Enrique Viana en 'Un café en el pulgatorio'

Enrique Viana en 'Un café en el pulgatorio'

Escenarios

Enrique Viana, el tenor que cambió la ópera por el cuplé y la comedia: "Yo soy yo y mis trapos"

Su público le busca devotamente en los disparates líricos que protagoniza en solitario. El siguiente, 'Mentiras delgadas o Un jurado de cuplé', en los Teatros del Canal, y después, 'Un café en el pulgatorio', en el Fernán Gómez.

7 mayo, 2023 02:25

Enrique Viana (Madrid, 1962) es tenor y actor y un buen día cambió de bando artístico, dejó la ópera por la zarzuela y el cuplé, dando cerrojazo a una época infeliz de su vida. Ha dirigido y actuado en grandes producciones de zarzuela, casi siempre cómica, y su cada vez más numeroso público le busca devotamente en los disparates líricos que protagoniza en solitario. En ellos su biografía y la actualidad azuzan su inventiva, excéntrica y tendente al absurdo. Son solos para los que también diseña y cose esplendorosos trajes que le permiten jugar al travestismo. El día 9 de mayo estrena nuevo espectáculo, Mentiras delgadas o Un juzgado de cuplé, en los Teatros del Canal, con un repertorio de cuplés de su puño y letra y algunas romanzas célebres. Ha agotado entradas. Para junio anuncia otro, Un café en el pulgatorio, tres días en el Teatro Fernán Gómez donde se transforma en dos sopranos que recuerdan sus momentos estelares en óperas belcantistas.

Pregunta. Casi siempre le vemos en espectáculos líricos cómicos, el último de gran formato que hizo para el Teatro de la Zarzuela fue Benamor, que dirigió y en el que también actuó y que Daniel Bianco vistió con una escenografía magnífica.

Respuesta. Sí, estaba hecha con ese gran sentido estético que él tiene. Si Bianco ha puesto una flor en un sitio, no la muevas, porque tiene que estar allí. En Benamor también reescribí el libreto en un ochenta por ciento, no había manera de entender el original.

P. En aquella opereta añadió un prólogo y un entremés de su cosecha y recuerdo que contaba en ellos cómo despertó su afición a la zarzuela.

R. Siempre doy pinceladas autobiográficas en mis shows. En aquel hacía de pastelero, estaba inspirado en el dueño de una pastelería que estaba aquí al lado (cerca de la Puerta del Sol) y por la que pasaba a menudo cuando era niño. En mi familia no había músicos, sí aficionados a la zarzuela, y todo empezó a los cinco años, cuando dije en casa que quería cantar en un festival que organizaba el colegio. Como digo en muchos de mis espectáculos, a lo largo de toda mi vida me han acompañado las cuatro tías de mi madre, que eran aficionadas a la música. En aquel momento, una de ellas vino conmigo a la prueba de canto con el profesor de piano del colegio, don Emilio. Este me preguntó qué quería cantar y yo le dije Flor de té. Me asombro de cómo siendo tan niño yo me sabía ya esa canción. Luego mis padres para mi cumpleaños me llevaron a ver Madame Butterfly en la Zarzuela, año 1966. Tenía seis años.

P. O sea, que sus padres sí tenían gusto y sensibilidad por la música.

R. Mis padres tenían mucha sensibilidad, yo era un niño muy raro y nunca jamás me reprimieron en nada. Y era un niño de la España franquista, entonces había que guardar las apariencias. A mí me gustaban los trapos desde niño, la modista de mi madre ya empezó a coserme con ocho años, iba a las pruebas de mi madre y me encantaba ver la probada. Como dibujaba bastante bien, empecé a dibujar lo que quería que me hiciera la modista. Ella me vistió durante muchísimos años.

