
Àlex Monner y Job Mansilla en una de las escenas del filme.
'Los bárbaros': retrato de una juventud sin futuro, sin miedo y sin necesidad de explicarse
Martín Guerra y Javier Barbero firman una fábula generacional que retrata a una juventud precaria que ha decidido no angustiarse por el porvenir.
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El nuevo largometraje de Javier Barbero y Martín Guerra, que se estrena este viernes, retrata una juventud que ha decidido no angustiarse por el futuro. Con un elenco liderado por Àlex Monner, Greta Fernández y Job Mansilla, la película explora, desde la deriva y la belleza de lo mínimo, una forma inesperada de resistencia.
"En algunos años de juventud, no tienes un duro, no tienes trabajo, no tienes perspectiva de tenerlo... pero tampoco te angustia la idea de no tenerlo". Así le resume el cineasta Martín Guerra a El Cultural el germen vital de Los bárbaros.
Rodada entre España y Perú, la cinta se adentra en la vida de tres jóvenes que flotan —sin rumbo, sin urgencia— en medio de un mundo que ya no les promete nada. El resultado es una fábula generacional que mezcla el desencanto con un vitalismo silencioso que se convierte en una declaración de principios.
La película parte de una observación que ambos cineastas compartieron desde 2010, al calor de la crisis: "Veíamos cómo algunos amigos ya vivían al margen. No era exactamente una decisión política, pero sí una forma de vivir mejor, sin dejarse aplastar", explica Guerra.
Ese punto de partida les llevó a construir personajes que habitan "un extraño equilibrio entre la precariedad y la más alegre indiferencia". Jóvenes que, pese a tener poco, tampoco se sienten perdidos. Simplemente están.
Viven sin afán, sin exigencias, sin rendirse cuentas. "Esa época en la que no tienes nada y, aun así, no te duele. Tal vez porque la juventud todavía juega de tu lado", dice el director.
Los bárbaros reúne un reparto coral donde brillan Àlex Monner, doble Biznaga de Plata en el Festival de Málaga, y Greta Fernández, premiada con la Concha de Plata en San Sebastián. Les acompañan Job Mansilla, en el papel protagonista, y la actriz polaca Eliza Rycembel. Pero para Guerra, lo esencial no eran los nombres, sino lo que cada intérprete podía aportar al universo frágil y fluido de la historia: "Queríamos que ellos llevaran la escena hacia sí, no al revés. El texto era solo una herramienta para provocar algo más profundo".

Greta Fernández durante una de las escenas de la película.
El guion fue un proceso vivo, modelado entre ensayos, rodaje e improvisación medida: "Muchas escenas no sabíamos cómo iban a acabar. Teníamos el tono, pero dejábamos espacio a que los actores lo llenaran".
La película, producida por Pantalla Partida, El Sueño Eterno y Lima 9, con apoyo de RTVE e Ibermedia, no se impone una tesis. Más bien, propone una deriva. En palabras de Guerra, "la mejor apuesta es siempre enfocarte en una historia, y si esa historia es honesta. Las lecturas vienen después".
Aunque el tono y el montaje remiten a cierto cine europeo de quietud y textura —algunos ecos visuales de 25 Watts o Glue flotan en sus planos—, Los bárbaros no necesita nombrar influencias. Se basta con seguir a sus personajes por calles anodinas, playas que no prometen épica, y habitaciones donde se habla poco pero se respira mucho.
En su conversación, Guerra evita los eslóganes y desconfía de las etiquetas. "No pensamos la película como una herramienta política, aunque es obvio que hay una lectura social. Pero sobre todo queríamos ser fieles a lo que hemos vivido, a esa mezcla de libertad y desconcierto que te acompaña cuando decides que el sistema no te va a marcar el paso".

Job Mansilla durante una de las escenas de la película.
Rodada con un presupuesto ajustado —"como casi todo el cine independiente", bromea el director—, la película es también fruto de un proceso largo, cocinado a fuego lento durante años. "Lo más difícil fue encontrar los equilibrios: entre lo narrativo y lo atmosférico, entre la estructura y la deriva"
"Lo más liberador fue justamente eso, dejar que el tiempo y la experiencia fueran marcando el camino", añade. Para Guerra, hacer Los bárbaros fue como abrir una ventana que llevaba tiempo cerrada: "Había algo de impulso vital en todo esto. Como si necesitáramos contarlo para entendernos mejor a nosotros mismos".
¿Y qué espera que sienta el espectador al salir de la sala? "Una especie de buen sabor de boca", responde sin dudar. "No por lo que se ha resuelto —porque no hay soluciones—, sino por la forma en que esos personajes viven, se sostienen, se cuidan. Hay algo de libertad ahí, aunque no esté envuelta en grandes gestos".
Con Los bárbaros, Barbero y Guerra firman una película pequeña en escala, pero grande en sensibilidad. Una historia sobre el arte de sobrevivir sin dramatismo, sobre la belleza que existe incluso cuando no se espera nada.