Kent Nagano. Foto: © Felix Broede

Kent Nagano. Foto: © Felix Broede

Escenarios

Kent Nagano: “En la Sinfónica de Montreal convergen el Viejo y el Nuevo Mundo”

El influyente director norteamericano visita España por partida doble. Llega al Auditorio Nacional con la Sinfónica de Montreal e interpretará la Quinta Sinfónía de Mahler al frente de la Orquesta Nacional.

14 marzo, 2014 01:00

El influyente director norteamericano visita España por partida doble. El 19 y 20 llega al Auditorio Nacional con la Sinfónica de Montreal, con la que acaba de renovar como titular hasta 2020. La formación canadiense abordará dos programas que oscilan desde Ravel y Stravinsky hasta Mahler (Séptima). El compositor bohemio figurará también en los atriles de su segundo compromiso: interpretar su Quinta Sinfónía el 28, 29 y 30 al frente de la Orquesta Nacional de España.

La trayectoria musical de Kent Nagano (Berkeley, California, 1951) se ha sedimentado en ambas orillas del Atlántico, gobernando un puñado de instituciones musicales históricas. En 2015 tomará posesión de la dirección musical de la Ópera de Hamburgo. Idéntico cargo ha desempeñado en la Ópera Estatal de Munich hasta 2013. Su labor en la capital bávara la ha simultaneado con la titularidad al frente de la Orquesta Sinfónica de Montreal, con la que acaba de renovar contrato por seis temporadas más. Con esta formación visita España los próximos días 19 y 20, de la mano de la Fundación Ibermúsica. Llega con dos programas distintos bajo el brazo. Primero desplegará la larguísima y enigmática Séptima de Mahler. Al día siguiente tomarán el testigo del compositor bohemio dos puntales del siglo XX: Stravinsky (Petruchka) y Ravel (Le tombeau de Coperin). Compositores muy arraigados en la identidad de la agrupación de la principal urbe de Quebec, tan marcada por resabios europeos. Nagano, tras estos dos compromisos, permanecerá unos días más en España para dirigir a nuestra Orquesta Nacional, el 28, 29 y 30. Mahler de nuevo será el protagonista en atriles. A su Quinta le precederá el estreno mundial del Concierto para violonchelo de Arnaldo de Felice. Al teléfono desde Gotemburgo (es también el principal director invitado de la Sinfónica de la ciudad sueca) expresa a El Cultural la satisfacción de venir sin tener los minutos contados: "Por fin, no será una visita relámpago", anuncia aliviado.

Pregunta.- En la Universidad de California, Santa Cruz, estudiaba tanto música como sociología. ¿Qué le hizo decantarse entonces por la primera?
Respuesta.-Yo estaba en esa época muy interesado en la ciencias políticas, por ese motivo empecé a estudiar sociología. En realidad, mi objetivo era ejercer la diplomacia. Entretanto, seguí estudiando música. Y al final, con los años, esta última se fue convirtiendo en una pasión, mucho más fuerte que la política.

P.- ¿Vivió alguna experiencia en particular que inclinara la balanza en favor de la música?
R.-Yo estudiaba composición y a la vez me preparaba como pianista de acompañamiento. Empezaron a surgirme cada vez con más frecuencia compromisos profesionales en este campo. Así me fui escorando hacia la música, que, por otra parte, es la fórmula más sublime de comunicación universal. De hecho, para mí ser músico es un oficio muy conectado con el de embajador.

P.-Ha dirigido orquestas en Europa y Norteamérica. ¿Aprecia alguna diferencia esencial entre los planteamientos musicales de las agrupaciones de ambos continentes?
R.-El contexto cultural determina la manera en que la música es interpretada. No es lo mismo interpretar el repertorio musical europeo en Europa que hacerlo en Estados Unidos. Las peculiaridades históricas y la disparidad de tradiciones influyen sin duda. Para mí era muy notable esta diferencia cuando trabajé estrechamente con Leonard Bernstein. Al sacar su música de los Estados Unidos la manera en que sonaba acababa cambiando. En la ópera todavía se nota mucho más, por la importancia de la lengua. No digo que exista una superioridad de una orilla sobre la otra. Son aproximaciones dispares simplemente. Ni mejores ni peores, tan solo diferentes.

