Image: Willy Brandt o la humanidad del poder

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Escenarios

Willy Brandt o la humanidad del poder

23 noviembre, 2017 01:00

Actores del Teatro Académico de la Juventud de Rusia en Democracia. Foto: CDN

¿Qué papel juega la parte humana en política? El CDN estrena en el Teatro Valle-Inclán Democracia, el icónico montaje de Michael Frayn, dirigido por el ruso Alexei Borodin, que muestra el auge y caída del canciller alemán Willy Brandt, mentor de la Ostpolitik y Premio Nobel de la Paz.

Para los legos, la política parece un escenario frívolo y sutil, un cenagoso hábitat que, aunque no exento de cierto glamur, entraña oscuros e insondables peligros. Para los iniciados, también. Los políticos saben que un ínfimo desliz, un inoportuno resbalón, derrumba todo el elegante decorado de ese teatro de humo y espejos. ¿En un mundo así dónde tienen cabida la humanidad, los sentimientos, los ideales…? Sobre esta reflexión pivota Democracia, el premiado y aclamado texto del dramaturgo británico Michael Frayn, que sube esta noche a las tablas del Teatro Valle-Inclán de la mano de la prestigiosa compañía Teatro Académico de la Juventud de Rusia, dirigida desde hace casi 40 años por Alexei Borodin.

Basada en hechos reales, la propuesta de Frayn muestra el auge y caída del político Willy Brandt, canciller de la República Federal de Alemania desde 1969 hasta 1974, el primero socialista tras la Segunda Guerra Mundial, mentor de la Ostpolitik y premio Nobel de la Paz. El dramaturgo británico pone el foco en su ayudante, Günter Guillaume, el funcionario que ganándose la confianza del canciller consiguió ser su asesor personal, y provocó su renuncia y la de su gobierno cuando se descubrió que era espía de la vecina y "enemiga" República Democrática Alemana. Es esta parte humana de la historia la que llamó la atención de Borodin. "Brandt fue un héroe con una idea utópica, unir una Alemania dividida, por la que luchó a lo largo de su mandato. Finalmente fue abandonado por todos con excepción de una persona que inicialmente fue su enemigo", sintetiza el director.

Durante los años más duros de la Guerra Fría, Brandt se propone el objetivo de conducir a Alemania hacia la paz y el progreso, en una época en la que el país está dividido física e ideológicamente. Recién elegido canciller de Alemania Occidental, ya enfrenta amenazas internas y externas, su partido conspira contra él y existe un posible espía de Alemania del Este en su círculo íntimo. Borodin se detiene en la obra en la complejidad y las contradicciones del carácter del canciller. "Todos sus esfuerzos eran muy fuertes y serios, y casi cómicos a la vez, porque el ambiente que le rodeaba contenía muchas personas contrarias a él tanto a nivel externo como interno". En ese clima bastante irrespirable de maquinaciones y traiciones la figura de Guillaume se revela de pronto imprescindible.



Tanto Brandt como Guillaume son hombres divididos: sin padre, profundamente imperfectos, impulsados por abrumadoras convicciones políticas cuyas raíces se encuentran a ambos lados del muro de Berlín, que simboliza la división política de la propia Alemania. Ello propicia un trato cada vez más cercano y estrecho. Durante años sirvió a Brandt con devoción y eficiencia, y se convirtió en su asistente personal. También lo estaba espiando, con la misma dedicación y eficiencia para la Stasi. "Guillaume, tal y como lo entiendo, es más inocente de lo que parece porque sirve a la vez a dos amos con fidelidad. La herida producida por esta situación, la sufre más tarde, cerca del final, cuando entiende que se apegó demasiado a Brandt y siente que ya no se puede escapar de esa situación de proximidad", explica Borodin. La paradoja de la obra de Frayn es que Guillaume llega a amar al hombre al que está traicionando y a dejarse fascinar por la democracia que se dedica a socavar.

