Image: Arctic Monkeys: nostalgia prematura

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Arctic Monkeys: nostalgia prematura

El nuevo disco de la banda, Tranquility Base Hotel & Casino, tiene momentos gloriosos y otros aburridísimos

14 mayo, 2018 02:00

Arctic Monkeys en una imagen promocional

Decía el otro día la escritora Llucia Ramis en El Cultural que su generación, también la mía, es de "nostálgicos prematuros". No deja de ser curioso cómo Arctic Monkeys, una banda en la que sus miembros tienen una media de 32 años, lanza un disco como Tranquility Base Hotel & Casino, en el que apenas doce años después de su asalto a la celebridad, miran atrás sin ira para realizar un gran melodrama contemporáneo como si fueran Neil Young en su senectud. Hay quien se rasga las vestiduras y hay quien celebra la audacia como la demostración de que los "monos del ártico" no son ni han sido nunca un producto comercial al uso y de ahí precisamente su éxito. Grandioso, opulento, verborreico, medio Elton John, medio The Animals, inspirado en Dion, un olvidado cantautor neoyorquino de los 60, el nuevo disco de Arctic Monkeys tiene momentos gloriosos y otros aburridísimos, y aunque sea inevitable echar de menos la energía de álbumes como el último, AM (2013), sin ir más lejos, en realidad quizá lo que echamos de menos es que Arctic Monekys suenen más británicos.

Fue precisamente la banda de Alex Turner, el carismático frontman, quien asombró al mundo con aquel atronador debut Whatever People Say I Am, That's What I Am Not (2006), devolviendo a la gloria nacional a un país como Gran Bretaña en el que la salud de su música popular es asunto de Estado. Ellos mismos cuentan que desde el principio vieron en sus conciertos una curiosa mezcla de generaciones, los jóvenes pero también veteranos entusiasmados de que alguien recuperara las esencias. Saludados a los quince minutos como lo mejor que le había pasado a la música de las islas desde Oasis, la siempre entusiasta prensa británica aupó a los cielos a aquellos chicos muy jóvenes de Sheffield. Y no se equivocó, porque con sus más y sus menos, Favorite Worst Nightmare (2007), Humbug (2009), Suck it And See It (2011) y AM (2013), son excelentes discos en los que, efectivamente, demostraban ser los mejores a la hora de dar brillo al pop rock británico, juvenil y concienzudo, con un punto atormentado y otro divertido. Alex Turner es una gran estrella.

Las cosas comenzaron a cambiar cuando Turner se fue a vivir a Los Angeles y comenzó a sacar discos con Miles Kane, de The Rascals, en el proyecto The Last Shadow Puppets. Sobre todo, lo de Los Angeles, una ciudad en la que desde luego hace mejor tiempo que en Londres pero donde actualmente se concentra la mayor cantidad de talento musical por kilómetro cuadrado del mundo. Del hip hop de Kendrick Lamar y Vince Staples a la experimentación de Flying Lotus al rock de The Entrance o el r&b de Frank Ocean al pop de Julia Holter o Justin Timberlake, la ciudad de California brilla como ninguna otra. Parafraseando a Sting, en ese mundo de palmeras y cocoteros, Turner es un "inglés en Beverly Hills".

Así llegamos a un disco como Tranquility Base Hotel & Casino, en el que sucede una cosa cierta: mejora cuanto más lo escuchas una vez superada la inevitable decepción de que Arctic Monkeys ya no suenen como Arctic Monkeys. Ahora lo hacen, más bien, como una mezcla entre lo que esperábamos, Father John Misty, otro nuevo vecino de Los Angeles, por cierto, en un envoltorio de ciencia ficción y música pop a lo Lana del Rey con un punto playero y decadente, en una combinación ciertamente curiosa en la que el protagonista es el piano. Un piano que le regaló su manager por su 30 cumpleaños y que quizá, visto el escándalo que se ha montado entre parte de sus fans por el nuevo sonido, ahora se arrepiente.

Según cuenta Turner en una entrevista con la revista Mojo, el título surge de la convicción melancólica de que si los humanos logran colonizar la luna, lo primero que harán será "construir un vulgar templo del consumo". Entre las influencias, el músico cita La broma infinita de David Foster Wallace, el ensayo Divertirse hasta morir de Neil Postman, un clásico sobre posmodernidad, y películas como El silencio de un hombre, de Melville. Y es cierto que el disco tiene la extrañeza paródica de la obra de Wallace, la ironía ácida de Postman y el ensimismamiento del filme francés. Monumento al propio ego de Turner, cuando brilla, brilla alto, y cuando aburre, aburre a las ovejas.

Hay momentos fantásticos como esa Four Out of Five, en la que se burla de una crítica como esta con eso de "cuatro de cinco estrellas" en la que se anima a sí mismo porque podría haber sido peor y "cuatro de cinco no está tan mal". Desencantado del mundo, Turner lanza una oda al desconsuelo contemporáneo en la que comienza burlándose de su propio estatus en Star Treatment para pasarse a una suerte de jazz cósmico en la sofisticada Science Fiction o terminar con esa canción con sabor a clásico como The Ultracheese, en la que termina diciendo: "He hecho cosas que no debería haber hecho/ Pero nunca he dejado de quererte". Puro romanticismo, en este caso, posmoderno.

@juansarda