Foto: Marco Borggreve

Foto: Marco Borggreve

Música

Sinfónica de Galicia, 30 años de nota

La formación gallega, considerada por muchos la mejor del país, es un modelo de éxito que refleja la evolución musical en tres décadas de España, que ha pasado de ser casi un páramo sinfónico a consolidar agrupaciones de alta calidad.

6 marzo, 2022 02:52

En 2012, Lorin Maazel vino a La Coruña para ponerse al frente de la Orquesta Sinfónica de Galicia (OSG). Dijo entonces, tras testar sus prestaciones: “Es una de las buenas orquestas europeas”. Aquella sentencia, pronunciada por una leyenda, ha sido en estos años una especie de divisa para la agrupación, a la que muchos críticos no dudan en situar en la primera posición del escalafón sinfónico nacional.

Una cuestión subjetiva, por supuesto, pero lo que es un hecho es que resulta casi imposible encontrar un especialista de afinada audición que la excluya del podio español, que compartiría –en cajones dispares según el ‘opinador’– con la Orquesta Nacional, la Sinfónica de Tenerife, la Orquesta de la Comunidad Valenciana, la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla… Por ahí andan los tiros de la excelencia en nuestro país.

La OSG tiene pues motivos para celebrar su 30º cumpleaños durante este 2022. Uno de sus hitos centrales del aniversario es la visita al Auditorio Nacional este fin de semana. Un marco idóneo para disfrutar del buen hacer acrisolado en estas tres décadas. “Será una especie de catarsis después de un periodo tan duro. Recuerdo tocar en el Coliseo de La Coruña, con capacidad para unas diez mil personas, delante de treinta. Era desolador. Te pasabas toda la semana preparando un programa y sentías por momentos que era un esfuerzo inútil”, recuerda María José Ortuño, flauta principal asistente de la formación desde 2008, tras estudiar en el Royal College of Music de Londres a la vera de Jaime Martín, al que ella califica, mayestáticamente, como “El Maestro”.

Conciertos en Youtube

Aunque en ese periodo de restricciones, tuvieron un factor consolador: su canal de Youtube, en el que se han disparado las visitas. En ese último año , de hecho, casi han llegado a los diez millones. Una cifra alentadora y reveladora de la atención que generan sus conciertos. “El pasado viernes 14 de febrero, por ejemplo, tuvimos treinta y cinco mil, que son 20 veces más del aforo del Palacio de la Ópera [su hábitat usual, con 1.700 asientos]”, señala Andrés Lacasa, gerente del consorcio que engloba a la OSG y también las orquestas y coros juveniles que forman la cantera de la institución, un terreno al que destinan buena parte de sus recursos y que está en la base de su filosofía colectiva.

“Cifras como esta me hacen ser optimista. Hay mucha gente dentro del sector con perspectivas muy oscuras sobre el futuro de la música clásica. Pero hay que tener en cuenta la cantidad de gente con la que estas herramientas digitales nos pone en contacto. Y también detalles como que las plazas que ofertamos para niños en la Escuela Municipal de Música nunca son suficientes. Por desgracia, debemos dejar a algunos fuera. Además, tenemos un convenio con la universidad que permite que doscientos estudiantes vengan a todos nuestros conciertos de los sábados de manera gratuita. Se lo debemos como institución pública que somos”.

“Yo al año dirijo unas 25 orquestas de todas partes. La OSG es sin duda una de las mejores del mundo”. Dima Slobodeniouk


La OSG, por otro lado, fue una de las primeras orquestas en conjuntar una alineación joven (OJSG) como vivero de la principal, en 1994. Esta es, recurriendo a un paralelismo con el fútbol, La Masía sinfónica que no para de trasfundir talento. Instrumentistas salidos de ella andan diseminados por medio mundo, integrados en ensembles punteros. Lacasa está particularmente satisfecho de la labor realizada en este ámbito. La prueba de que se ha trabajado bien es cómo ha ido mutando la piel la OSG en estos años.

“Cuando se fundó, hubo que fichar a mucha gente de fuera. Vinieron de diversos países. Con el tiempo, sin embargo, el colectivo se ha ido ‘nacionalizando’ porque los concursos, realizados con biombos, donde el oído es el criterio determinante, los han ido ganando músicos españoles, algunos de ellos gallegos formados en nuestra cantera. La verdad es que España en los últimos 30 años ha pegado un salto de calidad impresionante debido a esta apuesta”, explica, con comprensible ufanía, Lacasa.

