Música

"Ahora me doy cuenta del lío en que me he metido"

Halffter, un Quijote para el 2000

23 mayo, 1999 02:00

Cristóbal Halffter acaba de culminar su ópera "Don Quijote" que se estrenará el 23 de febrero del año 2000 en el Teatro Real de Madrid. Considerado como una de las grandes personalidades de la música española de este siglo, el compositor madrileño aún no se había enfrentado a este género, a pesar de varios intentos. En esta entrevista para EL CULTURAL habla de su primera ópera, que cuenta con libreto de Andrés Amorós, así como de las vicisitudes que han rodeado su creación.

-Después de tantas tentativas que no llegaron a fructificar, ha concluido su primer proyecto lírico completo.
-Se acabó, por fin. Al final de la obra, con esa doble barra que certifica la conclusión de la música, he puesto "vale", como Cervantes. Si antes no llegué a componerla fue porque no había encontrado el libreto oportuno. O, sinceramente, la razón es que yo no estaba todavía maduro. Pero cuando cumplí los sesenta años, me hice la propuesta de no empezar a dejar y no dejar de empezar. Y, fíjese, a los sesenta y seis años me lancé a escribir esta ópera, que me ha llevado dos años y medio.
-Y, ahora, ¿cuáles son sus fantasmas?
-Hasta este momento creo que no he sido consciente de la responsabilidad que lleva consigo. Se trata de un estreno en el Teatro Real, que siempre supone una carga especial. Pero, sobre todo, por el tema elegido. Me doy cuenta del lío en que me he metido, de la tensión que voy a soportar en los próximos meses, todo ello producto de mi ilusión por un personaje y lo que simboliza. Como buen esquiador que he sido supone una situación semejante a cuando, ante una pendiente difícil, no podía evitar lanzarme por ella. Una vez allí, me preguntaba por qué no me había quedado mejor en casa.
-La ópera es música con libro. ¿Cómo ha sido su colaboración con Andrés Amorós?
-Casi no podemos hablar de libreto, al menos en su concepto tradicional. Cuando el Ministerio de Cultura me encargó una ópera, comenté con Andrés Amorós la posibilidad de centrarla en Don Quijote. él me hizo un proyecto y me pareció interesante como punto de partida. Empezamos a trabajar y a construir una historia que debía de contar algo que todo el mundo conoce, aunque con un planteamiento novedoso. Desde el principio, teníamos claro que de lo que se trataba era de diseñar a un Quijote de finales del siglo XX, un Quijote válido para el nuevo milenio. De ahí que la propuesta básica venga de la necesidad y realidad de la utopía. Los momentos dramáticos se construyen en función de esto.
-Los textos clásicos adquieren un matiz distinto al calor de la música. Por ello hablamos de la "Elektra" de Strauss o del "Otello" de Verdi.
-Mi mayor felicidad vendría de que en el futuro se hablara de un "Quijote" de Halffter como ya existe una visión del "Quijote" de Ortega, de Américo Castro o de Unamuno. ¡Claro que me gustaría que existiera una mía! Mi concepción se plasma en que, mientras Cervantes es el héroe, Don Quijote representa el mito. Con su obra, Cervantes se enfrenta a su tiempo, a la decadencia y a la corrupción de la España de los Austrias. Don Quijote es el hijo del entendimiento. De ahí que proclame la utopía como la verdad, constituida desde una ética basada en los criterios de la subjetividad. Cada individuo debe realizarse en función de su entorno. En la ópera, hay un momento en el que Don Quijote se dirige a Cervantes y le demanda las razones por las que le ha creado. Cervantes le contesta que él no es un hombre sino un mito, y le pide que lea, que piense, porque eso va a ser la utopía. ésta sólo existe a partir del contacto personal con los libros. Por ello he considerado que la quema de libros sea la escena culminante de la ópera.

La música como ética
-¿Qué hace la música que no esté en el libreto?
-El teatro, la palabra, es pura ficción porque con ella se puede mentir siempre. Pero la música abre una dimensión en la que todo es cierto. Si con el acorde de do mayor se crea una determinada tensión, la ópera es verdad.
-¿Considera que con su música el oyente puede apreciar una ética?
-Intentaré transmitir ese clima de tensión, de grito, de demanda de cultura, que es fundamental en el nuevo milenio. Y esa cultura sólo vendrá a través del libro. Yo no soy enemigo de internet ni de los ordenadores. Pero hay que reflexionar con el fin de evitar que el libro sea destruido. En mi opinión es el camino hacia la intimidad, la reflexión interior, que es lo que acaba configurando al ser en su faceta más humana. Si eso se destruye, habrá otra cosa y, desde luego, a mí me da mucho miedo.