Además de ahondar en las intrigas y rivalidades políticas y el cambio de lealtades, Democracia se muestra asimismo como un perspicaz thriller de espías que revela no solo la excitación encubierta del espionaje, sino que también profundiza en las complejas, a menudo no elegidas, motivaciones y conflictos del propio espía. En el "síndrome de Estocolmo" que desarrolla Guillaume, radica para el director "el peligro del espionaje, pero también aquí está la parte humana o personal de esta historia". Porque este es un juego en el cual, como en la vida real, las emociones humanas, "las relaciones interpersonales e incluso lo que ocurre dentro de un mismo individuo", están subordinadas al aplastante imperativo del proceso político.

Finalmente, Guillaume es descubierto y su desenmascaramiento propicia la dimisión del gobierno de Brandt y del propio canciller. Según algunos historiadores, aquel asunto no fue la causa única de su dimisión, sino el detonante para un hombre cansado y asediado por serias complicaciones personales y problemas internos en su propio partido. Porque no fue la traición de su asistente la última que sufrió Brandt. "Al final le traicionó su propia gente y lo único que le quedó fue el apego de Guillaume, con el cual tenía una especie de contacto y compresión de los papeles que jugaba cada uno de ellos", explica Borodin, que asegura que "Brandt empezó a darse cuenta con antelación de que Guillaume jugaba a dos bandas, pero ese mismo juego les acercó. Aquí está la increíble paradoja".

Además de la traición de Guillaume, Brandt fue atacado por su propio partido. Foto: CDN

Otra paradoja es que la Stasi no tenía la intención de derrocar a Brandt, un incansable valedor del Este. El propósito de Guillaume no era socavar la política de Ostpolitik de Brandt, sino entenderlo como hombre, algo que terminó haciendo demasiado bien. Por ello todo el episodio fue visto por los servicios secretos de la RDA como uno de sus mayores errores.

Y a todo esto, ¿qué pasa con la democracia del título? Aunque ciertamente es una parte integral de la obra y fue uno de los ejes en la visión política de Brandt, ¿No sería más correcto hablar de política o de poder? En opinión de Borodin, "el tema de la democracia se refiere no solo a la política sino también a las personas, la democracia está dentro de nosotros mismos. Lo correcto es hablar de personas porque la democracia, a mi entender, es el deseo de un ideal o utopía que sufre constantes derrotas, como siempre ocurre", matiza el director. "Hay que estar preparado para ello, no es un camino de rosas, no es alcanzable en su versión más idealista".

Ganador del Nobel de la Paz en 1971 por sus esfuerzos por acercar Occidente y el bloque soviético, los objetivos de reunificación y recuperación de Brandt todavía tardarían en materializarse. "Después de muchos años se derriba el muro y se alcanza este objetivo, pero él ya no participa en el proceso de unión, aunque había hecho todo lo posible a su alcance para lograrlo". Borodin ve aquí la ironía del destino y una nueva paradoja. "Una persona puede querer alcanzar un ideal, pero la vida no se lo permite. A pesar de intentarlo todo con decisión y voluntad tropieza con obstáculos que se lo impiden". Sin embargo, a pesar de sus aciertos y errores, Brandt pudo admirar en vida los frutos y anhelos de su trabajo, antes de fallecer en 1992.

Hoy, más de 20 años después, parece que la mayor parte de las brechas entre Este y Oeste se han ido rellenando. "Creo que a pesar de todas las diferencias históricas y culturales no hay ninguna barrera como tal, todo depende de las personas y su voluntad. A nivel global la convivencia parece casi inalcanzable, aunque las diferencias como tales son posibles de superar", expresa Borodin, para quien uno de los grandes catalizadores de esta convivencia es el teatro. "Cuando Ernesto Caballero nos visitó con su obra El laberinto mágico, a pesar de que España y Rusia son dos países muy diferentes, al ver la obra me latía el corazón fuerte porque al fin y al cabo veía a personas con sus problemas, emociones y relaciones. No era un espectáculo sobre alguien, para mí era una obra en la que me veía reflejado como persona. Estas cosas solo pasan en el teatro".