Dima Slobodeniouk. Foto: Marco Borggreve

Dima Slobodeniouk. Foto: Marco Borggreve

Mirás, que estuvo enrolado en la OJSG entre los 16 y los 18 años, emprendió un peregrinaje que le llevó por Alemania, Suiza y finalmente Tenerife. Cuando quedó vacante un puesto en el que encajaba su perfil, se lanzó. Y hoy se encuentra feliz radicado en su ciudad natal. “Por reunirme con la familia y estar en mi casa, pero también por estar haciendo música al más alto nivel”, declara. “Aquí los músicos se entregan. Si llegas una hora antes de la fijada para el ensayo, ya te encuentras a media plantilla preparando el trabajo”.

Café y sinfonías para todos

La floración de orquestas en España aconteció sobre todo a principios de los 90. Hubo una especie de pugna testosterónica entre autonomías que desembocó en que casi cada una de ellas acabara teniendo la suya propia. Café (y sinfónicas) para todos. Una mecánica recurrente en nuestro modelo territorial que en este caso concreto tuvo un efecto positivo en el plano cultural.

En el páramo de sordos creció un bosque sonoro que nos ha puesto en el mapa musical. Este orgullo campanilista en Galicia provocó que nacieran dos incluso. Cuentan en los mentideros que Fraga no podía soportar que La Coruña, en manos del carismático alcalde socialista Francisco Vázquez, tuviera a la OSG y Santiago, sede de la Xunta, no pudiera sacar pecho con otra orquesta. De ahí que impulsara la Real Filharmonía.

No todas las regiones, sin embargo, se sintieron interpeladas por esta competición. Castilla La Mancha, por ejemplo, sigue sin un conjunto estable. Un estigma que lamenta Ortuño, natural de Caudete (Albacete). “Me da mucha pena. La OSG demuestra la importancia de dar oportunidades a tu gente. Yo ya estaba haciendo cajas para mudarme de Londres, sin tener muy claro mi destino, cuando me llamaron para hacer una gira por Latinoamérica. Fue providencial en mi vida. Aquí, además, la sociedad nos valora mucho”, apunta la flautista. “Casi tanto como al Depor”, apostilla jocoso su compañero Mirás.

“Los conciertos del auditorio nacional serán como una catarsis después de un periodo tan duro”. María José Ortuño


Esa vinculación con la ciudad se escenifica cada verano en el concierto que da en la plaza de María Pita, durante las fiestas. Un acontecimiento que disfrutaba mucho su anterior director, Víctor Pablo Pérez, figura clave en la corta historia de la OSG, ya que la dirigió desde 1993 (tomó las riendas solo un año después de su alumbramiento) hasta 2013. Él, con mucho Bruckner, sentó las bases que luego ha desarrollado Dima Slobodeniouk, maestro ruso afincado en Finlandia que le relevó. En los últimos nueve años ha hecho una labor valiosa.

“En este tiempo la orquesta se ha hecho más democrática y ha ganado en su nivel de autogobierno. Es verdad que yo tengo la última palabra y que por tanto la jerarquía se mantiene, pero se escuchan todas las opiniones. Es un colectivo más flexible e inteligente de lo que ya de por sí era”, señala, con tacto diplomático, Slobodeniouk, que, en su paso por Cuenca con la orquesta, decidió interpretar el himno de Ucrania como preámbulo de su actuación. Y añade: “Lo que dijo Maazel lo han dicho más directores que han venido a dirigir a la OSG. Yo dirijo al año unas 20 o 25 orquestas de todas partes y no tengo duda de que la de Galicia es una de las mejores del mundo”.

Música escandinava, rusa y local

En su haber hay que anotar asimismo la ampliación del repertorio, que en su mandato ha tenido tres ejes primordiales, coherentes con su identidad mestiza y con el compromiso adquirido con su tierra de adopción. A saber: la música escandinava (con particular devoción por Sibelius), la rusa y la local contemporánea. Esta jugosa ensalada mixta se plasma en el Auditorio Nacional con Such Places as Memory, de Fernando Buide (“compositor pleno de fantasía y color”, apunta Slobodeniuk), Géminis, de Esa-Pekka Salonen, y El pájaro de fuego, de Ígor Stravinski.

Será, de algún modo, su carta de despedida, ya que esta es su última temporada en España. “Creo que nueve años es un periodo óptimo para exigir lo máximo a un grupo. Ahora debe entrar energía nueva”. Lacasa sabe que elegir el sustituto adecuado es una decisión clave. Anda algo agobiado buscando al más idóneo. Una tarea compleja. Pero confía en satisfacer la demanda de los músicos, que, como enuncia Ortuño, “siempre queremos seguir creciendo y mejorando”.