P.-¿En qué sentido?
R.-No hay una diferencia específca. Ocurre incluso dentro de grandes ciudades, como por ejemplo en Londres. Entre las cinco grandes agrupaciones londinenses (la de la BBC, la Philarmonia, la Sinfónica, la Filarmónica y la Filarmónica Real) hay numerosas sutilezas que las individualizan. Es algo que está emparentado con las diversas tradiciones orquestales de las que proceden. Son diferencias que están también en el público que se sienta en cada auditorio.

P.-Parece que Asia, en el actual proceso de traslación de los ejes culturales del planeta, va cobrando mayor influencia y protagonismo. ¿También lo percibe en la música clásica?
R.-A Japón sí he viajado varias veces. En Corea he estado sólo una vez. Todavía no he tenido la oportunidad de visitar China, que es un país crucial para juzgar lo que está sucediendo en Asia. Así pues no me siento muy cualificado para aventurar teorías sobre la música clásica en este continente. Puede chocar pero es así.

P.-Siente que sus raíces japonesas han tenido mucha influencia en su manera de conectarse con el universo de la música clásica.
R.-Yo soy americano. Estados Unidos, culturalmente, es lo que nosotros denominamos un melting pot. Es un lugar con una intensa historia de oleadas de migraciones, que invita a todos los que llegan a incorporar su tradición a una común para todos sus ciudadanos. Mi familia llegó a finales del siglo XIX. Si hacemos el cálculo, los Nagano llevamos asentados en los Estados Unidos más de la mitad de su joven existencia. Por desgracia, mis raíces japonesas se quedan algo lejos. No quiere decir que no las aprecie. De hecho me he esforzado mucho por poder hablar japonés, pobremente al menos.

P.-Acaba de renovar su contrato con la Orquesta Sinfónica de Montreal hasta el 2020. ¿Cuáles son las principales cualidades de esta formación?
R.-Tiene un sonido muy especial. Podría decirse que único. Es una de las más antiguas de Canadá. Quebec es una de las primeras zonas de Norteamérica civilizadas por los europeos. Por esta razón uno siente en el fondo de esta orquesta un pasado remoto, muy conectado con Europa. Sobre todo con Francia, por supuesto, pero también con Alemania, Italia, España, Holanda e Inglaterra. Es algo que se percibe en la manera de frasear y de respirar de la orquesta, que no es la del Nuevo Mundo sino la del Viejo, y en la amplitud de registros cromáticos que proyecta entre la oscuridad y la luminosidad. Pero también posee rasgos norteamericanos. Por ejemplo, es técnicamente brillantísima y muy avanzada. La OSM, en definitiva, es una orquesta muy particular en la que convergen dos mundos.

P.-Olivier Messiaen fue su principal mentor. ¿Cuál es la principal lección que le transmitió?
R.-Tuve el privilegio de vivir un año en su casa de París. Él fue mi padre europeo, el que abrió las puertas del viejo continente a un joven californiano como yo. Fue mi profesor diario de composición. Y su mujer, la gran pianista Yvonne Loriod, me daba clases de piano. Aparte de la música, también me ilustraba sobre poesía, pintura...

P.-¿Toca su piano de vez en cuando [Messiaen se lo legó a su muerte]?
R.-¡Siempre! Es mi piano. Cada vez que lo tocó rememoro los buenos tiempos junto a él.

P.-Usted ha trabajado perseverantemente las partituras de Mahler. De hecho, sus conciertos en España estarán presididos por su imponente figura. ¿Es su compositor predilecto?
R.-Para mí es imposible responder a esa pregunta. Al pensar en ella saltan nombres como Beethoven, Mozart, Wagner, Brahms... Aunque sí es cierto que al compositor que siempre regreso, sin remedio, es Johann Sebastian Bach. Para muchos músicos Bach es el principio y el final de todo. Yo estoy entre ellos. Su lenguaje es universal porque suspende el tiempo y te abre las puertas del universo. Los programas que interpretaré en España, con la Orquesta Nacional y con la Sinfónica de Montreal, fueron modificados. El protagonismo de Mahler es una coincidencia. Aunque sí es cierto que es uno de los compositores que más intensa y extensamente he trabajado.

