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Toni Bestard: “El coronavirus debería replantear el turismo de masas”

En 'Pullman', el director nos propone el viaje iniciático de dos niños por una Palma de Mallorca marcada por los contrastes sociales y el turismo de 'balconing'

24 abril, 2020 09:50

Los apartamentos Pullman, en el centro de Palma de Mallorca, son un reducto de pobreza y marginación en una de las zonas más exclusivas. A "seiscientos metros" del Palacio de Marivent, como recuerda Toni Bestard (Bunyola, Malloca, 1973), en su nueva película, titulada precisamente Pullman, se convierten en un símbolo de los contrastes sociales de la isla. Por una parte, el esplendor y la belleza de uno de los lugares más bellos del Mediterráneo, que muchos turistas ven como el paraíso; por la otra, fenómenos como el balconing (saltos a la piscina desde el balcón de los hoteles que acaban en tragedia) nos ofrecen la cara menos amable de un turismo de masas y borrachera que convierte el enclave en un reducto de los peores vicios. Finalmente, una Mallorca marcada por la pobreza, los problemas con las drogas y la degradación social. En Pullman, Bestard nos propone un viaje a través de esas “tres islas” de la mano de un niño de 12 años y una niña de 10 que se escapan de casa y viven un particular viaje iniciático marcado por diferentes encuentros (como una prostituta travesti o un yonqui) que marcarán un inevitable paso a la madurez. El director nos cuenta por qué quería mostrar la cara B de la ciudad, la forma en que quería retratar el mundo infantil y la posibilidad de que el coronavirus también sirva para cambiar un modelo de turismo de masas dañino para la sociedad y el medio ambiente.

Pregunta. En 2002 usted realizó el cortometraje El viaje, ambientado en el extrarradio de Madrid, en el que abordaba el encuentro de dos niños con un yonqui en un descampado. ¿Por qué ha querido recuperar ese asunto para realizar un largo?

Respuesta. Llevaba mucho tiempo dándole vueltas a la idea de volver al universo de ese corto que rodé con guión de Arturo Ruiz. Quince años más tarde, los niños ya no son como los de 2002 y se me hacía extraño ubicarla en Madrid porque hace tiempo que regresé a Mallorca después de una etapa en la capital. Por otra parte, me intrigaban mucho esos apartamentos Pullman de Cala Major, aquí son muy conocidos porque durante años han salido de manera constante en las páginas de sucesos, ahora parece que ha mejorado un poco. Es un complejo que está a 600 metros del Palacio de Marivent (donde veranean los reyes), en la zona más turística de la ciudad y quería hacer una película con alguno de esos emigrantes que viven allí.

P. ¿Quería mostrar la Mallorca que no vemos nunca?

R. Hay una Mallorca idílica que también existe, cuando enseñamos esa Mallorca no engañamos a nadie. Aquí vemos la cara B, la menos conocida aunque también seguimos viendo esa isla idílica porque quiero jugar con el contraste. Los niños van saltando de un mundo a otro porque ambas cosas son verdad y lo ven todo con mucha naturalidad, con la inocencia de la niñez y sin prejuicios. No creo que sea una óptica negativa sino realista. Una isla que vive del turismo como ésta es un lugar perfecto para hablar de los contrastes sociales, unos son ricos y viven muy bien y otros son pobres y malviven de lo que ganan para que disfruten estos ricos.

P. Muestra también el peor rostro del turismo de borrachera, como el balconing, ¿hay una sobreexplotación que convierte el paraíso en infierno?

R. Cuando tienes turismo de bajo coste es una cadena porque también hay empleo de bajo coste. Mucha gente busca trabajo en este sector porque, aunque puede ser muy desagradable, hay dinero que ganar de forma más o menos rápida. La crisis del coronavirus es muy dura y este verano va a suponer un golpe enorme para la economía de Mallorca, pero también nos da la oportunidad de repensar este modelo de turismo de masas basado en la sobreexplotación de todos los recursos. Intento ser optimista, quizá aprendemos algo.

P. ¿De qué manera contrapone la dureza de la realidad social marginal de Mallorca con la mirada infantil?

R. Los niños están en edades distintas, él tiene 12 y ella 10, por esa ella le persigue y él tiene este papel más protector. Hay cosas que solo pasan cuando eres niño como ese propio encuentro, cuando eres adulto es mucho más difícil que te abras. Están en una edad en la que comienzan a olerse muchas de las cosas que pasan a su alrededor, pero mantienen esa mirada de prejuicios que no está contaminada. Hacen algunas cosas muy serias, que si fueran mayores podrían ser fatales, pero no les afecta porque son niños y a esa edad se viven las cosas de otra manera. Tienen esa capacidad de asombro que permite a los niños recuperarse de las cosas de una manera mucho más rápida.

P. Los dos niños huyen de sus casas, ¿esa huida es su primer paso a la vida adulta?

R. No hace falta coger un avión y recorrer 2000 kilómetros para viajar. Un niño coge un autobús y ya se está marchando muy lejos, es una aventura. En este caso, es un viaje iniciático que tiene que ver con ese grito de libertad, de hacer lo que les venga en gana, y significa un camino a la madurez.

P. ¿Cómo está viviendo el confinamiento?

R. Yo tengo suerte porque tengo una casa en el campo y puedo salir un poquito. A veces he echado de menos la ciudad y ahora estoy encantado de vivir en un pueblo.

@juansarda