetuosa y trágica sensualidad de Julia, la señorita, su conciencia de culpa y de deshonra es un desafío.