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'Gloria Mundi': de los obreros al precariado

Más agrio que de costumbre, como si en su madurez vital no pudiera evitar un cierto desencanto, Robert Guédiguian nos muestra un mundo en el que los seres humanos estamos divididos en ganadores y perdedores

29 noviembre, 2019 07:16

Regresar (casi) todos los años a la Marsella de Guédiguian significa pisar terreno conocido, pero no por ello dejamos de sorprendernos y conmovernos con el talento y la humanidad que desprende cada una de sus cintas. Director irreductiblemente izquierdista y abonado a un tipo de película basada en las cuitas cotidianas de la clase trabajadora, Robert Guédiguian logra siempre convertir a su querida ciudad natal en metáfora del mundo. En Gloria Mundi, el director vuelve a reunir a Ariane Ascaride, actriz protagonista en todos sus filmes y esposa, junto a Gérard Meylan y Jean-Pierre Darrousin, el trío de aquella mítica Marius y Jeannette (1997) que lo convirtió en un cineasta aclamado en toda Europa. Y el escenario vuelve a ser esa Marsella canalla y obrera, crisol de culturas donde siempre se desarrollan los dramas morales del artista, historias en las que se presenta la oportunidad a los personajes de escoger entre el bien y el mal, entre la generosidad o el egoísmo, y donde nunca deja de defender la causa de los desvalidos frente a los poderosos, del altruismo frente a un sistema que nos obliga a devorarnos los unos a los otros.

En Gloria Mundi el punto de arranque es el nacimiento de la Gloria del título, hija de una dependienta de tienda sin trabajo fijo y de un conductor de Uber (obsesionado con las valoraciones) que es asaltado por unos malhechores y se queda sin forma de ganarse el sustento. En este drama familiar los problemas de la pareja contrastan con el “éxito” de la hermana de la nueva madre y su novio, que se ganan muy bien la vida con una tienda de baratijas de segunda mano en la que abusan de la miseria ajena para comprar a precios de risa y vender birrias. El faro moral es la propia Ascaride, madre de las dos chicas, y su marido (Darrousin), un conductor de autobús, que observan atónitos y tristes cómo una de sus hijas se vuelve malvada y codiciosa mientras la otra se desespera y se acerca a la locura por culpa de la falta de un trabajo digno. Y en medio, el personaje interpretado por Meylan, un señor que acaba de salir de la cárcel después de muchos años encerrado por un error de juventud y se redime gracias a los errores de los jóvenes.

“Como todo niño que viene al mundo, Gloria representa el futuro, un futuro posible”, dice Guédiguian sobre su nueva película. “Pero la historia muestra después todo lo que impide el desarrollo de una criatura así. Todas las malas costumbres de nuestra época, las pasiones, todo el egoísmo de nuestro tiempo que impide que el bebé pueda crecer como debiera, como todos los niños deberían crecer”. Más agrio que de costumbre, como si en su madurez vital no pudiera evitar un cierto desencanto, el director nos muestra un universo moral degradado por una filosofía existencial que divide a los seres humanos entre “ganadores” y “perdedores” que encarna en la piel de uno de los yernos, un treintañero cocainómano con pocos escrúpulos que trata de imponer su éxito económico como síntoma de su propia superioridad moral. Dice Guédiguian: “Es un mundo de trabajadores pobres que no llegan a fin de mes, que son la mayoría de la población francesa de la actualidad. Y que, como se ve en la película, han adoptado el discurso de los patrones, de los que explotan. Tanto que los trabajadores ya no tienen fuerzas para combatir, para rebelarse, para hacer una huelga… Es un mundo donde predomina la fatalidad, una resignación muy fuerte que me parece lamentable”.

Hay algunas imágenes de enorme belleza en esta magnífica película, empezando por esa escena en la que vemos a una solitaria Ariadne Ascaride regresar del trabajo agotada que Guédiguian rueda con infinita poesía en uno de los momentos más sublimes de su filmografía, a la vez que utiliza de manera prodigiosa los efectos de luz láser generados por cacharros electrónicos de poco valor creando una atmósfera de elocuente superficialidad que sirve como metáfora de la cutrez moral que retrata. “Todo el cine es político”, dice el director. “El cine que no se autodefine como político presenta al mundo como si este tuviera su estado natural. El cine político muestra el mundo como algo extraño. Así que te empuja a entenderlo, modifica nuestra mirada. Para mí el cine político que asume que es político es el único interesante. Las películas deben contar problemas universales pero encarnados en la problemática de los personajes. Por tanto, siempre hay un vínculo entre la historia y lo íntimo. Y hay que alternar estos dos puntos de vista para hacer un cine que conmueva para que nos identifiquemos con los personajes y al mismo tiempo nos haga comprender cosas que pertenecen a la Historia en mayúsculas y el mundo en el que vivimos”.

Atento a las transformaciones de la sociedad, en Gloria Mundi vemos un mundo obrero en el que ya casi no existen obreros donde los nuevos parias de la sociedad son trabajadores precarios que se desloman en la mal llamada “economía colaborativa” mientras la promesa capitalista del paraíso material conduce a otros a que se conviertan en depredadores de la miseria de los suyos. En un mundo codicioso en el que solo estamos de tránsito, el director juega con el contraste entre esa promesa de un futuro mejor que siempre significa el nacimiento de un bebé y la cruda realidad pero también nos alerta desde el propio título sobre la futilidad de la vanidad humana: “El título hace referencia a la expresión sic transit gloria mundi, así pasa la gloria de nuestras vidas. Significa que tengamos la fama que tengamos, el poder que tengamos, nuestra vida será breve. Y a la vez es un consejo porque si la vida es breve hay que aprovechar la gloria del mundo. Hay que intentar tener la vida más plena y hermosa que podamos porque no durará”, dice Guédiguian.

@juansarda