Image: Bob Dylan desempolva sus preciadas ‘cintas del sótano'

Image: Bob Dylan desempolva sus preciadas ‘cintas del sótano'

Escenarios

Bob Dylan desempolva sus preciadas ‘cintas del sótano'

24 octubre, 2014 02:00

Bob Dylan fotografiado a finales de los 60, durante su retiro en Woodstock. Foto: Elliott Landy / Sony.

Es uno de los episodios más míticos del rock. Tras su accidente de moto en 1966, Bob Dylan se recluyó con su banda en un sótano de Woodstock y realizaron una serie de grabaciones caseras que durante años, y a trozos, circularon de forma ilegal entre los fans. En 1975, se editaron algunas oficialmente bajo el título The Basement Tapes. Pero no era suficiente. Casi medio siglo después, salen ahora a la luz las sesiones íntegras de las cintas del sótano, consideradas el Santo Grial de Dylan. Son más de un centenar de temas a los que el dylanófilo Greil Marcus, a quien entrevistamos, dedicó un libro entero.

En la exaltación de la tecnología sonora y la música sobreproducida, cuando los códigos binarios han sustituido a los instrumentos tradicionales, parece natural que surjan también, como si fueran gestos de resistencia, discos como A Letter Home, el último de Neil Young. Y no (solo) porque se trata de un compendio de versiones que van de los años sesenta (Crazy de Willie Nelson) a los ochenta (My Hometown de Bruce Springsteen), sino porque han sido grabadas en una cabina Voice O-Graph (restaurada por Jack White) que no permite mezclas -fabricada en los años cuarenta, cuando se hicieron populares en las ferias, captura en un disco de acetato todo lo que ocurre en la cabina y nada más-, de manera que las interpretaciones son íntimas y el sonido es crudo, directo, inmediato. Es un disco hecho con una pizca de ironía y con mucho corazón.

Necesariamente, Neil Young ha manejado como referente las míticas "Basement Tapes" de Bob Dylan y The Band, cuyas sesiones integrales salen a la venta el 4 de noviembre. Lo harán en dos ediciones: la colección de seis discos The Basement Tapes Complete y una condensación en dos discos titulada The Basement Tapes Raw. Ambas conforman la undécima entrega de la imprescindible The Bootleg Series de Dylan: enciclopédica y monumental colección de outakes, versiones alternativas, directos y temas inéditos a lo largo de su carrera que viene editando desde 1991. Las llamadas "cintas del sótano" tienen un carácter legendario por muchos motivos, y recorrer su historia no solo consiste en pasearse por uno de los episodios más mágicos, misteriosos y míticos de la vida y obra del bardo Robert Allen Zimmerman, sino en capturar en crudo los ecos y fantasmas que cimentan su arte. Recapitulemos.

La febril carrera a la inmortalidad de Dylan se vio bruscamente interrumpida el 29 de julio de 1966. En la cima de su popularidad y efervescencia creativa -en menos de un año había editado la revolucionaria trilogía eléctrica Bringing / Highway / Blonde, escrito un libro (Tarántula), emprendido una agotadora gira europea y rodado un documental (Eat the Document)-, un accidente de moto le apartó de la vida pública. Canceló su gira americana y se dispararon rumores de todo tipo: desde que se había roto el cuello a que había perdido la vida. El documental de Scorsese No Direction Home se detiene justo ahí, tras un recorrido por los primeros años de carrera del músico, en los que, con su polémica conversión del folk al rock, transformó radicalmente el escenario de la música popular. Terminaba la primera, visionaria, delirante etapa de su carrera. El propio Dylan declaró tiempo después: "El accidente me salvó la vida".

Los años de reclusión

Dylan se recluye entonces en su casa de Woodstock. No quiere saber nada del exterior. Entre junio y octubre de 1967, los integrantes de The Hawks -Robbie Robertson, Rick Danko, Garth Hudson, Richard Manuel y más tarde Levon Helm-, que acabaría siendo conocida como la mítica The Band, le visitan diariamente. Se reúnen en un sótano rojo que apodan Big Pink. Allí interpretan cientos de canciones tradicionales y nuevas composiciones, sesiones de jolgorio y jams improvisadas que eventualmente acaban grabando en decenas de cintas con un magnetófono conectado a uno, dos o tres micrófonos. Con las cintas caseras acabaron facturando discos de acetato para entregarlos a otros artistas, de manera que, ante la sorpresa de propios y extraños, varios músicos -Manfred Mann, Peter, Paul & Mary, The Byrds, Joan Baez...- editaron temas de Bob Dylan por entonces inéditos, como Too Much of Nothing, Quinn The Eskimo, You Ain't Going Nowhere y I Shall Be Released.

