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Cine

'Ad Astra' y los devoradores de mundos

En su odisea espacial, James Gray viaja, junto a Brad Pitt, al corazón de las tinieblas con una deliberada ambición filosófica

20 septiembre, 2019 08:39

En mayo de 2013, en una entrevista para la revista The Playlist, James Gray (el director de un clásico moderno como Two Lovers) reconocía su interés por renovar el género de la ciencia ficción. “Quiero tratar de hacer algo diferente”, afirmaba el autor de La otra cara del crimen. "El problema es que la mayoría de directores que abordan la ciencia ficción, con la excepción del Kubrick de 2001: Una odisea del espacio, acaban rendidos ante una pirotecnia visual. Eso no me interesa. Quiero hacer algo más conceptual".

Estos deseos se hacen ahora realidad con Ad Astra, que bien podría considerarse la odisea espacial más intimista de la historia del cine. Una película alérgica a la grandilocuencia que, sin embargo, aparece tocada por un embriagador espíritu aventurero y una deliberada ambición filosófica, elementos que ya propulsaban el anterior filme de Gray, Z. La ciudad perdida. Desde el primer plano de Ad Astra –en el que un reflejo solar dibuja una serie de círculos concéntricos sobre un escenario espacial–, la película despierta la imaginación del espectador, invitándolo a soñar con un viaje hacia lo desconocido. Un anhelo que encuentra su perfecta y sorprendente horma en una obra de ciencia ficción galáctica esculpida a escala humana.

Roy se aventura más allá de la civilización humana. Tiene como última frontera su propia identidad

Adoptando la perspectiva de su protagonista con el rigor y creatividad que caracteriza al cine de los grandes maestros, Ad Astra –una película punteada por el uso recurrente de planos subjetivos que se estrena el próximo 20 de septiembre– nos sumerge en el imaginario atormentado y en la visión privilegiada de Roy McBride (Brad Pitt), un astronauta que es enviado al espacio exterior en busca de su padre, Clifford McBride (Tommy Lee Jones), el capitán de una misión que lleva tres décadas surcando el espacio exterior en busca de vida inteligente; una misión que, tras varios lustros sin dar señales de vida, se sospecha que podría ser la responsable de unas explosiones intergalácticas que amenazan con romper el equilibrio del sistema solar.

Una psique abatida

La ausencia del padre carcome la memoria y el presente de Roy, pero este trauma es solo la punta del iceberg de una psique abatida. Los problemas del personaje de Pitt para comunicarse con los demás se extienden a cualquier esfera que trascienda los límites de su desaforado sentido del deber profesional, un valor inculcado justamente por el padre. Así, en este estado de profunda alienación, de soledad crónica, Roy se aventura más allá de los límites de la civilización humana. Una larga travesía que, enmarcada en los códigos de la ciencia ficción espacial, tendrá como última frontera la propia identidad del protagonista, la idea del yo sublimada por los imponentes contornos de la odisea física y existencial.

Tratándose de una película tremendamente depurada a nivel narrativo, proclive a la abstracción, y literaria en su escritura, resulta difícil ver Ad Astra sin pensar en los grandes hitos del cine espacial más meditativo, de 2001 de Kubrick (una influencia admitida por Gray) a Solaris de Tarkovski, pasando por las más recientes Interstellar de Christopher Nolan, centrada en el estudio de una relación paterno-filial, y High Life de Claire Denis, por la negativa a presentar la conquista del espacio como una empresa aséptica (“Somos devoradores de mundos”, se apunta en un momento del filme a propósito de la estela de destrucción que acompaña a la especie humana).

Conrad como referente

El referente que late con más intensidad en el filme de Gray es más literario que cinematográfico. "He visto al demonio de la violencia, al demonio de la codicia, al demonio del deseo ardiente, y si lo han visto las estrellas, esos sí que son demonios fuertes y vigorosos", escribía Joseph Conrad en la capital El corazón de las tinieblas, un macabro estudio del salvajismo humano que ya vibraba en Z. La ciudad perdida. En Ad Astra, la espesa escritura de Conrad se encarna tanto en la convulsa epopeya física de Roy como en su voz, que puebla tanto el off sonoro como la diégesis del filme, donde el protagonista debe someterse repetidamente a unos maquinales tests psicológicos formulados por un programa informático.

Fotograma de 'Ad Astra'

Manteniendo un fructífero equilibrio entre una escritura de corte psicológico y un cine de raigambre física, Gray utiliza la odisea de Roy para preguntarse dónde reside lo humano en un mundo dominado por los impulsos belicistas, la maquinaria capitalista y las ansias de grandeza. Conrad hablaba de "los sueños de los hombres, las semillas de las colonias, los gérmenes de los imperios", y Gray reconvierte a Kurtz en un padre abocado a la megalomanía, así como a un supuesto altruismo que no hace más que esconder una egoísmo supremo. Un espíritu arrogante y violento que impregna de brutalidad la odisea de Roy, que se ve obligado a caer desde los cielos (en la impresionante escena de acción que abre la película), a flotar por atmósferas sin oxígeno, a recorrer pasajes subterráneos, a sumergirse en sustancias líquidas y a habitar unos cubículos que, mediante proyecciones sobre las paredes, intentan recrear sin éxito la belleza natural de la Tierra. Un viaje cruento que remite inevitablemente al Apocalypse Now de Coppola, un referente capital para Gray, un cineasta aferrado a la memoria del Nuevo Hollywood.

Con su deslumbrante acercamiento a los grandes interrogantes de la existencia, Gray merodea por territorios próximos al imaginario de Terrence Malick, aunque en lugar de convertir Ad Astra en una plegaria a Dios, prefiere dirigirse al ser humano. De hecho, resulta una proeza que una película que estudia el desconcierto existencial en un escenario galáctico no caiga en ningún tipo de trascendentalismo. En el núcleo de la película hallamos en todo momento la figura de Brad Pitt, que completa un prodigioso círculo generacional que empezó a trazarse en El árbol de la vida. Si, en el filme de Malick, Pitt encarnaba con estremecedor verismo a un padre atormentado por su incapacidad para cumplir con el autoimpuesto liderazgo familiar, en la película de Gray el actor se entrega a la tarea de esconder, tras la entereza profesional de un héroe trágico, las dudas que carcomen a un hijo perdido. En conjunto, una hazaña actoral que eleva aún más si cabe el horizonte cinematográfico de Ad Astra.

@ManuYanezM