Teatro

Las memorias del rencor

Miralles contrataca a Marsillach

21 marzo, 1999 01:00

Adolfo Marsillach y Alberto Miralles han pasado de ser estrechos colaboradores a enemigos declarados. El mítico "Marat-Sade" que el primero dirigió en 1968, y en el que Miralles colaboró con su grupo Cátaro, inició una relación que acabaría malamente a finales de los setenta. Las opiniones que Marsillach vierte en sus memorias sobre Miralles han reabierto el fuego cruzado entre ambos.

Marsillach dedica sus memorias -"Tan lejos, tan cerca"- a los que van a dejar de saludarle. Pero a Marsillach hace tiempo que no le saluda nadie. él ha conseguido ese aislamiento afectivo con un proyecto de vida asentado en el desprecio y la ofensa al prójimo.
De las memorias de un hombre como Marsillach se esperaba que el legado de su riquísima experiencia teatral fuese iluminador; pero ¿a quién puede importarle que el urólogo le haya hecho un tacto rectal, como explica en la pag. 548?
Lo que sí reflejan esas memorias es la condición humana de Marsillach y la explicación de que no tenga amigos. En la pag. 403 cuenta su patética despedida del Centro Dramático Nacional (CDN): "Mi final en el centro fue muy triste. Nadie subió a mi despacho a despedirme: quizá un gesto, una mirada... lo hubiera agradecido". ¡Qué desdichada habilidad la de Marsillach para conseguir que ni amigos, ni ayudantes, ni colaboradores, ni siquiera los habituales arribistas que revolotean ávidos oteando carnaza, le acompañaran al final de su etapa! Cuando un hombre sólo tiene enemigos, hay que pensar que no se ha merecido los amigos. Y Marsillach se ha ganado ese dudoso privilegio día a día, con dedicación y perseverancia, por eso sus memorias están llenas de frases que ilustran su talante: "Mi indiferencia hacia el prójimo que forma mi oficio y sus barrios periféricos es abismal (pag. 302). "Me tiene sin cuidado la opinión de mis colegas" (pag. 500).
¿Qué gesto o qué mirada podía esperar Marsillach de colaboradores a los que continuamente despreciaba? Y no hay excepciones. Su encantadora mujer, Mercedes Lezcano, no sale mejor parada en estas desdichadas memorias, ya que Marsillach no sólo la engañó con otra mujer en Buenos Aires (pag. 453), sino que ahora lo cuenta para que un millón de lectores se entere. Al adulterio, le suma el escarnio.
Por eso, la frase "en mi libro no hay insultos" que dijo Marsillach en el programa de televisión "Blanco sobre negro", el día 1 de febrero de 1999, es, mediante una somera lectura, ridícula a fuerza de mendaz. Sin deseo de ser exhaustivo, estos son algunos de los improperios: "esquinado", "innoble", "desastre", "agrisado", "zote", "hipócrita", "cerril", "envidioso", "híspido", "abyecto", "avinagrado" y "jacobino". Sin embargo, Marsillach afirma en la pag. 279 que no ataca a nadie que no se pueda defender, lo cual no le impide, en la pag. 485, llamar a Moisés Pérez Coterillo, muerto hace tres años: "feroz", "bárbaro", "irracional" e "inquisidor".
De todas las sorprendentes mentiras de Marsillach, la más grande y demostrable -y por ello la más cínica- es la de asegurar que cuando contrató a E.C. para sustituir a Serena Vergano en "Marat Sade" fue la "única vez" en su vida en la que ejerció cierto nepotismo (pag. 331). Y vuelve a repetir su insobornable honradez en la pag. 502 al afirmar "no ejerzo ni ejerceré jamás ningún tipo de nepotismo. Lo dicho: sangrantemente claro".
Flaco de memoria, o astutamente desmemoriado, Marsillach olvida que la verdad duerme en las hemerotecas y en los programas de mano. Duerme, pero respira.
En 1976 contrató a Mercedes Lezcano para intervenir en "Las arrecogías del Beaterio...", lo volvió a hacer en el CDN, y dos veces más en la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC), donde también contrató a su hija Blanca. Incluso llegó a prestar el decorado de "El alcalde de Zalamea", obra estrenada por el CNTC en 1988, a una compañía privada que llevaba en su reparto, en papel protagonista, a su mujer.
El 23 de enero de 1998, Marsillach reinauguró el Teatro de La Zarzuela y no sólo volvió a contratarla, sino que encargó un artículo para el programa, a un crítico teatral. De una tacada, nepotismo y tráfico de influencias.
Si desde la cúpula de influencia política se destila una verbigracia tan escasamente edificante, ¿qué hay de extraño en que toda la sociedad crea que ese tipo de prácticas está legitimada? Por eso, lo grave no es que Marsillach sea un corrupto, sino que sea un corruptor.
También de su paso por el Gobierno podría haberse obtenido una reflexión sobre el poder, pero su irritante frivolidad le obliga a cruzar de puntillas por ese momento de su vida, lo cual es lógico porque como él reconoce en la pag. 485 "llegué con ganas de mejorarlo todo y me fui con el dolor de no haber mejorado nada" ¿Cómo iba a mejorar algo un hombre que en sus primeras declaraciones (El País, 14 de julio 1989) afirmó que había aceptado el cargo "por curiosidad" y seguidamente arremetió contra los actores, acusándoles de "tener vocación de funcionarios".
Esas declaraciones de Marsillach como Director General habían sido tan significativas como desventuradas: "Es más prioritario que se llenen las salas a que se haga un teatro de calidad" (El País, 14 de julio 1989). Era lógico que tras su salida del Ministerio, el teatro más conservador, se hubiera reforzado como nunca. Los grandes éxitos de esa temporada en Madrid fueron "Rosas de otoño", de Benavente, "Celos del aire", de López Rubio, una obra de Calvo Sotelo y tres obras de Alonso Millán.
Tampoco se puede decir nada excesivamente favorable del estilo, pues, además de laísmos, farragosidades, sustitución de ideas por onomatopeyas, errores de concordancia y un sinnúmero de coloquialismos sin imaginación, en la pag. 531 da una prueba de desconocimiento absoluto de las normas gramaticales al escribir sobre el entierro de Cytrinowski: "...lo enterramos en un pueblo de la sierra junto a su compañero Skip Martinsen". Por mucho que el señor Martinsen amara a Cytrinowski, es bastante improbable que deseara ser enterrado vivo con él.
Decía Conchita Montes que unas memorias son como mirar un pañuelo en el que te has sonado. Marsillach todavía no había escrito las suyas, pero la Montes siempre tenía intuiciones.