Fotograma de la serie 'Alien: Planeta Tierra'.

Fotograma de la serie 'Alien: Planeta Tierra'.

Series 'Alien: Planeta Tierra'

Medio siglo 'alienados': la historia de una franquicia inextinguible que regresa en forma de serie

El estreno en Disney+ de 'Alien: Planeta Tierra' invita a repasar todas las entregas de la saga creada por Ridley Scott y a plantearse por qué no se exploran nuevos horizontes en la ciencia ficción.

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La intención de convertir la franquicia iniciada con Alien en 1979 en serie de televisión (o de plataforma, habría que decir ahora) llevaba mucho tiempo flotando en el espacio, donde nadie puede oír nuestros gritos.

Finalmente, entre 2019 y 2020, tanto Ridley Scott como Disney, actual propietaria de Fox, anunciaron que se había dado luz verde al proyecto de una serie en imagen real (todo lo real que podamos considerar la imagen digital): Alien: Planeta Tierra.

La serie ha sido creada por el escritor, músico y director Noah Hawley, conocido por su trabajo como guionista, productor y showrunner de series como Fargo, Legión —la del personaje Marvel, no la satánica—, The Unusuals, My Generation o Bones.

Esta nueva entrada en el universo Alien, cuya primera temporada constará de ocho episodios, se presenta como precuela del filme que empezó todo.

Según su responsable está más cerca del espíritu y carácter de este que de las anteriores precuelas de dimensiones cósmicas dirigidas por Scott, Prometheus (2012) y Alien: Covenant (2017), a las que pasa de largo, casi como si no existieran.

Su trama se sitúa dos años antes de que la tripulación del Nostromo tropezara nada casualmente con el primer xenomorfo conocido (o eso creíamos). Cuando un carguero espacial, previsiblemente de la Weyland Corp., se estrella durante su retorno a la Tierra, un grupo de soldados de élite, compuesto por humanos pero también por androides (o cíborgs, o replicantes, o sintéticos, o híbridos o como se llamen ahora), tendrá que enfrentarse al inesperado exceso de equipaje que trae la nave.

Es la primera de la franquicia que transcurre en nuestro planeta, excepción hecha de las dos entregas de Alien vs. Predator, que según Scott no forman parte del corpus oficial de Alien, aunque sí del de Predator.

Contando con un reparto mayormente juvenil, encabezado por Sydney Chandler, pero también con veteranos como Timothy Olyphant, lo que Alien: Planeta Tierra promete es lo mismo que pretendía también la reciente Alien: Romulus (2024), de Fede Álvarez, situada entre Alien y Aliens (1986). Una vuelta a las raíces, obviando las pretensiones de las precuelas de Scott, para abundar en la fórmula original, aunque suene más a la del filme de acción de Cameron que a la del terror espacial del clásico de 1979.

Sigourney Weaver en 'Alien: el octavo pasajero', la película que inició la saga.

Sigourney Weaver en 'Alien: el octavo pasajero', la película que inició la saga.

Amando al alien

Como cantaba David Bowie, hay que creer en las cosas más extrañas, amando al alien (aunque puede que no fuera el de Scott).

La cosa extraña, o al menos debería parecernos así, es que una película de terror y ciencia ficción de argumento tan arquetípico como sencillo, producto de la imaginación de un par de frikis como Ronald Shusett y, sobre todo, Dan O'Bannon, pero que se beneficiaba de un magnífico equipo artístico y de producción, haya dado lugar a nueve filmes, más de veinte cortometrajes, una web serie, un videojuego oficial, incontables cómics y ahora a la serie Alien: Planeta Tierra. Casi cincuenta años amando al Alien y pidiendo más.

Sydney Chandler interpreta a la protagonista de la serie, mujer e híbrido sintético.

Sydney Chandler interpreta a la protagonista de la serie, mujer e híbrido sintético.

Lo cierto es que la calidad media de la saga, en la que poco o nada han participado después muchos de sus creadores originales, dista bastante de ser satisfactoria.

Más allá de Alien y Aliens, inteligente y espectacular secuela firmada por James Cameron que algunos prefieren incluso al filme de Scott (no yo: una niña nunca puede superar a un gato), las siguientes entregas han sido tan irregulares como insatisfactorias, aunque el tiempo y la comparación con las posteriores están beneficiándolas. Hoy, Alien 3 (1992) de Fincher y, sobre todo, la excéntrica Alien Resurrection (1997) de Jeunet, parecen mucho mejores de lo que tienen derecho a esperar o merecer.

