Alfredo García, Rober Aracil, Rubén Pozo, Jordi Skywalker y Juampa Otero, integrantes de Buenas Noches Rose.
Las tres ‘traiciones’ que acabaron con la mejor banda de rock española que tú (casi seguro) no conoces
El documental '¿Quién cojones son Buenas Noches Rose?' reconstruye la historia del grupo de Alameda de Osuna que, a mediados de los 90, iba a comerse el mundo y se estrelló contra la industria musical.
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Buenas Noches Rose fue una banda que se quedó a un milímetro de asaltar los cielos. A mediados de los 90 todo el mundo hablaba de ella. Era la comidilla de compañeros, periodistas y productores musicales. Iban a comerse el mundo. Estaba cantado. El destino, sin embargo, tenía escrito otro final para su fulgor de origen. Ya sin gloria ni multitudes.
Estaban llamados a compartir olimpo con Leño (a quienes versionaban), Barricada, Radio Futura, Héroes del Silencio, Siniestro Total, Tequila, Extremoduro… Por ahí. Tenían cualidades, actitud y canciones para jugar en esa liga. Sin embargo, el documental sobre su quasiéxito que acaba de estrenar Movistar se titula ¿Quién cojones son Buenas noches Rose? Y la interrogación, perpleja y desdeñosa, es legítima.
Porque, sí, pudieron ser muy populares, en toda España, y quién sabe si más allá. Pero hoy lo son solo en su barrio, la Alameda de Osuna, que en los 90 fue un vivero de rock: 15 mil habitantes/treinta bandas. En los botellones a la vera de la vía del tren y en el castillo siempre había guitarras. Y chavales soñando con brillar en los carteles. Presentes en esos cónclaves juveniles podía encontrarse a los integrantes de Buenas Noches Rose: Jordi Skywalker, el cantante de las letras compuestas por los dos guitarristas, Rubén Pozo y Alfredo García 'Alfa', más Juampa Otero (bajo) y Sergio Martijala (batería).
Que su máximo anhelo deviniese realidad era muy difícil. Triunfar en la música es casi un milagro. Amén de la suerte, que siempre juega su papel, las bandas están constituidas sobre cimientos frágiles. Los comienzos son una fase crítica. Si se otea el éxito, porque todo el mundo te dice que eres la hostia y lo vas a petar, los egos pueden inflarse en exceso, hasta reventar con precocidad y alevosía. Y los parásitos, que olfatean beneficios, empiezan a cercarte, cada uno con su cuento y sus ansias de succión.
Y luego están los dilemas, que debes solventar a toda prisa y siendo apenas un chaval, que además vive en una nube de excesos: carretera, manta y sustancias. Buenas Noches Rose recibió un bofetón que les arrebató la inocencia a las primeras de cambio. El primer productor musical que les ofreció su apoyo les puso una sola condición: darle una patada al batería.
Los cinco eran amigos desde el instituto. Algunos incluso desde el colegio. Y estaban cristalizando juntos el sueño que rumiaban en los botellones y las peyas. Aun llorando, se la dieron. La patada. No podían perder la oportunidad. Sergio Martijala quedó tocadísimo, en la cuneta. Lo sustituyó Rober Aracil. En su conciencia la industria discográfica había tatuado la primera mancha.
Pronto otra pregunta empezó a repiquetearles el coco. Todo el tiempo. ¿Queréis seguir con vuestra autenticidad underground o abriros de una vez al gran público? Jordi Skywalker resume en román paladino la conclusión a la que llegaron: “Si nos tienen que encular, que sea con una polla de oro”. [La capacidad narrativa de los integrantes del grupo, mezclando el cheli suburbial y el castellano culto, es, junto a las impagables imágenes de archivo, uno de los grandes reclamos de la película, levantada contra viento y marea por Francisco Gené].
Buenas Noches Rose
Skywalker, todo un personaje, es el epicentro fieramente humano de esta historia. Él protagonizó una tercera ‘traición’, la que hizo entrar en barrena a la banda, justo cuando esta peleaba a brazo torcido por crecer. A Skywalker lo vemos con su camisa de cuadros en el primer concierto que dieron en el gimnasio del instituto público Alameda de Osuna, en el 92, con Leiva entre los enfervorizados asistentes. La prenda es muy simbólica porque enmarca con precisión la época. En el 91 Nirvana había lanzado el Nevermind y el teen spirit de Seattle, con todos sus demonios, dominaba la atmósfera.
