Image: Pina Bausch baila a Gluck

Image: Pina Bausch baila a Gluck

Escenarios

Pina Bausch baila a Gluck

El Liceo abre su temporada con Iphigenie auf Tauris

3 septiembre, 2010 02:00

Un momento del montaje del Teatro de Wuppertal. Foto: Ulli Weiss.

Elisabete Matos será la encargada de inaugurar mañana la programación del Liceo como la aguerrida Iphigenie, a la que acompañan desde el foso Jan Michael Horstmann y la Simfònica Julià Carbonell.

Gluck estrenó su Iphigénie en Tauride en la Salle des Tuileries de l'Académie Royal de París el 18 de mayo de 1779. Mañana, el Liceo representa Iphigenie auf Tauris, es decir, la versión alemana, realizada por el propio compositor desde la traducción de Johann Baptiste von Alxinger, que vería la luz en el Burgtheater de Viena el 23 de octubre de 1781.

Tanto en una como en otra versión, Gluck consiguió aunar las corrientes francesa e italiana en un todo de una belleza clásica inmarcesible, dotado de un equilibrio casi milagroso, aunque no toda la partitura posea el mismo valor. El libreto, del joven poeta Nicolas-François Guillard, extraído de la tragedia homónima de Claude Guimond de la Touche, 20 años anterior, está penetrado de insólitas agudezas psicológicas y presentado con una economía de medios próxima al tratamiento clásico de Eurípides. El escritor Romain Rolland era ardiente defensor del arte del alemán, al que consideraba, ante todo, plenamente europeo.

Esta auténtica primicia lírica desembarca en el coliseo de las Ramblas en un montaje del Teatro de Wuppertal firmado por la desaparecida coreógrafa Pina Bausch, que, como es lógico, otorga una gran importancia a la dimensión danzable. En el foso estará -esto es novedad- la Orquestra Simfònica Julià Carbonell de les Terres de Lleida, que tocará bajo la batuta del germano Jan Michael Horstmann. El apañado equipo vocal viene encabezado por la excelente profesional que es la soprano portuguesa Elisabete Matos, que continúa abordando cometidos cada vez más dramáticos -la parte principal la estrenó en París la famosa Rosalie Levasseur, de una voz y un arte declamatorio contundentes-, que ya presentara la versión fran- cesa hace tres años en Oviedo. A su lado se alternan en las cinco representaciones Nikolai Schukoff, Christopher Maltman, Gerd Gro- chowski, Cécile van de Sant, Danielle Halbwachs, Norbert Ernst y Markus Eiche. En enero, el Teatro Real presentará, con montaje de Robert Carsen, la versión parisina.

En Iphigenie auf Tauris acudimos a la irrupción en el teatro del compositor del elemento oscuro e irracional: la protagonista es una mujer trastornada por los acontecimientos, que mantiene con el tirano Thoas, su rival político, un duro enfrentamiento. El núcleo tenebroso del drama es visible antes de subirse el telón sobre la tempestad, cuando el grito de angustia de Iphigenie se escucha por encima del tumulto orquestal dando vida a una original fusión entre obertura e introducción vocal en uno de los comienzos operísticos más arrolladores. La técnica, típicamente gluckiana, del perpetuum mobile orquestal sosteniendo al declamado, es largamente aplicada con el fin de evocar la fatalidad inexorable. Quizá Verdi pudo inspirarse, cien años más tarde, en ese pasaje para escribir su terrorífico inicio de Otello; lo que no está comprobado en modo alguno.

El aria como medida
Resplandecen en esta Iphigenie las características principales del maduro lenguaje de Gluck, que en el fondo parte de una forma elaborada del antiguo récit de Lully, de signo más bien melódico, aunque evitando los grandes intervalos existentes entre las palabras y tendiendo al ideal que preconizaba Rousseau: severa simplicidad, tono vocal medio, pocos sonidos sostenidos, nada de gritos. El aria, como eje central de un fragmento más extenso, era siempre básica, con lo que Gluck obtenía la deseada fluidez expositiva al servicio del texto y la consiguiente expansión de la melodía sin atenerse a rígidas reglas.