Cuando la franquicia cayó en la más abyecta comercialidad, en la pura Serie B, con Alien vs. Predator (2004), del siempre divertido Paul W. S. Anderson, y Alien vs. Predator: Requiem (2007) de Greg y Colin Strause, atendiendo a los húmedos deseos de enfrentar a los dos monstruos alienígenas por excelencia del cine moderno al estilo King Kong vs. Godzilla, recuperó al menos, paradójicamente, su energía y honesta naturaleza pulp original, siendo injustamente despreciadas ambas por buena parte de crítica y fans.

La respuesta vino del propio Ridley Scott. Con Prometheus y Alien: Covenant, pretendió insuflar al concepto una filosofía cósmica barata extraída de Lovecraft, Erich von Däniken y demás teorías sobre la exogénesis de la humanidad, la creación de vida artificial, el origen de la conciencia, los dioses astronautas de la Antigüedad y otras alucinaciones (que, por otro lado, ya había introducido Alien vs. Predator).

Un momento de 'Prometheus', de Ridley Scott

Un momento de 'Prometheus', de Ridley Scott

Pero ni Scott es Kubrick, ni los esforzados guionistas de ambas precuelas son Lovecraft ni mucho menos Stapledon o Arthur C. Clarke.

El resultado: dos películas sobredimensionadas, con estupenda estética (especialmente Prometheus, totalmente camp), pero tendentes al aburrimiento y la vaciedad en sus pretensiones incumplidas. Pese a ello, seguimos amando al Alien, incluso aunque estuviera ausente o solo elípticamente presente en ellas. Y hay que reconocerle a Scott el intento, infructuoso pero noble, de escapar a la fórmula tradicional de la saga, expandiendo su universo en otras direcciones cienciaficcionales más ambiciosas.

Corre que te pillo

Pero si Prometheus y Alien: Covenant eran la protesta de Scott contra el hundimiento de la franquicia en la exploitation, la segunda sufría ya las consecuencias de su fracaso, volviendo a reproducir voluntariamente lo que, al fin y al cabo, parecen querer una mayoría de fans: astronautas y cíborgs corriendo delante y detrás de uno o varios aliens, cada vez más grandes, más chungos y "mejor hechos".

Fotograma de 'Terror en el espacio', una de las inspiradoras de 'Alien: el octavo pasajero'.

Fotograma de 'Terror en el espacio', una de las inspiradoras de 'Alien: el octavo pasajero'.

El Alien primigenio bebe en fuentes clásicas como los relatos de Van Vogt y Clark Ashton Smith, en películas de Serie B como El terror del más allá (1958) de Edward L. Cahn, o las maravillosas Terror en el espacio (1965) de Mario Bava y Planeta sangriento (1966) de Curtis Harrington. Por ello y gracias a la magia de O´Bannon, Chris Foss, Moebius y, sobre todo, H. R. Giger, además del talento visual de su director y la música de Jerry Goldsmith, ofreció una experiencia única en su día: una aventura de ciencia ficción y horror pulp como jamás antes se había visto en pantalla.

Algo irrepetible que solo Aliens, con un ojo en Tropas del espacio de Heinlein, pudo no superar pero sí igualar desde otra perspectiva genérica, utilizando convenciones del cine bélico y el wéstern.

Después de eso, todo ha sido correr y correr, delante y detrás, en un inútil esfuerzo por repetir la fascinación del original. Algo imposible e indeseable.

Todas las supuestas novedades introducidas no hacen sino marear al xenomorfo, para acabar en interminables, formuláicas y aburridas persecuciones entre bichos, humanos y replicantes, jugando al pilla pilla con más o menos gore, efectos especiales y parafernalia. La diferencia es si lo hacen en un nuevo planeta, en otra nave espacial, una colonia penal galáctica o, ahora, sobre la superficie de la Tierra.

Pero mientras haya amor por el alien, seguirá con nosotros, aunque los resultados sean tan mediocres como en Alien: Romulus, aunque la supuesta coherencia entre crossovers, secuelas, precuelas y spin-offs no pegue ni con cola y aunque el género de ciencia ficción esté todavía lleno de infinitas posibilidades sin explotar. ¿Para qué explorar nuevos mundos alienígenas, cuando el viejo xenomorfo aún despierta tanto amor? La respuesta está en el viento cósmico, que ciega nuestros ojos, en este siglo XXI anclado eternamente en los clásicos del XX.