Image: Fuenteovejuna fue... y hoy es en la ópera

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Escenarios

Fuenteovejuna fue... y hoy es en la ópera

7 septiembre, 2018 02:00

Fernando Latorre y Antonio Lozano en escena durante Fuenteovejuna. Foto: Iván Martínez

El estreno de Fuenteovejuna este domingo en el Campoamor es uno de los acontecimientos líricos de los últimos años en España. El compositor Jorge Muñiz y Miguel del Arco ofrecen por primera vez una versión operística del clásico, reescrito por el poeta Javier Almuzara y concretado escénicamente por Paco Azorín. Resuenan ecos truculentos del caso de La Manada y los atropellos 'ecologicidas' de Trump. Y se cuestiona el linchamiento de tiranos.

Ensangrentada y encendida por la cólera, tras ser violada por el Comendador, Laurencia se encara a sus paisanos y les afea la mansedumbre con la que asumen sus repetidos abusos: "Me asaltó como una fiera / su desafuero infinito, / porque es más corral que pueblo / Fuenteovejuna rendido". Esta escena crucial en la obra de Lope de Vega -enciende la mecha de la venganza contra el tirano- ha mutado en un aria de bravura en la versión operística del clásico áureo que estrena este domingo el Teatro Campoamor. A partir de ella comenzó a componer la música Jorge Muñiz porque era el clímax emocional hacia el que conducían todos los acontecimientos previos de la historia: sobre todo, las sucesivas violaciones de las mujeres de la localidad cordobesa por parte del comendador, que actúa con total impunidad, amparado en un derecho de pernada llevado al extremo.

Muñiz recibió el encargo del coliseo asturiano en 2014, el primero que hace Ópera de Oviedo en sus 71 temporadas de vida. Tenía claro que quería trabajar sobre un texto de nuestro Siglo de Oro y, tras peinar tan amplio repertorio, acabó llegando a la conclusión de que el de Fuenteovejuna era idóneo para ser elevado al universo lírico. "Por la profundidad y por el marcado contraste del conflicto entre sus personajes, por la perfecta combinación del drama personal de una mujer humillada con el drama colectivo de todo un pueblo y porque su argumento siempre tira del público hacia delante, sin respiro", explica el compositor asturiano, titular de la cátedra de Música Contemporánea en la Universidad de South Bend (Indiana).

Para que el ritmo dramático no decaiga en ningún momento, Muñiz contó con un gran aliado, el poeta Javier Almuzara, que rebajó la obra de Lope de sus cerca de 2.500 versos a tan solo 750. La trama política que atañe a los Reyes Católicos, la de su contencioso sucesorio con Portugal, ha quedado fuera. Todo se concentra en el conflicto que genera el sometimiento del sátrapa sobre sus vasallos, desbordando incluso sus ya de por sí amplios privilegios feudales.

Reescribir sin malversar

Pero la labor de Almuzara no se ha limitado al cercenamiento. "Realizar una poda más o menos juiciosa me pareció descabellado: el fruto de ese esfuerzo estéril sería un monstruo carente de la orgánica consistencia del original. La única forma de resumir era reescribir". Estamos pues no ante una adaptación sino ante una reescritura que emplea palabras apegadas al habla española actual. Eso sí, el libretista las ha versificado sometiéndose a patrones métricos clásicos: redondillas, romances, sonetos, octavas reales, seguidillas… Almuzara aduce en defensa de su decisión precedentes de alcurnia: "El Otello de Verdi no es de Shakespeare sino de Boito, y Las bodas de Fígaro de Mozart son de Da Ponte, no de Beaumarchais. Asumí el reto pues de reescribir sin malversar".

"Realizar una poda era descabellado: el resultado sería un monstruo. Para resumir había que reescribir". J. Almuzara

Otra figura clave en la actualización del clásico es Miguel del Arco, reclutado para firmar la puesta en escena. El director madrileño acomete su primera ópera pero no es un territorio que le sea ajeno. De hecho, luce en su currículo estudios en la Escuela Superior de Canto de Madrid. Es una faceta suya que le hace sentir una gran empatía hacia los cantantes. "Un actor con la voz tocada puede sacar adelante una función pero para un cantante es imposible. Y no hay nada más terrible que salir al escenario y notar que no te responde. Por eso intento facilitarles su trabajo, sobre todo en los momentos críticos en que deben afrontar un agudo extremo o un fraseo interminable", explica el prolífico regista, que incluso llegó a ostentar en su día un papel protagonista en un musical de Los miserables.

