Jude Law en el photocall del Festival de cine de Venecia 2025. Foto: Yara Nardi / Reuters

Jude Law en el photocall del Festival de cine de Venecia 2025. Foto: Yara Nardi / Reuters

Cine Festival de Venecia

Jude Law encarna a Vladímir Putin en el Festival de cine de Venecia: "No podía entender qué le motivaba, qué sentía"

'El mago del Kremlin' repasa los grandes eventos de las tres últimas décadas de historia rusa a través del testimonio ficticio del asesor de imagen de Putin.

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De la caída de Mijaíl Gorbachov al inicio de la ofensiva en Crimea, con parada en la guerra de Chechenia y los Juegos Olímpicos de Sochi, Olivier Assayas y Emmanuel Carrère (El adversario) se han propuesto dibujar un panorama lúcido sobre la Rusia contemporánea, que sirva de crónica histórica pero también de retrato robot social e identitario. Para ello, hay que mirar de cara al líder soviético Vladímir Putin.

Y para ello, nada mejor que el testigo (ficticio) del hombre que fabricó la imagen de Vladímir Putin en los medios tradicionales y luego en redes sociales, Vadim Baranov (Paul Dano), un asesor inspirado en el estratega político real Vladislav Sourkov.

Esto opinaba Dano sobre enfundarse las botas de alguien profundamente amoral: "Hay que estar dispuestos a descubrir el punto de vista de cualquier personaje. Y creo que etiquetar a un personaje como Baranov como ‘malo’ sería sólo simplificarlo demasiado, lo cual hace más daño que bien".

Así lo apunta El mago del Kremlin, una línea de tiempo sin grandes ribeteados narrativos que, aun con suficientes acontecimientos inverosímiles para mantenernos entretenidos, no logra funcionar ni como espitado ascenso electoral ni como cuento sobre la corrupción personal, algo que sí lograba la superior The Apprentice.

De Sebastian Stan en el biopic de Ali Abbasi, Jude Law hereda las formas ligeramente exageradas de la caricatura: labios apretados, encogido de hombros, embutido en un traje al que le sobra una talla, bajo un peluquín rubio relamido. No es un disfraz de Putin, es una parodia.

El actor se ha explicado: "Olivier me explicó de entrada que no buscaba que me disfrazara de Putin. Que no quería ponerme ningún tipo de máscara o de prostéticos. ¡Aunque hay que ver lo resultón de una buena peluca!", bromeaba Law.

El desafío, para el actor de The Young Pope o El talento de Mr. Ripley, venía en lo emocional: "Lo más complicado era que la imagen pública de Putin revela muy poco (…). No podía entender qué llevaba a mi personaje a hacer esto, o aquello, qué le motivaba, qué sentía. El gran desafío pasaba por intentar mostrar muy poco pero sentir muchísimo, porque [para actuar] hay que sentir desde muy adentro".

Callar cuando los hombres hablan

Baranov convoca a un académico (Jeffrey Wright) para dejar constancia de su papel en el mandato de Putin. En su extensa narración, el experto asesor se descubre en un magnífico comentarista político, aunque también en un personaje bastante mediocre.

Como partiendo de las formas apagadas del género polar, Paul Dano trata de afectar sus diálogos a base de lentitud y de eses viperinas, lo cual acaba por aplastar su declamación en un mono-tono constante. Puede que la decisión obedezca a un distanciamiento empático intencional, pero las dos horas y media de lectura de libro de texto hacen mella a la atención de cualquiera.

Si el rigor era una preocupación central, lo inexplicable entonces es la aparición esporádica de avatares claramente creados para una mejor digestión narrativa entre tanto embarrado político, como Alicia Vikander o Ksena, la amante de Baranov y un perfil desdibujado, como mínimo. Vikander ha defendido así a su personaje: "Sí, esta es una historia sobre muchos hombres hablando en habitaciones. Pero creo que [Ksena] puede representar a todas las mujeres que sí estaban".

En fin, El mago del Kremlin podría haber sido una vista privilegiada a un lugar y un momento prácticamente inaccesibles desde la no-ficción, un milhojas sobre los impulsos que mueven un país fascinado aún por los gigantes que lo han oprimido, un ensayo político sintetizado a través de la mano resolutiva de un publicista.

Olivier Assayas quería hacer geopolítica actual, pura y dura: "Me interesaba mostrar cómo, desde dentro del círculo íntimo de Putin, surgieron las estrategias que redefinieron la política moderna. Hablamos de acontecimientos de hace una década, cuando se formularon los métodos y estrategias políticas que ahora dominan el poder contemporáneo, con, sobra decirlo, efectos devastadores".

Pero al cineasta le falta la confianza y el nervio narrativo de Aaron Sorkin, por lo que, preocupado por explicar bien la pertinencia y actualidad de su relato, Carrère y él acaban organizando toda la película en discusiones de dos personas alrededor de una mesa, charlando hasta llegar siempre a una conclusión inteligible y corta. Quizás así el francés demuestra que tampoco él confía en el pueblo que lo escucha.