P. ¿Y cómo era usted de raro?

R. Era estrambótico, excéntrico, estrafalario; no sé, como quiera llamarlo. Había que tener un poco de valor para salir a la calle vestido como yo lo hacía. Pero mis padres nunca me reprimieron, ni mi abuelo ni mis tías ni nadie, nunca jamás me dijeron no te pongas eso. Bueno… a veces mi padre me decía: “Quique, ¿vas a salir así? Quizá lo pases mal”.

P. ¿Y lo pasaba mal?

R. A veces sí, pero yo no me daba otra opción, no, no iban a poder conmigo. Hoy cuando veo a los chicos y a las chicas vestidos como van y maquillados, me digo ¡qué bien poder ir así! No hay nada más triste que entrar en una zapatería de caballero, eso es un trauma para toda la vida.

P. Sin embargo, se dice que el mundo del teatro era un territorio protegido y liberal.

R. ¿Protegido en el sentido de permisivo? No, no, todo lo contrario. Bueno, yo nunca me dediqué al teatro, yo estaba en el mundo de la ópera, porque yo he hecho zarzuela sólo en los últimos años. Nunca hice zarzuela. Siempre he cantado ópera belcantista y es un periodo de mi vida del que no hablo porque fui realmente infeliz.

Las tiendas de telas

P. Pero vivió en Italia, donde estudió en profundidad a Donizetti, y luego en París, para especializarse en la música romántica francesa.

R. Creo que nunca tuve vocación ni el espíritu de sacrificio que hay que tener en el mundo de la ópera. Viví en Italia y en París, pero tenía aquí a mis padres, mis tías, mis amigos. Y soy una persona muy ligada a Madrid, he nacido aquí, he vivido aquí y aquí pienso morirme. Soy muy localista. Tuve ocasión de quedarme en Viena, una ciudad espantosa, y había que sacrificarse, pero no... yo viajaba con tres maletas, sé que es absurdo, pero yo soy yo y mis trapos. Soy muy fetichista, me encantan las telas, siempre digo que me gustaría morirme de un infarto en una tienda de telas.

P. ¿También cose?

R. Coso a máquina y a mano. Se puede quedar perpleja cuando vea lo que me he hecho no para este espectáculo, sino para el siguiente, que se llama Un café en el pulgatorio y que haré en junio, en el Fernán Gómez. Trata de dos divas muertas que se encuentran en la cafetería del purgatorio esperando si van al cielo o al infierno. Lo haré en la sala pequeña, me gusta tener al público cerquita y controlado, aunque yo no le hago salir nunca.

P. Y en el Canal, Mentiras delgadas o Un juzgado de cuplé.

R. Tengo mi público que me sigue y creo que le puede interesar que les cuente algo de mi vida. Yo no tengo redes sociales, no sé ni cómo es eso, no soy curioso, nunca me entero de la vida de los demás, no le encuentro interés, y además, desde niño así me lo enseñó mi madre. Si contaba un chisme, ella me decía: “Quique, a ti eso no te importa nada”. Adoro el humor surrealista, Jardiel, Tono, Neville… Adoro la segunda intención, me gusta mucho la música sicalíptica, y por eso se llama Un juzgado de cuplé, porque la mayor parte de las canciones son cuplés sicalípticos e incluyo también alguno político.

Enrique Viana con el vestuario de 'Mentiras delgadas o Un juzgado de cuplé'. Foto: E. Santaren

Enrique Viana con el vestuario de 'Mentiras delgadas o Un juzgado de cuplé'. Foto: E. Santaren

P. ¿Y qué historia cuenta?

R. Es un señor que por recomendación de su terapeuta vive retirado en la Castilla profunda y aislado solo con una vaca que sufre de agorafobia. Le llega una carta de Hacienda porque no ha declarado la vaca. A partir de ahí cuenta una serie de despropósitos, inspirados en una experiencia que tuve con Hacienda hace muchos años.