La ‘facilidad' de la ópera

Considera Del Arco que la ópera tiene una ventaja respecto al teatro puro y duro: la música. "Ésta marca la temperatura emocional de los personajes. Es una guía que, llegado el caso, hasta puede salvar un espectáculo cuando lo que se ve sobre las tablas no pasa del despropósito o del desatino. Pero, claro, no hay que olvidar que aquí todo es mastodóntico. Uno tiene que estar muy seguro para mover a cerca de un centenar de personas".

Otra dificultad es que hay cantantes a los que la cuestión interpretativa "les toca un pie". Y con tal actitud no transige, claro. "Por eso aunque aprecio la ópera soy muy mal espectador de ella. Muchas veces el trabajo dramatúrgico que debe estar en la base no se lleva a cabo. Así es imposible conectar con el sustrato emocional. Es evidente que si un cantante interioriza los conflictos de su rol su manera de cantar va a ser otra, mucho más creíble y profunda", añade Del Arco, que, por otra parte, no tiene ninguna queja de los dos repartos que le han tocado en suerte en esta producción: Mariola Cantarero y María Miró (Laurencia), Antonio Lozano y José Luis Sola (Frondoso), Damián del Castillo y Javier Franco (el comendador Fernán Gómez)… "No me han dicho a nada que no", confiesa el fundador del Teatro Kamikaze, que aplica al montaje la trepidante electricidad que le caracteriza.

Un momento de la puesta en escena de Del Arco y Azorín. Foto: Iván Martínez

Y también introduce preguntas y dudas que no siempre emergen cuando se pone en pie Fuenteovejuna. La primera es la del lado oscuro de la resiliencia del ser humano. "Es una virtud, sí, porque nos permite resistir afrentas y seguir viviendo pero también contribuye al conformismo frente a los abusos, a asimilar conductas patológicas que deberían ser combatidas". La segunda tiene una dimensión social. "Casi todo el mundo comprende la venganza aquí y que el pueblo se tome la justicia por su propia mano pero sabemos que las revoluciones suelen desencadenar periodos sanguinarios de un terror indiscriminado. Cuando el pueblo coge carrerilla es muy peligroso. Entendemos el linchamiento de Gadafi o de Mussolini pero nos deja pensando si ese era el desenlace adecuado. A ese interrogante, que ya está en Lope, quería darle nuevo relieve".

Tampoco se puede montar Fuenteovejuna estos días en España abstrayéndose del polémico capítulo de La Manada y de la subsiguiente ira feminista por la, a su juicio, liviana sentencia. Lope, recordemos, dramatizó unos hechos reales que ocurrieron un siglo antes de la escritura de su pieza en una villa cordobesa. Y Del Arco aprecia claras concomitancias entre el comportamiento del comendador y la de los agresores del mediático caso. "Todos se sentían impunes. Eso es lo preocupante. Pero no deberíamos alarmarnos tanto. El otro día vi el programa ese de Telecinco donde las mujeres deben comportarse como zorras y pelear por los hombres con las armas más zafias. No me acuerdo cómo se titula... [deducimos que se refiere a Mujeres y hombres y viceversa]. Si ese tipo de inmundicia es la referencia que tienen nuestros jóvenes hoy, es lógico que luego se comporten como se comportan".