Una obra cantable
-¿Se va a poder cantar su ópera?
-Mi trabajo de la voz ha partido de las referencias de "Wozzeck" y de "Lulú" de Alban Berg, añadiendo algunas cosas aportadas por éste. Se va a poder cantar. Hace poco dirigí la suite de "Lulú", y la cantante la hizo sin ningún problema. A lo mejor, sólo hay diez intérpretes que puedan asumir esta obra, pero los hay y la podrán cantar.
-Usted concede a la música una base ética, además de estética.
-La música ayuda a la gente a que desarrolle su sensibilidad y genera dos líneas, hacia el logos y hacia el pathos. Creo que, como la música está en el tiempo, abre una nueva dimensión que no se puede trasladar ni cerrar en un museo. Si oyes una sinfonía, ésta se mueve en una dimensión distinta. Yo no sé si la música amansa a las fieras, pero hace a la gente diferente. Si se tuviese la capacidad de escuchar habitualmente música, en un marco cultural y ético adecuado, no ocurriría lo que pasa en Kosovo. La guerra es lo más antimusical que existe. Nunca he vivido un bombardeo, pero el ruido debe ser terrible, algo pavoroso.
-Pero Hitler era un melómano admirador de Wagner y, más recientemente, Javier Solana también suele ir a los conciertos.
-Bueno, esto parece destruir un poco mis teorías. Lo que haga Solana es cuestión suya y así le irá. El caso de Hitler es un poco diferente, porque en su trasfondo cultural hay un principio de patria que determinó una sensibilidad enfermiza, como toda aquella que crece sobre los nacionalismos. No sé, su pregunta me ha dejado un poco confuso.
-La sensibilidad de nuestro mundo es muy visual. Parece que se desprecia en cierta medida la atmósfera acústica a la que nos enfrentamos.
-Ahora parece que las cosas cambian. Se empieza a pensar que, a lo mejor, la atmósfera sonora generada en esos sitios en los que se reúne la gente joven puede originar problemas en la formación sensible. De todos modos, todo esto tendría una respuesta con la intimidad. El libro es un diálogo contigo sobre lo que puedes y debes hacer.
-El responsable del estreno será su hijo. Se dice que usted se ha convertido en su mejor agente.
-No empujo a mi hijo, porque él se empuja a sí mismo. Tengo que decir que, como padre suyo, le quiero mucho y, musicalmente, nos respetamos mutuamente. Hasta tal punto que, si yo supusiese que al dirigir mi ópera podría plantearse el mínimo ápice de fracaso, ni se me ocurriría ofrecérsela. Es un director fenomenal que conoce mi música como pocos. De hecho, sólo hay tres o cuatro nombres que podrían hacerlo. Entonces, ¿por qué no él?
-El estreno se hará en el Teatro Real, que usted ya conoce como director de conciertos. Desde que se reinauguró, las opiniones sobre él continúan encontradas.
-Como todo centro cultural de referencia siempre levanta polémicas. Pero hay que señalar que, gracias a la puesta en marcha de este proyecto, en Madrid se ha podido asistir a espectáculos de la misma calidad que en Europa, lo que antes sólo sucedía en el terreno sinfónico. Otra cosa es que los montajes puedan resultar más o menos acertados. Lo que resulta difícil es mantenerlo, de ahí que los responsables hayan de ser conscientes de lo que se ha conseguido y no jugar, no vaya a ser que se venga abajo.
-¿Por qué hay tantas habladurías sobre el Real?
-Hay un poco de esnobismo, tanto en los que dirigen como en el público. Es imprescindible que pase el tiempo y las cosas se relajen. Es posible que haya demasiada gente que opine, aunque no tenga nada interesante que decir.

La ópera del siglo XXI
-Frente a las óperas americanas, que apuestan decisivamente por la creación contemporánea, las europeas estrenan con calzador.
-Mantienen criterios para mí equivocados. En primer lugar se habla de la ópera de toda la vida, cuando hace ciento cincuenta años no existían "Traviata" ni "Bohème", y la ópera como género funcionaba con pleno vigor. Eso que llaman repertorio abarca apenas noventa años. En mi opinión, un teatro debe plantearse que la ópera es tan barroca como contemporánea. Y, atención, estoy hablando de contemporánea, porque dentro de poco ya estaremos en el siglo XXI. Tengo la sensación de que hay mucha gente que no se ha enterado de que existe el XX y que apenas se ha creado música desde Mahler hasta ahora.
-Usted no se ha vuelto neorromántico, como parecen mandar los cánones.
-Hay gente que vuelve a empezar sin haber ido a ningún sitio. Yo he asistido en Madrid recientemente a estrenos de obras horrorosas, fuera de cualquier tipo de contexto. Como si ahora que se cuestiona a Newton o Einstein alguien descubre a Galileo. Y, a lo mejor, inventa el teléfono. Pero el problema viene de que el teléfono ya está inventado. El arte tiene temporalidad. El "Quijote" es fruto de su tiempo, y hubiera sido impensable en la corte de Isabel I de Inglaterra o en el Weimar de Goethe. No creo en la irreversibilidad del tiempo. Teóricamente alguien podría a volver a escribir la "Sinfonía en sol menor" de Mozart, pero siempre sería diferente. Lleva amaneciendo millones de días y todos son distintos.
-Así que sigue usted empeñado en ir contracorriente.
-Que las razones económicas hagan más rentable hacer una ópera de Verdi que una obra contemporánea no es más que una demostración de la relación del arte con la economía. El arte contemporáneo está dirigido a enfrentar al público con sus problemas, a que muevan sus principios. La tonalidad no es eterna, y el arte tiene que ver con mis propios criterios. Hay obras actuales que son muy malas y otras que son geniales.
-¿Celebridades de paja?
-A mí no me interesa lo que hace Philip Glass. Me aburre como un hongo. Y cuando me aburro, desconecto. He dirigido algunas cosas, y siempre tengo la sensación de que están correctamente escritas pero que les falta algo de sustancia. Tampoco el nacionalismo ha aportado cosas muy buenas, y menos para la música española. Han sido demasiados los creadores de este país que se han tenido que disfrazar de nacionales para salir al mundo exterior.