Image: El sueño alemán

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Teatro

El sueño alemán

Christoph Marthaler presenta "Los diez mandamientos" en el Festival de Otoño

4 noviembre, 2004 01:00

Un momento de Los diez mandamientos, por la compañía Volksbuhne

Los diez mandamientos es una de las grandes citas del Festival de Otoño. Con esta obra se presenta por primera vez en la capital Christoph Marthaler, uno de los directores de escena más venerados en Alemania. Músico de formación, suyos son algunos de los espectáculos más provocativos y burlescos del último decenio. Llega los días 7 y 8 al Teatro de Madrid.

Marthaler tiene fama de provocador. La sátira y la burla inspirada en episodios reales son dos ingredientes fundamentales de su teatro. En la pasada edición del festival de Aviñón presentó Grounding, un corrosivo espectáculo sobre el fracaso económino de las líneas aéreas suizas Swissair y que venía a criticar las teorías económicas liberales. De alguna forma, el espectáculo también era consecuencia de su episodio en la Schauspielhaus de Zurich, de donde fue cesado por producciones demasasidos costosas y pérdida de espectadores.

El montaje que presenta en Madrid, Los diez mandamientos, es su carta de presentación en la ciudad, aunque ya ha estado en nuestro país invitado en Sevilla y Barcelona. Aquí también se inspira en asuntos cercanos. En él, el director suizo indaga nuevamente en el estado mental y existencial de sus vecinos alemanes, después de la reunificación. No es la primera vez que toca el tema. En 1993 estrenó Cárgate al europeo! ¡Cárgatelo! ¡Cargátelo! ¡Cargátelo ya!, una especie de requiem de la República Democrática Alemana que le encargó la Volksböhne de Berlín. Este teatro que dirige Frank Castorff es uno de los espacios en los que más cómodo se encuentra Marthaler, sintoniza muy bien con la compañía de actores y, en especial con Ueli Jäggi, su actor fetiche.

Los diez mandamientos también fue una producción de este teatro berlinés del que aconsejan no sentarse en las primeras filas. La obra se inspira en Decálogo en verso, prosa y música, de Raffaele Viviani; este actor y poeta napolitano era un gran observador de su ciudad y de sus gentes corrientes, a quien retrata en una gran variedad de tipos humanos. Marthaler encontró este material idóneo para su propuesta escénica: trasladar la compañía de la Volksböhne a uno de los lugares más añorados por los alemanes, Nápoles, pues al parecer se trata de un sueño muy común entre ellos.

Estrategias de supervivencia
El director establece un paralelismo entre el Mezzogiorno del sur de Italia, como frontera sur de Europa Central y región empobrecida, y la Alemania Oriental de hoy, frontera Este y también región desfavorecida que necesita de nuevas estrategias de supervivencia. Y, en este sentido, es la cultura del sur de Italia, tan cercana y alejada a la vez de la alemana, con su nostalgia de la vida comunitaria, sus ritos y gestos, los que le sirven de inspiración.

Anna Viebrock, antigua colaboradora del director, firma el vestuario y la escenografía que reproduce el escenario de un teatro, o sea, un escenario dentro de otro. Se trata de un espectáculo de teatro musical, algo lógico en un director formado como músico y cuyos primeros trabajos para la escena fueron composiciones para otros directores; luego se estrenó con piezas musicales en las que mezclaba también actores (Indeed, Vexations), hasta que se dio a conocer por sus provocadoras traducciones teatrales de asuntos de actualidad (Meditaciones sobre la idiosincrasia suiza en la Badischen Bahnhof, con motivo del 50 aniversario de la "Noche de los cristales rotos"), o sus originales óperas (Invocación, según textos de Marguerite Duras).


Christoph Marthaler (Erlenbach, Zurich, 1951) protagonizó el año pasado en la Schauspielhaus de Zurich un incidente que ilustra sobre el viejo asunto de la función del teatro público. Director del citado teatro municipal, dejó su puesto presionado por la pérdida de espectadores y el déficit presupuestario registrado desde que él se hizo cargo en el año 2000. Venerado por festivales y teatros, sin embargo sus vanguardistas obras no cuajaron entre el público conservador de Zurich.