Image: Falstaff, la lección final de Verdi

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Música

Falstaff, la lección final de Verdi

19 abril, 2019 02:00

Coro Titular del Teatro Real, Daniela Barcellona (Mistress Quickly), Ruth Iniesta (Nannetta), Simone Piazzola (Ford), Rebecca Evans (Mrs. Alice Ford) y y Maite Beaumont (Mrs. Meg Page). Foto: Javier del Real

El Real estrena la ópera postrera del compositor italiano, uno de los grandes títulos de la historia lírica. Laurent Pelly firma la puesta en escena, el ascendente Daniele Rustioni gobierna el foso y el protagonismo vocal se lo reparten Roberto di Candia y Misha Kiria.

El próximo martes, 23, el Teatro Real recupera un título esencial de la historia de la ópera, una de las grandísimas obras maestras de Verdi, su logro postrero: Falstaff, de 1893, una perita en dulce para un buen barítono decidor, un fraseggiatore, como pedía el compositor, más lírico que dramático, dotado de flexibilidad y buena extensión. Un actor-cantante de cuerpo entero, como sin duda lo era Victor Maurel, el creador. No hay que olvidar lo que el compositor decía a propósito de la manera de interpretar al personaje: "La música no es difícil, pero es preciso cantarla de forma muy distinta a la empleada en otras óperas cómicas modernas o que la aplicada a antiguas obras bufas... No se puede cantar Falstaff ni como Carmen ni como Don Pasquale y menos como Il matrimonio segreto".

Siempre recomendaba el maestro la entrega justa, que no perjudicara la técnica de control y emisión: "Soy de la opinión de que en la ópera la voz tiene sobre todo el derecho de ser escuchada. Sin voz no hay canto justo". Una máxima que más de uno tendría que aplicarse. Barítono, pues, elegante y vivo, irónico y variado, capaz para la media voz y el falsete. En estas representaciones del Real, en las que se administran dos repartos distintos, el papel lo asumen dos cantantes también muy diferentes. El primero es Roberto di Candia, barítono de voz bien educada, hábil en Rossini, un caricato sobrio pero expresivo. Su timbre no es en exceso oscuro y su emisión, generalmente correcta, queda en ocasiones vecina a ciertos apoyos de gola, que impiden la absoluta redondez y pureza. Pero se desenvuelve con soltura en esta parte. El segundo es el muy joven todavía, pero ya bastante rodado, Misha Kiria, más un bajo o bajo-barítono que un barítono estricto, aunque con una extensión muy notable. Más histriónico que Candia, es igualmente más dominador del espacio escénico. Timbre penumbroso y buen metal son otras de sus características.

Barítonos de raza

No es de especial altura el resto del elenco, digno en todo caso. Tenemos en la parte de Alice Ford a la escocesa Rebecca Evans y a la canaria Raquel Lojendio. Una voz lírica ya madura, de sensuales reflejos y atractivo esmalte, buena actriz, al lado de otra más clara, cristalina, bien emitida, de menor cuerpo. Son dos sopranos musicales y sensibles que pueden dar cumplida imagen de la astuta comadre. Nannetta es la gentil y siempre refrescante Ruth Iniesta, cuyos medios y color encajan bien con la tierna criatura y alcanzan a resolver los problemas de filature y notas altas de su nocturna y mágica aria del cuarto acto. En el segundo reparto se podrá ver a la también muy ligera Rocío Pérez, que, como Iniesta, hace ya algún tiempo que está desplegando sus alas por los teatros europeos. Su enamorado, el entusiasta Fenton, aparecerá aquí en las voces muy líricas de Joel Prieto, más certero en el ataque y brillante en el agudo, y Albert Casals, más variado y fantasioso, aunque de timbre menos atrayente.

Verdi hace un verdadero alarde de una armonía específicamente latina, alejada de la wagneriana. Libre, imaginativa y transparente

El iracundo Ford será asumido por dos auténticos barítonos de raza, contundentes y vigorosos antes que refinados estilistas: Simone Piazzolla y Ángel Ódena. La robusta Mistress Quickly será bien servida por dos mezzos de graves sólidos: Daniela Barcellona, ya una habitual en Madrid, experimentada y versátil, y la tan joven y prometedora, de emisión tan perfumada, Teresa Iervolino. Page estará en las gargantas de dos excelentes profesionales, dos mezzos ligeras, como Maite Beaumont y Gemma Coma-Alabert, mientras que los tres personajes de corte más bufo, Caius, Bardolfo y Pistola, serán defendidos por tres buenos artistas, con lo medios idóneos: Christohe Mortagne, Mikeldi Axtalandabaso y Valeriano Lanchas.

El empleo de la modulación expresiva, el uso de tonalidades en función del color más adecuado a la situación, a la idea poética, al personaje, alcanzan grados de auténtica exquisitez. Do mayor se erige en el tono básico. Esta clara tonalidad abre y cierra la obra y se instala asimismo en la escena primera del acto primero. El músico hace un verdadero alarde de una armonía específicamente latina, decididamente alejada de la wagneriana, pese a lo que a veces se ha dicho. Libre e imaginativa, diatónica, transparente, en ocasiones inesperada. Se necesita para dar buena cuenta de todo ello una batuta imperiosa en el mantenimiento del tempo ritmo verdiano. En la partitura encontramos una gran variedad de metros, que se combinan ágilmente y se corresponden con la disparidad de las situaciones: 2/2, 2/4, 4/4, 3/4, 6/8. Este último compás sobre todo.

Es muy posible que Daniele Rustioni, todavía treintañero, que está realizando una brillante carrera y que ocupa el foso en Lyon y lo hará también en Madrid para estas funciones, domine ese secreto. Experiencia, conocimientos y maneras no le faltan para concertar y distribuir, para cantar y acompañar. Presidirá una coproducción entre el Real, la Moneda de Bruselas, la Ópera Nacional de Burdeos y la Nikikai Opera de Tokio que se basa en un montaje del siempre bienvenido Laurent Pelly, de quien recordamos las brillantes La hija del regimiento, Hänsel y Gretel y El gallo de oro.