Image: Adrián  Daumas

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Teatro

Adrián Daumas

“Siguen llamando a las momias para dirigir los teatros públicos”

29 enero, 2004 01:00

Adrián Daumas. Foto: Mercedes Rodríguez

Adrián Daumas pertenece a la generación de directores madrileños que ronda los 40, con una intensa trayectoria, llamados a renovar la escena. Pero, según dice, "los teatros públicos de Madrid son un feudo cerrado a cal y canto en los que no hay relevo generacional posible". Formado en Harvard, su repertorio se centra en los autores universales, con Shakespeare a la cabeza. Hoy presenta en el Teatro de Madrid su primer clásico español: El castigo sin venganza, una de las mejores tragedias de Lope de Vega.

Es otra de las voces descontentas con la política teatral llevada en estos últimos años. Adrián Daumas dispara a bocajarro sobre Andrés Amorós y sus directores: "Me han dejado de interesar los despachos del Ministerio de Cultura, sus subvenciones y su política desastrosa. Hay gente que se calla, pero yo ya me he cansado de ser políticamente correcto. Hasta que Amorós y compañía no se vayan, ellos que han llevado al Centro Dramático Nacional (CDN) y a la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) a la decadencia, las cosas no cambiarán". ¿Y cómo deberían cambiar las cosas? Daumas es otro defensor más de la excepción cultural, del proteccionismo político a las Artes en general, y al teatro en particular. Y eso que es un hombre de formación anglosajona: iniciado en el teatro de forma autodidacta (estudios de teatro físico-gestual, taller con Jan Fabre, asistente de dirección con Bob Wilson, accesit Marqués de Bradomín), acabó a los 23 años en Harvard, con una beca Fullbright en el American Repertory Theatre, lo que según dice le proporcionó una educación privilegiada y le permitió conocer un teatro "muy profesional, que depende en un 50 por ciento de la taquilla y el resto de los patrocinios".

Hoy Daumas forma parte de ese grupo de directores (Roberto Cerdá, Ana Zamora, Eduardo Vasco) que trabajan en Madrid y a los que eufemísticamente llamamos "jóvenes", aunque su edad ronde los 40 años. Su trayectoria profesional se significa por un repertorio arriesgado, jalonado por 18 montajes en su mayoría clásicos: con Shakespeare a la cabeza (ha montado cuatro), pero en el que figuran autores franceses que rara vez se ven en nuestros escenarios (Corneille, Marivaux), y algún contemporáneo como Sinisterra. Ahora presenta en Madrid su primer clásico español, El castigo sin venganza de Lope de Vega, "un obra con la que se atreven pocos, muy difícil de montar y que lleva sin representarse en nuestro país 25 años, cuando la hizo Miguel Narros en el Español". Daumas y Rafael Pérez Sierra, autor de la versión, han reducido la obra a una hora y 45 minutos de duración con virtuosa tijera si se tiene en cuenta que la de Narros duraba tres horas y media. El director la ha resuelto con una puesta en escena limpia, casi vacía de elementos escenográficos, que se sostiene en el diseño de iluminación y en el trabajo interpretativo (Manuel Navarro es el duque de Ferrara, Daniel Ortiz es Federico y Lidia Navarro, Casandra): "Hemos respetado el verso sin prosificarlo. No me gusta hacer arqueología teatral, me interesa hacer un discurso cercano al espectador pero sin caer en moderneces".

La injusta fama de Corneille
-Me choca que no figure este título en el repertorio de la CNTC.
-Como le digo es una obra difícil. Yo creo que es el Hamlet español y junto con El caballero de Olmedo son el canon de la tragedia. Y ni la CNTC ha producido la obra ni tampoco ahora nos ha invitado a formar parte de la programación. La estrenamos en Almagro, donde hubo otros espectáculos que gustaron mucho: La cárcel de Sevilla, El auto de la Sibila Casandra y el nuestro, pues bien, ninguno lo ha programado la CNTC. Está claro que no aplica criterios de calidad.

