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Música

'Cecilia Valdés', cubanía zarzuelera

Prodigio de sincretismo musical, esta obra de Gonzalo Roig, que llega por primera vez a Madrid, combina estilos como la guajira y la guaracha con la ópera romántica y la zarzuela grande

22 enero, 2020 11:08

Es muy importante el próximo acontecimiento lírico en el Teatro de la Zarzuela, ya que supone, según todos los indicios, el estreno en Madrid de Cecilia Valdés de Gonzalo Roig, uno de los compositores más significativos y populares de la Cuba de la primera mitad del siglo XX. Definida en principio como Comedia lírica en un acto, un prólogo, ocho cuadros, un epílogo y una apoteosis, se estrenó en el Teatro Martí de la Habana en 1932 con libreto de Agustín Rodríguez y José Sánchez Arcilla.

Roig era ya en ese momento un nombre muy siginificado en la música de su país desde que en 1907 se había integrado como pianista en un trío con Mario Mauri y Fernando G. Ada. De ese año es la primera composición conocida de nuestro músico: La voz del infortunio, para voz y piano, en la que ya despuntaba su facilidad para trazar líneas melódicas de amplio aliento. Se pulió luego en el Consevatorio Carnicer e inició estudios de contrabajo. Tocó asimismo provechosamente el violín. Su inspiación empezó a fructificar para la posteridad en el conocidísimo bolero criollo Quiéreme mucho. En 1914 puso música a la revista De París a La Habana. Con Las musas americanas inició su intensa carrera lírica dentro del mundo de la revista y, naturalmente, de la zarzuela.

“Roig es capaz de colorear e iluminar la psicología de cada personaje con maestría absoluta”. Óliver Díaz

En 1958 el compositor agregó a la patitura original de Cecilia Valdés una romanza, Dulce quimera, y en 1961 reelaboró la obra para ofrecer una versión definitiva que incorporaba nuevos números y comportaba una modificación del texto a cargo de Miguel de Grandy. La base literaria era la de la famosa novela del siglo XIX Cecilia Valdés o La loma del ángel, de Cirilo Villaverde. En la partitura se dan la mano una serie de influencias venidas en algún caso de manera directa de la música afrocubana y recreadas desde hacía decenios en la isla, adoptadas en algún caso por creadores de la tierra tan relevantes como Amadeo Roldán o Alejandro García Caturla, auténticos pioneros e impulsores de una inspiración y de una vida musical muy mortecina en La Habana de principios del siglo XX.

Roig y otros seguirían su senda y contribuirían a dotar de contenido a una música languideciente y falta de fuerza. Se trataba por supuesto de emplear los temas populares de manera eficiente y novedosa con el fin de crear un tejido consistente. En este sentido parecen venir muy a cuento estas palabras de Alejo Carpentier: “Los temas populares son de gran importancia en el estadio-nebulosa de una escuela que aspira a personalizarse; pero siempre tendrán que ceder su lugar a las puras e incontenibles manifestaciones de la sensibilidad. Sensibilidad en busca de expresión. Expresión que debe situarse por medio de la forma”.

Y ahí estuvo Gonzalo Roig desde un principio, con sus maneras e inspiración, que condujeron, como apuntaba Clara Díaz Pérez, a una “creación de tipo nacional popular, compuesta con una gran organicidad lógica que le infiere a la partitura de Cecila Valdés –y a otras salidas de su pluma– una lograda unidad”. Unidad conseguida mediante el manejo de los ritmos populares de la época en un totum que incluye variadas formas de la música cubana: guajira, guaracha, contradanza, tango, congo de barracón, pregón… Todos utilizados dentro de un plano de bien urdida dramaturgia. Lo curioso es que todo ello está muy hábilmente hilvanado y entretejido con herencias de la ópera romántica y de la zarzuela grande. Incluso, abunda la citada musicóloga, se llegan a rastrear elementos derivados del motete religioso. En la partitura se logra, manifestaba Leo Brouwer, “la perfecta simbiosis de música negra y música campesina, criolla. Se mezclaban las dos cosas con gran brillantez y por eso se siente tanto la cubanía”.

Se pueden contar hasta casi veinte números muy variados, algunos marcados por una idea temática conectada con el desgraciado personaje de Cecilia, que aparece ya en el prólogo. A destacar la salida de la protagonista con sus ritmos de habanera y la contradanza bembé. Muy bello, de un lirismo subido, su dúo con Leonardo. Hay algunos fragmentos corales de recia construcción. La crítica de la época tuvo buenas palabras. El Diario de la Marina decía por ejemplo: “Roig es una de las cumbres de nuestra música autóctona. Pocos como él han captado los ritmos sinuosos y acariciantes de la música cubana”. Óliver Díaz, que estará en el foso, afirma que “Cecilia Valdés es una perfecta amalgama entre la gran tradición operística centroeuropea, la zarzuela y la música afrocubana. Gonzalo Roig es capaz de colorear e iluminar cada una de las acciones de la forma más sutil evidenciando los aspectos psicológicos de cada personaje con una maestría absoluta”.

Todo llega a través de un argumento rocambolesco: Cecilia es una mestiza que es separada de su madre al nacer por orden de su acaudalado padre. Con el tiempo se enamora de Leonardo, que es en realidad su hermano y que es obligado a casarse con una rica criolla. Un despechado enamorado de Cecilia lo apuñala.

Figura un reparto con mayoría de voces cubanas y suramericanas, como las de Elizabeth Caballero y Elaine Álvarez (Cecilia), Martín Nusspaumer (Leonardo), Homero Pérez-Miranda y Eleomar Cuello (José Dolores Pimenta), y Linda Mirabal (Dolores). Los españoles Enrique Ferrer (Leonardo) y Cristina Faus (Isabel) son buena compañía. Orientados por la diestra mano de Díaz, seguirán las órdenes escénicas del venezolano Carlos Wagner, para quien la obra tiene una parte muy divertida y entrañable porque están presentes las fiestas y también la vida cotidiana, tanto de la clase alta como de la gente humilde en La Habana. Pero, añade, “abarca también temas más serios, como el machismo de esa clase alta y su actitud ante el tema de la raza”.