Harrison Ford en la presentación de 'Indiana Jones y el dial del destino' en Cannes. Foto: REUTERS/Eric Gaillard

Harrison Ford en la presentación de 'Indiana Jones y el dial del destino' en Cannes. Foto: REUTERS/Eric Gaillard

Cine

La nueva película de Indiana Jones supera dos grandes obstáculos: la edad de Ford y la ausencia de Spielberg

James Mangold escapa de la melancolía y la banalidad del cine de superhéroes en una torrencial aventura presentada en Cannes

19 mayo, 2023 15:14

Inevitablemente, la quinta entrega de Indiana Jones (¿o deberíamos decir la cuarta, frente al estropicio de la última parada, también presentada en Cannes?) despertará sus entusiasmos y sus furibundos rechazos, aunque digamos de entrada que el resultado camina por tierra fértil y segura, que es algo más que digno y estimulante, con sus tropiezos y sus admirables conquistas.

Hay montañas tan difíciles de escalar que ni el mejor de los climas puede ayudar a su éxito. Indiana Jones y el dial del destino es, sin duda, una de esas montañas. El primer obstáculo, la edad de Harrison Ford, que a sus ochenta años se vuelve a tocar con el sombrero y a agitar el látigo de Indy para traer de cabeza al ejército nazi, en un flashback inicial que recupera con nota el viejo perfume de la mejor saga de aventuras moderna. El clima digital de la inteligencia artificial lo hace posible. Y el resultado es asombroso. Realmente asombroso, a pesar de la voz de un anciano en el cuerpo de un hombre con cuarenta años menos. Semejante extrañeza incluso nos conmueve.

Tras el prólogo revival, un corte a unas décadas después. Y ahí empieza la nueva aventura en su registro crudo, en el tiempo nuevo de la senectud del aventurero. Ya canoso y supuestamente abatido por la erosión de los años, en su apartamento neoyorquino, dando clases en la universidad y con una amargura interior que contrasta con las celebraciones en la calle por la llegada del hombre a la luna, la aventura vuelve a llamar a su puerta para saldar una deuda pendiente con el cuadrante de Arquímedes y sus exploraciones matemáticas que prometen fisuras en las dimensiones espacio-temporales.

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Lo que comúnmente llamamos máquina del tiempo. Pues eso es también la película. A la caza de la reliquia mágica, en la forma de un reloj de precisión cósmica, habrá de nuevo un nazi superviviente, intachable Mads Mikelsen, determinado a corregir el error que condujo a la derrota del Führer cueste lo que cueste.

Por algún extraño motivo, la edad de Ford se interpone en la imposible veracidad de los hechos con menor evidencia que en la anterior entrega, donde hasta podíamos escuchar el crujir de sus huesos. El reto queda superado. Mangold decide mostrarlo por primera vez de torso desnudo, levantándose del sofá, para revelarnos un cuerpo aún en forma a pesar de las décadas.

Asume su condición y esa condición nos acompaña para trascenderla por la inercia del espectáculo, por la sed de una nueva, incesante aventura de dos horas y media, que nos hace viajar a Marruecos, a Grecia, a Siracusa… que por supuesto nos hará viajar en el tiempo en un bloque final que roza el delirio alienígena de la cuarta entrega, pero que a su modo puede hasta embargarnos de emoción.

Como el funambulista del riesgo que siempre fue Indy, Mangold se propone el mismo objetivo que el arqueólogo: preservar la historia a través de sus objetos mágicos. Y Harrison Ford / Indiana Jones es sin duda uno de ellos en la mágica historia del cine.

El otro de los obstáculos, la ausencia de Steven Spielberg detrás de la cámara, para quien no parece haber sustituto posible, tampoco era menor, por supuesto. Esta otra cuestión a desvelar durante el pase de gala en Cannes, ayer, y su pase de prensa, esta mañana (donde no han faltado aplausos y griterío entusiasta), y los cientos de miles de proyecciones que tendrá por todo el mundo a partir de ahora, está en verdad condenada a la pertenencia al cine de aventuras del siglo XXI, es decir, el de los superhéroes de la virtualidad, cuando todo es posible y ninguna imagen es fiable. Partimos de esa certeza y suponer otra cosa es indicio de ingenuidad o de negacionismo.

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¿Pero es Indiana Jones un superhéroe? Mangold se enfrenta a ese reto buscando el equilibrio, y aunque a veces el filme nos remite a la plasticidad, pongamos, de Polar Express (ese tren nocturno), aún hay cierta fisicidad en las imágenes y las acrobacias a las que agarrarnos, la corporeidad (aunque sea pretendida) que es marca de la casa de la saga.

Harrison Ford rejuvenecido en el flashback inicial de la película

Harrison Ford rejuvenecido en el flashback inicial de la película

Pues si algo fue siempre Indiana Jones, y por eso lo amamos, es un hombre de carne y hueso, socarrón y valiente, con lo justo de nobleza y de romanticismo, el hombre más afortunado del mundo cuando camina sobre los alambres y abismos de su desaparición… que es prácticamente en cada secuencia. A su modo, Mangold se esfuerza por no crear ni en el agujero negro de la melancolía ni en el de las banales atracciones de la imagen líquida. Lo dicho, la naturaleza de la película nace condenada por su propio tiempo.

Por lo demás, no hay más que dejarse llevar por la torrencial aventura, por un humor y una ironía familiar a la que la incorporación como side-kick de Phoebe Waller-Bridge hace debida justicia, y que recupera personajes del pasado como el Sallah de John Rhys-Davies, que añade nuevos aliados como el breve personaje de Antonio Banderas, que no se empacha de citas a lo que fue hasta el punto de querer salirse para habitar las entregas previas, que, en definitiva, se alinea con el espíritu y el cuerpo del mejor cine de aventuras jamás creado. Prueba superada.