Image: Joaquín de Luz: La danza ha perdido romanticismo y misterio

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Joaquín de Luz: "La danza ha perdido romanticismo y misterio"

12 octubre, 2018 02:00

Joaquín de Luz. Foto: Sergio de Luz

El bailarín principal del New York City Ballet se despide este domingo de la mítica compañía en el escenario del David H. Koch Theater para emprender nuevos proyectos. Lo hará junto a la bailarina Tiler Peck con un programa dedicado especialmente a Balanchine. "Me han implorado que me quede", dice a El Cultural.

El bailarín Joaquín de Luz (Madrid, 1976) se despide este domingo del escenario del David H. Koch Theater de Nueva York, su hogar durante los últimos quince años. El New York City Ballet (NYCB), la mítica compañía fundada en 1948 por el coreógrafo George Balanchine y el empresario Lincoln Kirstein, presenta esa noche una recopilación de piezas de su repertorio que muestra las múltiples facetas del bailarín ante un público que lo idolatra.

"A ver si llego vivo al domingo", dice De Luz con humor a El Cultural. Durante las últimas semanas, el bailarín se ha estado despidiendo de algunos de los ballets más representativos realizados a su paso por el NYCB. Este espectacular tour de force final ha incluido, entre otros, La Sylphide -ballet romántico de August Bournonville que en versión de Peter Martins estrenó en 2005-, los balanchinianos Tchaikovsky Pas de Deux, Rubies y Prodigal Son, Concerto DSCH de Alexei Ratmansky y tres piezas de Jerome Robbins: Fancy Free, Other Dances y el exigente A Suite of Dances, un intrincado solo para hombre sobre las Suites para violonchelo de Bach creado para Baryshnikov en los años noventa, que De Luz bailará en su despedida. "Le dije a Peter [Martins, hoy ya exdirector del NYCB] que esa noche quería homenajear a Balanchine, a Robbins, y a él… así que él mismo confeccionó el programa", explica.

Además de la pieza de Robbins, el madrileño interpretará con la bailarina Tiler Peck el mítico Theme and Variations que Balanchine creó en 1947 para Alicia Alonso e Igor Youskevitch sobre el último movimiento de la Suite no. 3 de Chaikovski y Todo Buenos Aires, una coreografía de Martins sobre tangos de Piazzola. De Luz, Medalla de Oro en el Concurso Rudolf Nureyev de Budapest (1996), Premio Rising Star de la Seven Arts Magazine de Philadelphia (1997), Premio Benois en Moscú por su interpretación de Prodigal Son de Balanchine (2009) y Premio Nacional de Danza 2016 en España, es hoy uno de los bailarines más respetados.

Pregunta.- ¿No cree que se va demasiado pronto?
Respuesta.- Bueno, no se imagina la cantidad de gente que me está casi implorando que me quede… pero, desde que tomé la decisión el pasado diciembre, en ningún momento me he arrepentido. La verdad es que siento muchísimo respeto por el repertorio de la compañía, por nuestro público, por mis compañeros, por Balanchine, por Robbins… Quiero irme cuando todavía la gente se pregunte por qué no me quedo más tiempo, y no el día que piensen que ya es momento de mi retirada.

Ahora la gente puede ver cualquier cosa y los bailarines intentan imitar lo que ven en YouTube"

P.- ¿Qué se lleva del NYCB?
R.- ¡Muchísimo! Aquí he aprendido a ver la danza de otra forma, como que no todo sucede alrededor del bailarín, sino del producto final. Por ejemplo, que aunque mi variación solo no haya salido tan bien, si el pas de deux con mi bailarina ha salido perfecto, me voy contento. También el respeto por la musicalidad y el aire tan fresco que dieron Balanchine, Robbins y Kirstein al ballet académico.

Su salto a esta compañía desde el American Ballet Theatre (ABT) -donde bailó entre 1997 y 2003- fue, explica De Luz, "un reto artístico tremendo del que me alegro porque todo era diferente y aquí mi carrera ha crecido muchísimo o al menos la forma en la que comprendo lo que hacemos. Además -añade riendo- quedarse estancado como artista es un poco malo… ¿no?". El bailarín dedicará sus próximos meses a otro tipo de proyectos que también le atraen y a los que su dedicación al NYCB no le permitía atender: estará próximamente en el Festival de La Habana, en Sudáfrica o en la Brooklyn Academy of Music (BAM), donde interpretará Watermill de Robbins, a partir del día 24 de este mes; una obra inspirada en el teatro No japonés que, prodigiosamente articulada por Robbins y rediseñada por Luca Veggetti, vuelca la esencia del teatro y el arte oriental en una metáfora del paso del tiempo.

Joaquín de Luz. Foto: Sergio de Luz

El tiempo es oro

Joaquín de Luz, tras salir de las manos de Víctor Ullate, aterrizó hace ya 22 años en el Pennsylvania Ballet: "Era una pequeña compañía, de segunda clase en EE.UU., pero que me dio la oportunidad de hacer grandes piezas, tanto de Balanchine como clásicas", recuerda. "Fue una inmersión brusca en la que aprendí rápidamente que, como dicen aquí, time is money (el tiempo es oro)", recuerda entre risas. "Fue duro porque dejas tu país, tu familia… pero fue un auténtico despertar a lo que pasaba en el mundo".