Aunque Skywalker, sobre el escenario, era más punk que grunge, a la manera de Iggy Pop. Cantaba descamisado, reptaba por el suelo, cimbreaba la pelvis con manifiesta intención psicalíptica, se rebozaba con la audiencia… Era una fiera, carismática y sexi, que entregaba todo. “No podía hablar hasta dos días después de un concierto”, confiesa.
Marilyn Manson, otro monstruo sobre las tablas, flipó con él en Argentina, en un bolo que dieron allí. Fue un estadio de fútbol, durante un festival, en el que el front man norteamericano figuraba como cabeza de cartel. Después de ver a Skywalker fue a darle la mano y expresarle su fascinación. “Estoy más contento de haberle dado la mano a Rosendo”, rebaja, anticlimático, Jordi.
Este se saturó después de la gira del segundo disco, La danza de la araña (1997). A alguien se le ocurrió que era una buena idea encerrarlos en un autobús tuneado con el nombre de la banda (un guiño a la serie Las chicas de oro) y recorrer España tocando a diestro y siniestro. Unos 60 conciertos en 40 días. En muchos lugares no encontraron una acogida mayoritaria precisamente. Una cincuentena de personas de media. Así que iban palmando pasta, lo que agravaba la presión sobre los chicos y aumentaba las fricciones en las estrechez del autobús, donde dormían, comían, se ponían...
Leiva durante el rodaje del documental.
El primer álbum, de título homónimo al grupo, había abierto en el 95 muchas esperanzas. Una noche más, en concreto, fue un hit con pegada que los puso en el disparadero. Lo grabaron en Rávena (Italia) bajo el auspicio de Pablo Pinilla, que armó ex profeso una discográfica para auparles. Tal era su fe en ellos.
Cuando Pinilla contagió su entusiasmo al capo de BMG, vendió a esta todopoderosa compañía los derechos sobre el quinteto… No se escatimaron medios para darles el empujón que les faltaba. Pusieron a su servicio el técnico de sonido de Metallica y Megadeth, pero… “No sucedió nada”, sintetiza Rubén Pozo. La oscuridad que lo presidía, y su crudeza, eran obstáculos para que los digiriese la radiofórmula.
Reventado por los excesos, Skywalker se piró, de golpe y porrazo. Le ordeñaron demasiado y lo secaron. “Va a cantar tu puta madre”, maldecía cuando llegó al clímax de saturación. Dejó a sus compañeros colgados del micrófono y se exilió en el Cabo de Gata, para lamerse las heridas. "Buenas Noches Rose fue mi ritual para hacerme un hombre", afirma, con resonancia dylaniana (How many roads must a man walk down / Before you call him a man?).
En el seno de la banda, unos lo entendieron (Rubén, con el que compartía casa, asumió la espantada), otros no han vuelto a hablar con él, como Alfa, que, sin embargo, en el documental se esfuerza por meterse en su piel: reconoce que no es lo mismo tocar un instrumento que cantar como Skaywalker lo hacía, con el acelerador pisado a fondo desde el minuto uno. Un desgaste brutal.
Hubo un tercer disco, La estación seca. Lo intentaron defender con sus mejores artes, con Alfa en primera línea como vocalista, pero, como dice Leiva, aquello ya “era otra cosa”. Faltaba el show de la iguana ibérica. El halo de tren perdido era omnipresente.
Cada uno se integró en nuevos proyectos. Alfa alumbró Le Punk. Pozo (bonito el momento que interpreta en solitario No me importa morir descuartizado) y Aracil (tras sustituir a Tuli) enlazaron con Leiva y constituyeron Pereza, y ahí sí, ahí entraron en el olimpo. Fue su desquite.
Pero sin Buenas Noches Rose no hubiera sido posible. Así lo suscribe el propio Leiva: “Significaron ilusión y magia. Esos tipos estaban haciendo algo que nosotros queríamos hacer. Quizá si ellos no llegan a estar en el barrio no hubiéramos tenido ese lugar donde mirar. Los veías en los carteles y el mensaje era: se puede. Nos animaron al resto a intentarlo”.