-Dice que El castigo... la hace en un momento de su trayectoria muy especial ¿A qué se refiere?
-Salgo de hacer un Corneille que no se ha vendido bien, La comedia de las ilusiones. En España existe el tópico de que Corneille y Racine son dos autores pesados, algo con lo que lógicamente no estoy de acuerdo. Pero Corneille me ha llevado a Lope, pues yo quería radicalizar su discurso, no hacer guiños al público con una comedieta. Y soy consciente de que hacer tragedia hoy en día no es lo más fácil y atractivo. Y más si encima eliges El castigo sin venganza, que nos ha exigido casi tres meses de ensayos, algo bastante inusual para una compañía.

-¿Cómo se mantiene una compañía privada en Madrid que, además, se empeña en hacer clásicos?
-No puedo decir que tenga una compañía exactamente. Para esta producción he colaborado con Rafael Pérez Sierra, autor de la versión, y Roberto Alonso Cuenca, asesor de verso. Pedro Moreno ha hecho el vestuario. También actores que han estado en La Abadía, como Carlota Ferrer. Pero bueno, suelo trabajar con un equipo de actores más o menos fieles. No soy partidario de la compañía estable, es un concepto monolítico y funcionarial. Cuando hay confianza, la gente se apalanca. Además, en Madrid no se podría mantener y con este Ministerio lamentable, menos.

-¿Por qué?
-Esas normativas leoninas para solicitar una subvención, donde hay que cumplir a rajatabla una normativa que aplican hasta en la letra más pequeña.

-¿No le parece lógico que se vigile el cumplimiento de la ley?
-Sí, pero creo que la normativa actual de subvenciones es nefasta. Es necesaria una Ley de Teatro y cambiar la de las subvenciones para que sea más realista. Ni los propios políticos saben qué hacer con ella. Prometieron cambiarla y no lo han hecho. No pienso volver a pedir ninguna subvención al INAEM. Después de recibirla y cumplir el número de funciones que te exigen en las comunidades requeridas, haces el prorrateo del IVA en Hacienda y, si lo piensas bien, no sé si te compensa.

-Esta obra está subvencionada.
-Sí, por la Comunidad de Madrid, la única entidad pública que ha colaborado. Me han dado 33.000 euros de los 110.000 que me ha costado el montaje. Y llevo doce personas, un vestuario de Pedro Moreno... vamos, cuido mucho la producción . Afortunadamente está yendo bien, pero yo no empiezo a hacer caja hasta la función 15 ó 20.

-Usted ilustra muy bien esa figura de joven director que debe producirse sus propios espectáculos.
-Sí, pero eso, que en cine es muy habitual, en el teatro está mal visto. Llevo trabajando así ocho años y me va bien, gracias a la colaboración de Rosa Basante, anterior Consejera de Cultura de la Comunidad de Madrid, y de Alicia Moreno.

-Es un fijo del Festival de Almagro, pero un ausente de los teatros institucionales. ¿Nunca le han llamado?
-Jamás me han llamado del CDN o de la CNTC, en los que siempre dirigen los mismos y les importa poco el recambio generacional. Algo que no pasa en el teatro catalán, donde puedes ver a Rigola en el Lliure, por ejemplo. Al menos allí el teatro público parece más receptivo.

Gas y el relevo generacional
-¿Y cree que Mario Gas, que va a dirigir el Español, es signo de cambio generacional?
-Pues tampoco lo es. Ahora, si su propuesta es dirigir un espectáculo al año e invitar a otros directores, a ser posible de distintas generaciones, a que monten otros títulos, me parece bien. Si lo suyo va a ser comerse él solo el presupuesto, será lo mismo que el modelo viciado de la CNTC o el CDN, que son feudos cerrados a cal y canto, algo que no pasa en La Abadía. Para mí es el único modelo que yo puedo entender porque, al menos, antes ofrecía al actor una formación integrada. De su compañía han salido intérpretes muy formados, una camada de la que nos hemos nutrido algunos.

-Alonso de Santos podría esgrimir que lo que usted defiende es lo que él hace en la CNTC, pues le encarga producciones a otros directores.
-La CNTC ya no es nada, no tiene prestigio, se lo han cargado. Los títulos que ha hecho en los últimos cuatro años han sido, con alguna excepción, repeticiones de su repertorio. En Madrid sólo hay un modelo y no se caracteriza por defender un teatro moderno. A nivel institucional, los de mi época somos una generación perdida pues todo lo que huela a joven y desconocido no se tiene en cuenta. Aquí siguen llamando a las momias.