Recuerda su paso previo por el ABT, donde interpretó la mayor parte de los papeles principales de los ballets clásicos, como "una época maravillosa en la que podía ver bailar a mis ídolos entre cajas todas las noches; que vinieran Julio [Bocca] y José [Manuel Carreño] a ver mis ensayos y me trataran como su hermano pequeño fue un regalo que procuraré ahora pasar a las siguientes generaciones". Con Bocca precisamente llevará a cabo, dentro de unos meses, el montaje de algunas escenas de La Bayadére para la ABT Jaqueline Kennedy Onassis School y la ABT Studio Company, donde impartirá también clase,
El público está hambriento de danza y si tú le das algo excepcional lo nota. Eso no lo olvidará"

implicándose así en proyectos docentes llenos de futuro, y el día 15 participará con una breve actuación para el National Dance Institute que dirige el histórico bailarín Jacques d'Amboise. "Llevo colaborando con ellos casi desde que llegué a Nueva York y me gusta mucho; ofrecen clases de danza gratis a los alumnos de colegios de toda la ciudad". No parece que Joaquín de Luz vaya a desaparecer definitivamente del escenario. "Quiero bailar un poquito más, pero me interesan otros proyectos", afirma.

"La pata arriba"

P.- ¿Ha cambiado el mundo de la danza desde que llegó a EE.UU.?
R.- Por supuesto, tanto como la sociedad. Se ha perdido un poco de romanticismo, ese misterio que tenía la danza, quizás por tener todo tan accesible. Ahora la gente puede ver cualquier cosa y los bailarines intentan imitar lo primero que ven en YouTube; se ponen otras prioridades antes que la de ser artista. Por ejemplo, ahora se impone ‘la pata arriba'; tomé una clase con el Bolshoi cuando me dieron el Premio Benois… ¡y yo no sabía si estaba en una concentración de gimnastas o en un estudio de ballet! Todos con piernas hiperextendidas, y me parece bien, pero lo malo es cuando se hace sin sentido.

P.- ¿Por qué se ha llegado a ese punto?
R.- Creo que se ha perdido un poco de rigor en el coaching de los ensayos y en la búsqueda de auténtica calidad. Los bailarines han perdido la disciplina de aceptar que hay un proceso de transición y de aprendizaje, y no porque hayamos aprendido un truco acrobático que hemos visto en YouTube significa que ya sabemos bailar. Ahora cuenta más la cantidad que la calidad y la gente considera un logro ser el que más seguidores tiene en Instagram.

P.-Supongo que ese cambio habrá afectado también al público...

R.- Claro. Pero en el fondo el público está hambriento y si tú le das algo excepcional lo nota. Ahora mismo hay un público que valora esas cosas pero está muy entretenido viendo ‘circo'. Y lo que pasa cuando ves ‘circo' -que es como llamamos a las cosas que son sólo impresionantes visualmente- es que produce una euforia muy pasajera y se te olvida en unos días. Sin embargo, cuando ves algo bueno de verdad, eso no lo olvidará. Nureyev podía entrar en el escenario y andar, nada más. Y ya.

El bailarín añora un proyecto de educar a los espectadores en busca de la excelencia. "El público sigue interesado en la danza, pero creo que es un poco más facilón que antes. Le ‘echas' algo espectacular y aplaude, pero yo creo que para crear permanencia hay que volver atrás. Espero que en algún momento se fomente el arte que esconde el ballet, el porqué de una pirueta, y no solamente la pirueta". Admite De Luz que estas tendencias cíclicas suelen ser pasajeras, pero pone también atención en los efectos secundarios de la propensión actual a, en determinados campos, defender a unas minorías que históricamente han estado marginadas, lo que provoca que "se estén sacrificando ahora algunas decisiones por ese motivo. Me parece estupenda la actitud que hay ante las ofensas laborales que rodean al #MeToo, por ejemplo, pero creo que se está sobrecompensando. Aquí ha pasado también con el racismo, y cuanto más político se vuelva un arte… menos arte tienes. Cuando un colectivo ha estado oprimido durante mucho tiempo, se llega muy fácilmente al otro extremo. Ahora están siendo tan cuidadosos con todo que están suprimiendo ballets del repertorio porque tienen algo de violencia. Me parece todo un poco exagerado", apunta.

Mirando hacia España

Tras más de dos décadas fuera de su país, lo extraña mucho: "He echado de menos España cada día desde que vine, hace 22 años. Admiro cómo entendemos la vida pura, sin tanto filtro capitalista; ha sido así hasta en las épocas más humildes y sencillas. Aquí, en Nueva York, me tratan muy bien; hay trabajo y si se te ocurre un proyecto podrás sacarlo adelante porque hay a tu alrededor gente emprendedora, pero es que me siento bien en España". Admite también que a los españoles "quizás nos falte un poco de humildad, tanto individual como colectiva, porque somos un poco chulillos", dice riéndose. "También me sabe mal cuando veo que no se apoya la danza ni la cultura en general. No hay que dividir sino juntar fuerzas… y ser optimista", añade. "¿Volver? ¿Por qué no?".