Fotograma de 'Las chicas de oro'. Foto: NBC.

Fotograma de 'Las chicas de oro'. Foto: NBC.

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La cara B de 'Las chicas de oro': "No se hubieran soportado ni aunque las incineraran juntas"

Cuarenta años después, la serie que rompió tabúes sobre la vejez femenina revive en un libro que analiza su legado y revela sus secretos mejor guardados.

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En septiembre de 1985, hace ya cuarenta años, la NBC comenzó a emitir en horario de máxima audiencia una serie hoy legendaria que cambió el rumbo de la televisión.

Se trataba de Las chicas de oro, la historia de cuatro amigas maduras que vencían la invisibilidad de la tercera edad y se hacían dueñas de las pantallas tocando temas como el sexo, el sida, la inseminación artificial o la eutanasia.

A lo largo de siete temporadas (1985-1992), la serie tuvo tal éxito que casi treinta millones de espectadores se reunieron frente a la pequeña pantalla para ver su final el 9 de mayo de 1992. Además, se hicieron en todo el mundo numerosas versiones.

En España, en 1995 se estrenó un primer remake titulado Juntas pero no revueltas, protagonizado por Mercedes Sampietro, Mónica Randall, Kiti Mánver y Amparo Baró, y en 2010 el segundo, con Concha Velasco, Lola Herrera, Carmen Maura y Alicia Hermida. Fracasaron estrepitosamente los dos.

Cuatro décadas después, las reposiciones siguen enganchando a televidentes de muy diversas edades y condición, y siguen formando parte del imaginario colectivo, lo que ha impulsado a Pedro Ángel Sánchez (Madrid, 1980) a analizar las claves de su éxito y a desvelar numerosas anécdotas y escondidos secretos en su último libro, Las chicas de oro. La serie que nos enseñó que las amigas son la familia elegida (Dos Bigotes).

Las chicas de oro. La serie que nos enseñó que las amigas son la familia elegida (Dos Bigotes).

Las chicas de oro. La serie que nos enseñó que las amigas son la familia elegida (Dos Bigotes).


Al parecer, la idea de la cadena había sido desarrollar un proyecto similar a la película Cómo casarse con un millonario, interpretada por Marilyn Monroe, Lauren Bacall y Betty Grable, en la que unas amigas tan sexis como ambiciosas buscaban maridos ricos.

La sorpresa fue que el talento de Susan Harris, una guionista excepcional, transformó la idea original y dotó de actualidad, ironía, irreverencia y libertad a la historia de cuatro cincuentonas que comenzaban a convivir en un chalet de Miami.

La dueña del bungalow compartido era una viuda casquivana llamada Blanche Devereaux (Rue McClanahan), quien, tras poner un anuncio en un supermercado local buscando inquilinas, alquilaba una habitación a otra viuda, la ingenua Rose Nylund (Betty White), y a una sarcástica divorciada, Dorothy Zbornak (Beatrice Arthur).

La cuarta chica sería la madre de Dorothy, Sophia Petrillo (Estelle Getty), una italiana de lengua afilada cuya residencia de ancianos, Prados Soleados, acaba de incendiarse.

Curiosamente, en el episodio piloto había un quinto personaje, un mayordomo gay llamado Coco, que no llegó a formar parte de la serie por el corto metraje de los capítulos (apenas 23 minutos). También resulta sorprendente que Estelle Getty (1923-2008), la actriz que interpretaba a la matriarca Sophia, fuese un año menor que su hija en la ficción, Beatrice Arthur y que Betty White.

Otro descubrimiento es la asignación de papeles. En un principio, los productores pensaron en Rue McClanahan (Blanche) para interpretar el personaje de Betty White (Rose), porque ambas habían desempeñado con éxito roles muy similares.

Así, en Maude, McClanahan era una mujer muy inocente y en El Show de Mary Tyler Moore White interpretaba a una devoradora de hombres. Sin embargo, las dos deseaban romper con ese pasado, especialmente McClanahan, que se preparó a conciencia el papel de Blanche, deslumbrando en las audiciones.

Más difícil resultó que Beatrice Arthur aceptara el papel de Dorothy. Estrella de Broadway, había triunfado en la televisión con Maude, pero no quería que otra comedia de éxito le robara tiempo para la escena, así que para convencerla recurrieron a McClanahan, con la que había coincidido en Maude.

Sin embargo, años más tarde la actriz confesaría que solo aceptó tras leer en el guion la descripción de su personaje, que incluía la frase: "Una mujer al estilo Bea Arthur". De hecho, lo habían escrito pensando en ella. ¿Cómo podía decir que no?

Pese al éxito descomunal, o quizás por él, se multiplicaron los titulares de la prensa amarilla sobre la mala relación de las actrices, que ellas negaron siempre.

Tuvieron que pasar casi veinte años para que Betty White admitiera al fin la verdad: "Parece que Bea no me tenía tanto cariño. No sé muy bien por qué, pero yo no le caía muy bien, aunque yo sí que la quería y admiraba mucho. En ocasiones me consideraba como un grano en el culo. Mi actitud positiva le sacaba de quicio. ¡A veces, si yo estaba feliz, se enfurecía!”.

También el director de las seis primeras temporadas, Terry Hughes, confirmó que ese desencuentro era cierto: "Betty era una persona televisiva, una muy buena actriz algo minusvalorada. […].

Fotograma de 'Las chicas de oro'. Foto: NBC.

Fotograma de 'Las chicas de oro'. Foto: NBC.

En cambio, Bea era un animal de Broadway; salía al escenario, se metía en el personaje, decía sus líneas, se marchaba, tomaba una copa y se iba a casa. Pero Betty, al acabar su diálogo, se levantaba y caminaba hacia el público asistente a los rodajes para hacerles reír. Eso irritaba a Bea".

En la misma línea, Marsha Phosner, coproductora del programa, recordaba cómo cenó varias veces en casa de Beatrice y que "a los treinta segundos de llegar ya se estaba refiriendo a Betty como 'esa zorra'". Es más, según Phosner, lejos de las cámaras "no se hubieran soportado ni aunque las incineraran juntas".

En realidad, como confirmó el hijo de Bea Arthur, Matthew Saks, la simpatía de Betty hacia el público, su personalidad afable y desenfadada, molestaba profundamente a su madre.

Claro que tampoco ayudó que cuando se agudizaron los problemas de memoria de Estelle Getty, causados por la demencia que estaba empezando a padecer, Betty White se dirigiese, entre escena y escena, a los espectadores y se llevase el pulgar a la boca para insinuar que Getty había estado bebiendo y que por eso no recordaba sus líneas.

Como era de esperar, los asistentes aullaban de risa, lo que ofendía profundamente a Bea Arthur y a Rue McClanahan porque lo consideraban de muy mal gusto, aunque la intención de White fuese que los problemas de salud de Estelle no trascendieran.

Como la situación se iba haciendo cada vez más incómoda y Bea Arthur añoraba Broadway, al terminar la sexta temporada abandonó la serie.

En la séptima, las chicas supervivientes cambiaron de cadena (de NBC a CBS) y de localización, pasando de la casa de Blanche a un hotel, pero la audiencia no las acompañó y dejaron de aparecer en la lista de los diez programas más vistos del país. Era el final. El que vieron en directo, con prematura nostalgia, 30 millones de norteamericanos. Y el mundo entero, después.