'El diablo entre las piernas'
'El diablo entre las piernas', el sexo y los celos en la tercera edad
Arturo Ripstein estrena un filme incómodo, poético y terriblemente crudo que demuestra una vez más que el riesgo y el atrevimiento en el cine es cada día más una apuesta de los veteranos
El diablo entre las piernas, la nueva película de Arturo Ripstein, es incómoda, poética, profundamente humana (que no humanista) y terriblemente cruda. La película trata un tema tan invisible en la ficción cinematográfica como el sexo, los celos y la lujuria en la tercera edad, y lo hace sin tapujos, a tumba abierta, mostrando carne y efluvios, violencia y deseo extremo y, por contra, nada de delicadeza. En el centro del relato, El Viejo, un anciano verde y ruín, impotente y malcarado, que se dedica a maltratar verbalmente y humillar sin motivo aparente a su mujer, Beatriz. Ella sufre un galopante síndrome de Estocolmo y permite las vejaciones a las que le somete su marido pues, en el fondo, le sirven para sentirse deseada y querida, aunque una relación tan enferma solo pueda conducir a la catástrofe.
Con una cámara etérea que se desliza por los escenarios entre fascinada y asqueada, capturando en un contrastado y sublime blanco y negro la descomposición moral y afectiva del matrimonio y la decrepitud de la señorial casa en la que viven, Ripstein consigue realizar una radiografía de la masculinidad más tóxica, sin dejar de mostrar una honda autencidad y verdad en todo lo que retrata, lo que acaba convirtiendo el visionado en algo magnético. El ritual del sexo se muestra como la única salida para escapar a la muerte y a la deflagración de la mente, y el director sabe enriquecer el relato con interesantes soluciones visuales que se despreden del escenario: encuadres cerrados e indirectos en los que los espejos tienen una importancia trascendental.
Especial relevancia en todo esto tienen el valiente desempeño de los actores: Silvia Pasquel merece todos los halagos por su atrevimiento como mujer celada y en celo y Alejandro Suárez logra que sentíamos empatía (que no simpatía) por ese ajado y terrible hombre miserable. Los secundarios se muestran igual de sólidos, desde la pérfida y envidiosa sirvienta que interpreta Greta Fernández al orgulloso y caballeresco bailarín de tango de Daniel Giménez Cacho.
Un filme casi teatral (un escenario principal que tiene tanta vida y personalidad como los personajes principales y apenas cinco personajes) que sigue demostrando la raigambre buñelesca del cine mexicano y que, con toneladas de atrevimiento y provocación (ese mismo atrevimiento y provocación que se echa en falta en el trabajo de tantos directores noveles), consigue encontrar cierta belleza en los abismos más oscuros del ser humano.
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