P.-¿Ha podido escuchar alguna vez a la Orquesta Nacional?
R.-Sí, en una visita anterior a España fui a verla en un par de ocasiones, como un espectador más. Me pareció una orquesta maravillosa, de verdad.

P.-Se ha volcado siempre con la música contemporánea. Buen ejemplo es la inclusión de Snags & Snarls de Unsuk Chin en uno de los programas de Ibermúsica. ¿Cuál es la barrera que la separa del público?
R.- En el tiempo en que Mozart o Beethoven o Brahms componían partituras geniales, había otros miles de músicos a una distancia enorme de su talento. Hay que tener en cuenta que es muy difícil crear buena música. Lo que es seguro es que algunas de las composiciones de hoy pasarán al gran repertorio. Como ha ocurrido con los autores esenciales del siglo XX, un siglo que cuando yo era estudiante se veía como un tiempo de ruptura, vanguardia y modernidad. Ahora en cambio Shostakovich, Ravel, Messiaen, Rachmaninov, Berg... suenan en todas partes. Yo siempre estoy en busca de piezas "especiales". Me da igual si tienen 200 años o cinco. De hecho si es buena es muy sencillo que genere un consenso favorable. Es lo que me sucedió el otro día en Gotenburgo en el estreno de una partitura del compositor danés Hans Abrahamsen. Todos (yo, los músicos, el público) notamos al instante que era excepcional. Fue mágico: el descubrimiento de una potencial obra maestra.

P.-¿En la génesis de estos milagros cuál es la verdadera aportación del director de orquesta?
R.-Ayudar a un grupo de músicos a que tome conciencia de su potencial y entender las intenciones del compositor. Si hace esto bien, entonces es posible transmitir al público la emoción y el misterio de la música.

Ni un gesto de más

Aquella tarde-noche del 30 de septiembre de 1986, en un concierto enmarcado en el Festival de Otoño de Madrid, tuvimos la ocasión de asistir al estreno en España de San Francisco de Asís de Olivier Messiaen. El compositor francés estaba en la sala. Y en el podio se situaba un joven y desconocido director de rasgos orientales llamado Kent Nagano, que había colaborado meses atrás con Seiji Ozawa en la preparación de la ópera. El recuerdo acude a nuestra memoria cuando el director norteamericano visita de nuevo España al frente esta vez de la Sinfónica de Montreal. Podremos volver a ver su enjuta y fina figura, su larga melena, su cimbreante forma de moverse, sin un gesto de más. Es artista de criterios objetivos, de planteamientos tímbricos diferenciados y de línea fraseológica concisa y transparente, minucioso, tranquilo, capaz de establecer y construir progresiones, de nimbar de luces variadas las exposiciones.

Nos da siempre Nagano una confortable sensación de ligereza, de elegancia contenida y justa. Sus texturas son aéreas pero firmes y es enemigo de cualquier exceso. Lo que puede ocasionar, a veces, una cierta falta de calor, de efusión. Una limitación que suele llevar ocasionalmente a la construcción de edificios sinfónicos exentos de ideal envergadura. Tal y como nos pareció aquella Quinta de Mahler -compositor, como se ve, de sus preferencias-, ofrecida años ha en la capital y que vuelve a brindar ahora con la Orquesta Nacional de España. En Madrid ha dirigido asimismo otras grandes sinfonías, como la Cuarta de Bruckner. Carrera ya muy importante la suya. Tras pasar por la Sinfónica de Londres, la Ópera de Lyon, la Orquesta Hallé de Manchester, la Radio de Berlín y la Ópera de Baviera, Nagano domina hoy las falanges de Montreal y de Gotenburgo.

ARTURO REVERTER