Image: Béjart y Forsythe danzan de nuevo

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Danza

Béjart y Forsythe danzan de nuevo

21 abril, 2017 02:00

Un momento de Boléro, del Béjart Ballet. Foto: Gregory_Batardon

El legado de Maurice Béjart vuelve a los escenarios españoles con la presencia del Béjart Ballet de Lausanne en los Teatros del Canal, que presentará Boléro el 26, y con el estreno, el 28, del documental Dancing Beethoven, de Arantxa Aguirre. Otra cita en la cumbre de la danza será la de la Compañía Nacional de Danza, que llega a Madrid este jueves 27, con Una noche con Forsythe. Dos montajes, dos nombres, en vísperas del Día Mundial de la Danza (28 de abril).

El público español descubrió a Maurice Béjart (1927-2007) a finales de los años setenta, cuando el coreógrafo trajo por primera vez su compañía -el entonces Ballet del siglo XX- al Palacio de los Deportes de Madrid. Antes de morir dejó su legado -el Béjart Ballet de Lausanne- en manos de Gil Roman, que había sido su bailarín estrella durante años; su calidad técnica, unida a un sentido teatral admirable aprendido de su maestro, lo habían convertido en uno de los bailarines más relevantes de su generación. Hoy, Roman está al frente una compañía tan internacional como antaño, que conserva el repertorio de su fundador e incorpora algunas piezas de su nuevo director.

El concepto de compañía de Béjart partía, desde sus inicios en el Teatro de la Moneda (Bruselas), de la unión de un grupo multirracial de bailarines que se expresaran de forma directa y emocional con el público contemporáneo; Béjart respetaba, admiraba y dominaba el lenguaje de la danza académica, pero encontró una forma nueva de utilizarlo en la que centraliza su interés en la figura masculina, prescindía de vestuarios voluminosos y buscaba la armonía de la simetría y el equilibrio en las proporciones escénicas con un cierto aire de misticismo orientalista. Béjart embellecía a las mujeres pero dejaba el protagonismo para los hombres, para los que creó algunas de las obras más populares de la segunda mitad del siglo XX. La imaginación del coreógrafo, su amplísima cultura y sus influencias orientales le permitieron crear una buena cantidad de piezas que definieron toda una corriente de danza europea y que marcaron a la generación posterior de coreógrafos.

Novena Sinfonía

"Béjart consiguió que la danza llegara mucho más allá de su público tradicional", explica Arantxa Aguirre a El Cultural, recordando su primer contacto con la compañía. La directora estrena Dancing Beethoven, una película que nos sumerge en la preparación y las representaciones de la Novena Sinfonía (1964); una de las obras fundamentales del coreógrafo belga que el Béjart Ballet de Lausanne interpretó en Japón junto al Ballet de Tokyo, acompañados por la Orquesta Filarmónica de Israel dirigida por Zubin Mehta. Aguirre y su equipo han pasado nueve meses conviviendo con la obra. "El hecho de estar trabajando en torno a un hito de la cultura universal -la partitura de Beethoven- impone lo suyo", admite la cineasta, "pero a la vez es una fuente de inspiración inagotable". Para adentrarse en la aventura, Aguirre recuerda haber pasado el verano anterior al rodaje paseándose mientras escu- chaba la Novena: "quería impregnarme de ella, aprendérmela de memoria".

En Dancing Beethoven, la actriz Malya Roman cuenta en primera persona la trayectoria de la agrupación. "La Novena Sinfonía ha generado muchas interpretaciones y eso hacía pretencioso el punto de vista objetivo en mi documental", explica Aguirre. "Quería subrayar que esta era una interpretación más y para ello introduje una ‘narradora-alter ego' que hacía más evidente mi propia mirada". La directora se ha metido en las salas de ensayo, los camerinos y la vida de los intérpretes. "Como espectadora disfrutó enormemente del ballet desde mi butaca, pero como cineasta las cosas cambian. Rodar un ballet en el escenario es peligroso porque la mayoría de las veces ‘te cargas' esa esencia del teatro que tiene que ver con el acontecimiento en directo. Por eso busco lo que está detrás y lo sostiene: los ensayos".

Estudió en su adolescencia en Mudra, la mítica escuela de Béjart en Bruselas, situada en los mismos estudios de la compañía. "Ahí tuve la oportunidad de observar de cerca al propio Béjart y a sus extraordinarios bailarines", recuerda. "Había algo envolvente e inclusivo. Las suyas no eran coreografías que tú admirabas desde fuera, sino que pasaban a ser experiencias de tu propia historia". Aguirre, que describe su documental como "un canto a la esperanza", cree que Béjart recuperó el gran legado humanista que había quedado bastante maltrecho en Europa después de la Segunda Guerra Mundial: "Sus obras aportaron optimismo a través de unos bailarines que encarnaban como nadie la belleza, la fuerza y la dignidad del ser humano".

Si la universalidad de Béjart queda patente en el documental, esta cualidad de la compañía también es palpable viéndolos actuar. El Ballet Béjart llega a Madrid después de diez años con un programa integrado por Le Mandarin marveilleux (1992) -sobre una partitura de Bartók que el compositor no denominó ballet sino pantomima-, inspirada en las películas de Fritz Lang.

Ambigüedad sexual

La pieza muestra la ambigüedad sexual y la contradicción de héroes y víctimas en los bajos fondos que tanto fascinaban al coreógrafo. Tombées de la dernière pluie (2015), de Gil Roman, cuenta con música de Franz Schubert y el dúo Citypercussion; la atormentada reflexión de un hombre rodeado por diez mujeres al que se le desmorona todo su entorno ofrece interesantes estampas dramáticas que cuentan con una videoproyección de Pierre-Yves Borgeaud, y contrasta con Bakhti III (1968), una de las coreografías más celebradas de Béjart. Su estética oriental con música tradicional hindú y sus acompasados movimientos de evidente carga sexual causaron furor en su estreno y siguen provocando admiración hoy; la interesante recreación de la pareja formada por Shiva y Shakti está considerada como una de las obras más enigmáticas y fascinantes del coreógrafo belga.

Finalmente, el mítico Boléro (1961) cerrará el programa. La partitura que Maurice Ravel compuso en 1928 da consistencia a una coreografía creada en torno a un bailarín que se mueve en el centro de una gran mesa, alrededor del cual un grupo lo acompaña en el paulatino crecimiento de la orquesta. Creado para una mujer -Duska Sifnios- este ballet ha sido interpretado en el pasado por solistas tan relevantes como Maya Plisétskaya, Sylvie Guillem o, en la propia compañía de Béjart, la española Elisabet Ros, reivindicando su protagonismo y evitando quedar sepultados por la alargada sombra de Jorge Donn, el primer hombre que lo protagonizó dieciocho años después de que fuera estrenado pero que asentó, con su personalidad magnética, la leyenda de Boléro. El inicio de esta pieza es, en sí mismo, un hito en la historia de la coreografía.

@ElnaMatamoros