Del realismo al expresionismo

Aunque Del Arco extiende su denuncia más allá de la depredación sexual. Su Fuenteovejuna también se erige como un alegato ecologista. Algo que queda patente en la escenografía diseñada por Paco Azorín, con el que ya trabajó en Refugio y con el que ya tiene entre manos proyectos conjuntos para el futuro. Una inmensa torre de alta tensión se alza sobre un suelo cuarteado por la sequía. Es el cauce de un río del que hace tiempo desapareció el agua. Sobre él se mueven temporeras de nuestros días. El tándem Del Arco/Azorín ha tenido en mente las inmigrantes que trabajan en plantaciones de Andalucía, algunas de las cuales denunciaron este verano excesos de sus empleadores. La estética es pues totalmente contemporánea. Pero sigue una evolución a lo largo de las casi tres horas (con descanso) que dura la representación. "Pasa del realismo del primer acto al exprexionismo abstracto del tercero", revela Azorín. La torre inicial poco a poco se va inclinando, amenazando con caer encima de los moradores de esa comarca abrasada. La estructura metálica simboliza el sadismo arbitrario que ejerce el comendador. En el segundo acto aparece ya en posición horizontal, sugiriendo una connotación fálica que subraya el drama femenino de Fuenteovejuna, una Ciudad Juárez medieval. Y en el tercero, ya volteada del todo, se clava en la tierra.

"Las revoluciones suelen desencadenar el terror indiscriminado. Cuando el pueblo coge carrerilla es peligroso". Miguel del Arco
"La denuncia ecologista tiene todo el sentido. Es lógico que un gobernante que maltrata a sus gobernados no se corte tampoco de dañar el entorno natural", afirma el hiperactivo escenógrafo, que también hizo una lectura conservacionista de la Maruxa de Amadeu Vives. "Es un sadismo que vemos perfectamente en un gobernante como Trump, que no tiene ningún reparo en aumentar los índices de contaminación o de abrir rutas comerciales en los polos si eso impulsa la economía. Por otra parte, el paisaje no deja de ser una prolongación del cuerpo de quienes lo habitan. Una agresión contra el primero repercute siempre en los segundos".

Reconoce Muñiz que mientras componía no imaginó nunca que su Fuenteovejuna pudiera tomar este derrotero medioambiental pero que la idea le ha parecido estupenda y coherente con la intención primigenia de ‘contemporaneizar' la trama. Él compuso desde el principio movido por la fijación de interpelar al público de hoy. Y por eso se ha permitido salpimentar sus pentagramas de factura clásica con estilos modernos y populares. Un recurso que le sirve para delinear musicalmente el carácter de los personajes y evocar distintas atmósferas. Así, el funk subraya la seguridad en sí misma que gasta Laurencia en su primera intervención, cuando alardea de que ella jamás será víctima de la voracidad carnal del comendador. El hip-hop lo trae a colación Muñiz para afilar la crítica social contenida en un diálogo entre Mengo y Esteban. Y el merengue y la salsa los reserva para la boda entre Laurencia y Frondoso, con un manifiesto objetivo lúdico. En esta escena una orquestina salta a la palestra, un guiño al Don Giovanni de Mozart, que fue un maestro en la inserción de géneros populares en sus pentagramas. No es el único que le hace al genio salzburgués, pues para Muñiz Fuenteovejuna no es más que unas Bodas de Fígaro despeñadas por un abismo truculento.

Potencial lírico del español

Esta Fuenteovejuna es, en definitiva, un homenaje al autor de La flauta mágica. Pero también lo es a la lengua española, cuyo potencial lírico muchas veces se ha minusvalorado, algo que -entre otros muchos factores- impidió la consolidación de una ópera nacional en nuestro país. Muñiz, que fue alumno de García Abril en el Conservatorio de Madrid, discrepa radicalmente del prejuicio de que el español sea poco apto para este arte. "Es una lengua maravillosa para el canto gracias a sus vocales abiertas, como el italiano", apunta. Aquí ha intentado desplegar todos sus encantos vocales a través de giros melódicos, melismas, inflexiones, tonos…

Al coro, lógicamente, lo encumbra. Es la voz de la conciencia colectiva. Muñiz ha optado por una línea homofónica para resaltar el carácter compacto del grupo, cuya omertá no se resquebraja ni bajo las torturas del juez pesquisidor. Este, para su desesperación, sólo obtiene como respuesta una letanía machacona: "Fuenteovejuna lo hizo, Fuenteovejuna fue". Todos cantan pero nadie se chiva.

@albertoojeda77