P. Hacienda somos todos.

R. Exactamente, eso digo en el espectáculo. Hace muchos años produje e hice Tenor, rojo… y al vivo, donde sacaba un montón de trajes y de zapatos. Cuando hice la declaración, el inspector no me admitió ningún gasto de aquellos, ni siquiera el alquiler de las escenografías. Como le dije al señor: “¿usted piensa que yo, con 51 años, me pongo estos zapatos después de la función para salir a la calle? ¿Le parece bien que mande un notario para dar cuenta de que meto el vestuario en una caja fuerte cuando termino la función?”. Silencio administrativo, el funcionario no admitió nada. Decidí que no produciría nada más, que en adelante me contratarían por cuenta ajena.

P. ¿Qué números musicales incluye?

R. Cuplés, la mayor parte de ellos desconocidos, y dos romanzas, una de Gigantes y cabezudos y la otra de Katiuska. Todo tiene muy mala leche; si quiere buscarle una segunda intención, la encontrará. Y todo es dorado, mucho oro, inspirado en los campos de Castilla.

P. Es un artista autosuficiente: escribe los libretos, se hace el vestuario, actúa y canta, también se autodirige.

R. Bueno, a mí me gusta más dirigir que dirigirme y he dirigido muchas cosas, espectáculos de gran formato como Quo Vadis o Plus Ultra, o Tardes con Donizetti que hice para el Teatro Real, entre otros. También he trabajado en el Arriaga, les hice Ni fu ni fa y muchos otros en la Zarzuela como Master Chez, Arsenio por compasión…  Pero lo de hacer de todo en mis solos Qué remedio me queda, porque como contrates a una maquilladora o un figurinista… no ganas para eso.

Investigador del cuplé

P. Como actor y cantante, ¿qué le exige el cuplé?

R. El cuplé es un género que no exige vocalidad, ni un gran esfuerzo a la hora de acompañar, pero sí exige entenderlo y hay que saber decirlo. No te puedes poner a cantar Las tardes del Ritz como está en la partitura. No canto cuplés conocidos, investigo en ese mundo. Antes iba a la hemeroteca del Conde Duque para rescatar cuplés que me interesaban, que son los de antes de la República, de la década de los años veinte, también los que se oyeron hasta la guerra. Había mucha más libertad y eran mucho más atrevidos. Había cuplés políticos, sicalípticos, serios… pero luego el cuplé se pasó de moda.

P. Se mantuvo el cuplé pornográfico.

R. Sí, pero eso vino después, a mí no me interesa, es el cuplé del Molino, más vulgar. El cuplé es un género de comienzos del XIX, hizo famosa a La Fornarina. Y luego comenzó a meterse en los intermedios de las zarzuelas. Era un género de por la noche, género ínfimo lo llamaban, porque era donde las mujeres tenían la oportunidad o la justificación para desnudarse un poco. En los años veinte del siglo pasado hay también cuplés muy tristes, de muerte, guerras, sacrificio… y era de muy buen tono meter en las revistas un pasodoble o una marcha, por ejemplo, en Las corsarias se metía la marcha La banderita, que por cierto la canté el otro día en Tánger, con Rosa Torres-Pardo al piano.

P. Hoy muchos cuplés se consideran machistas, o no cuadran con lo remilgosos que se han vuelto los tiempos. ¿Qué partido toma: cambia las letras, las censura o las deja como están?

R. Hoy algunos nos resultan absolutamente machistas. Intento decirlos con una segunda intención y siempre, y es mi mayor logro, ser elegante. Nunca me meto con nadie y las parodias son de mí mismo o de instituciones, nunca de personas. Tampoco digo tacos. No suelo tocar las letras, pero si hay protesta, o como se decía entonces, pudieran herir la sensibilidad del espectador, pues tampoco hay necesidad… Si puedo darle un giro, lo hago. Por otro lado, algunas letras son de mi autoría completamente, para adaptarlas a lo que me conviene, pero siempre haciéndolas sicalípticas.