Son 138 canciones que forman un corolario de temas como esbozos, muchos incompletos

La historia acababa de empezar. Las "cintas del sótano" se convirtieron en un secreto a voces. Eran el Santo Grial de todo dylanófilo. A través del disco clandestino Great White Wonder, varios de los temas pasaron a ser la primera mercancía "ilegal" de la discografía dylaniana y, esencialemente, de la cultura rock, penetrando poco a poco en el tejido cultural. A lo largo de los años, más y más discos "piratas" de calidades sonoras desiguales fueron apareciendo con extractos de la música registrada en Big Pink, hasta el punto de que cuando en 1975 Sony hizo "oficial" 16 de los temas del sótano (más ocho de The Band) en el álbum doble The Basement Tapes, Dylan comentó sorprendido: "Creía que ya los tenía todo el mundo". ¿Qué clase de fantasmas culturales invocaron esas grabaciones? ¿Qué secretos atesoraban para que Eric Clapton dijera, frente a una multitud, que su sonido "cambió el curso de la música americana" para siempre?

La vieja, extraña América

En su ensayo Invisible Republic. Bob Dylan's Basement Tapes, el crítico musical y reputado dylanófilo Greil Marcus (con el que conversamos) dedicó más de 300 páginas a explorar las pulsiones y los habitantes espectrales de ese sonido. Un sonido en los pliegues del folk, el blues, el country y el rock que aglutina los ecos de circos ambulantes y freak shows, reverendos y forajidos del viejo Oeste, apalaches y buscadores de oro, de prostíbulos y cabarets, de la Gran Depresión, el esclavismo y la negritud, del Jucio Final y los pioneros de tierras inexploradas. Yacían ahí las voces de Edgar Lee Masters, Ralph Waldo Emerson o Walt Whitman, es decir, aquello que Marcus dio en llamar "la vieja, extraña América" (the old, weird America). Pura etnomusicología. Raíz y locura: la invisible república de los Estados Unidos.

Los temas emergían casi como un apéndice del cancionero popular recogido por Alan Lomax durante el New Deal a lo largo del territorio americano, descubriendo las voces de Woody Guthrie, Muddy Waters o Leadbelly. "Grabamos aquellas sesiones con sentido del humor -recordaba Robbie Robertson-. Solo por el placer de tocar. Hacíamos música en plena libertad porque nunca pensamos que alguien lo escucharía. Nos estábamos divirtiendo, matando el tiempo". Como escribe Marcus, la música que crearon para matar el tiempo acabó "disolviéndose en él", de tal modo que las cintas del sótano podrían llevar fecha de 1936 y ser igual de convincentes que en 1967, o en 1882 o 1950 o, por supuesto, en 2014, ahora que finalmente pueden escucharse las sesiones completas. Son 138 tracks, algunos recientemente descubiertos, que forman un colorario de temas como esbozos, muchos incompletos, la mayoría ambiguos, algunos absurdos, casi todos de una pureza arrebatadora.

Varios de los temas pasaron a ser la primera mercancía 'ilegal' de su obra
Todo esto ocurría en un sótano rojo de Woodstock mientras afuera se vivía el verano del amor y la revolución hippy: las drogas alucinógenas y el Sgt. Pepper's de los Beatles, los altercados racistas en Detroit y el polvorín de Vietnam. Lo que estaba ocurriendo en Big Pink, sin que sus protagonistas aún lo supieran, es que Dylan de algún modo ofrecía al mundo su visceral proceso de creación y desnudaba su voz al completo. No trataba de decir algo, sino que decía algo: en su arte, que tantas veces se ha tratado de racionalizar, el sentimiento precede al intelecto. Y el sentido de su voz estalló en el sótano con total honestidad y en todas las direcciones posibles: nunca sonó tan encantadora como en Yea! Heavy and a Bottle of Bread y nunca tan abatida como en I'm Not There. Este tema -que a pesar de estar incompleto, con apenas el 25% de la letra escrita, produce una emoción inarticulable- nos permite reconocer perfectamente a un artista que canta nada más que para la gente con la que toca.

Registradas en bruto, las cintas del sótano suenan como si la banda tocara en el salón de nuestra casa. Esa clase de intimidad permite apreciar chasquidos y movimientos de sillas, las risas de compadreo en All American Boy, las cadencias habladas de Odds and Ends y Lo and Behold, la camaradería masculina de Please, Mrs. Henry y Clothes Lines Saga... Y no es que el aliento genuino haga cualquier música memorable, es que la colección de temas es impresionante: la precisión armónica de Going to Acapulco, el groovy eléctrico de Yazoo Street Scandal, la energía desencantada de Nothing Was Delivered o el espíritu luminoso de I Shall Be Released...

La mitificación de esos sonidos caseros desemboca por fin en el océano original, si bien tendrá un valioso afluente. En complicidad con varios músicos (entre ellos Elvis Costello, Jim James y Marcus Mumford), el gran T-Bone Burnett ha comandado el proyecto Lost On The River: The New Basement Tapes, que se lanzará el 11 de noviembre. Con la intención de replicar el espíritu del sótano, se encerraron durante dos semanas para componer y grabar música creada a partir de unas letras manuscritas por Dylan, largamente perdidas, durante el periodo de las cintas del sótano. La leyenda continúa, alumbrada por el corazón de la vieja, extraña América.