El Cultural

El Cultural

Escenarios

Cristóbal Halffter, dramatismo virulento

Toda la producción del músico vino delimitada por las mismas constantes, siempre a partir de algo que en arte es básico: total libertad de concepto y de construcción. En general, la del compositor madrileño era música grave, austera, llena de claroscuros

24 mayo, 2021 13:31

Al hablar del hoy tristemente desaparecido Cristóbal Halffter (1830-2021) podríamos conectar su música, con las debidas reservas, a un peculiar expresionismo, contenido en una suerte de dramatismo virulento, virado a negro, en el que gustaba de moverse y que obtenía una lacerante elocuencia empleando esos tan certeros y lícitos recursos propios de su estilo: microtonalismo, ataques súbitos y formidables, multiplicidad de voces en una panoplia polifónica de excepcional amplitud, uso del glisando, del portamento, del sforzando a lo largo de un discurso minuciosamente trabajado, de una alquitarada sonoridad y de una rica y variada tímbrica. 

Todos estos presupuestos fueron vertidos, como es lógico, en cada una de las vetas en las que se dividía el prolífico catálogo halffteriano. El compositor, fiel a sus principios, a sus credos morales, a su concepción de la existencia, creó obras que siempre encerraban multitud de ideas y que prodigaba en cada una de sus aventuras sonoras: necesidad de la utopía, la pervivencia, por ello, del mito y la dialéctica permanente entre cultura y naturaleza. “Haber encontrado en este vasto mundo de imaginación y realidad un pretexto para sugerir al espectador una serie de conceptos para mí fundamentales, sin necesidad de tener que ser narrados para su aprehensión, resolvió mis dudas estéticas como músico ante la creación de una ópera y mis preocupaciones éticas como hombre de mi tiempo”, manifestaba en relación con su gran ópera Don Quijote. Son esclarecedoras palabras. No será nunca ocioso detenerse en ellas, repasarlas y cultivarlas una y otra vez a la hora de recordar al maestro que se nos ha ido cuando todavía seguía componiendo. Fiel a su inspiración, a su credo, hasta la muerte.

Gracias al compositor madrileño, y a otros avezados y valientes colegas de España, fue accediendo paulatinamente hacia estratos musicales más acordes con los tiempos y asimilándose a las corrientes más en boga que nacían de las múltiples herencias recibidas de la segunda Escuela de Viena y, con sus numerosas evoluciones y despojamientos, en la estela de un severo postserialismo que acabó por fructificar en enclaves como Donaueschingen o Darmstadt, donde moraban adalides de la talla de Boulez, Stockhausen, Nono, Maderna y otros. Ellos marcaban los caminos. Entre nosotros se dejaban atrás las herencias del neocasticismo y de un nacionalismo estilizado conectado con los Seis franceses cultivado por los llamados compositores de la República, representado por el llamado Grupo de los Ocho, en el que estaban inscritos los dos tíos de Cristóbal, Rodolfo y Ernesto, y que en buena parte hubieron de emigrar. 

Con Halffter se va una gran figura de la historia de la música española de los últimos 75 años. En su persona y en la de otros compañeros de fatigas, como, singularmente, Luis de Pablo, de su misma edad y aún entre nosotros, se resume todo un proceder. Educado en Alemania, a los 9 años, tras finalizar la guerra civil, estaba de nuevo en España, donde el joven, ya adiestrado en buena parte, estudió con Conrado del Campo y tomó lecciones con Tansman y Jolivet. Su Antífona Pascual de 1952 fue un aldabonazo que marcó una trayectoria que no dejaría de abrirse a nuevos mundos y tendencias. Y que, a la postre, determinaría la forja de un estilo, de un modo de hacer original, muy propio e imperecedero.

Toda la producción del músico vino delimitada por las mismas constantes, desde la cantata Yes, speak, out u Officium Defunctorum a Don Quijote o a las Cuatro piezas para orquesta, siempre a partir de algo que en arte es básico: total libertad de concepto y de construcción. En general, la del compositor madrileño era música grave, austera, llena de claroscuros. Pentagramas siempre sentidos, expresivos, de indudable hondura, que calibran con raro refinamiento el espectro sonoro y que ofrecen pliegues escondidos, oquedades misteriosas del alma, con ese lenguaje ya conocido y, diríamos, tradicional del maestro, lleno de fogonazos, de lejanas luces, de latidos y pulsiones ocultos, de vibraciones interiores y de una extraña y recóndita poesía, de un lirismo atenazador cargado de amenazas.